Georgia O’Keeffe, entre tierras baldías

0

Georgia O´Keeffe expone su primera muestra en solitario en 1917, en la neoyorquina Galería 291 de la Quinta Avenida, creada y gestionada por el fotógrafo Alfred Stieglitz. La galería en cuestión era el centro neurálgico del arte del momento, allí se iba a conocer y a comprar las vanguardias europeas. Stieglitz fue quien introdujo la obra de Picasso en Estados Unidos. Y fue, además, la primera galería que trató la fotografía como una forma de expresión artística. O´Keeffe, siendo estudiante en Nueva York, visitó varias veces 291 fascinada por el lugar y por el personaje que la dirigía, el gran controlador y comerciante de arte contemporáneo, con quien no se atrevía a cruzar palabra. Esa primera exposición, que Stieglitz organizó sin el permiso de la artista, desencadenó el comienzo de una vida que le llevaría a convertirse en la Madre del Modernismo Americano y en uno de los grandes iconos del s. XX.

O´Keeffe, siendo aún una artista en ciernes, envía una muestra de los lienzos de los que se siente por fin orgullosa a su amiga la fotógrafa y sufragista Anita Pollitzer, y ésta se toma la libertad de llevárselos al gran marchante de arte Stieglitz. Entra en la galería, se dirige a Stieglitz y le dice:

-“Mr. Stieglitz would you like to see what I have under my arm?

-I would. Come in the background.

I went in with your feelings and your emotions tied up and show them to a giant of a man. It was a long while till his lips opened.

-Finally a woman on paper. He said”

Seducido por la fuerza de su obra, Stieglitz decide montar una exposición sin molestarse en contactar con la autora de los lienzos, lo que provocó que O´Keeffe reuniese el coraje suficiente para escribirle y preguntarle por qué le había gustado su obra. Fue el comienzo de una relación epistolar intensa y apasionada, que les llevó a compartir la vida juntos.

O´Keeffe por entonces vivía en Texas y allí empieza a experimentar con la abstracción, un estilo que apenas se trabajaba en EE.UU.. Stieglitz le anima a que se traslade a Nueva York para formarse y forjarse una carrera como artista. Se instala en la ciudad y el interés que compartieron entre sí les llevó a vivir un gran amor. La artista se convierte en musa del fotógrafo y paralelamente va generando obra que fluctúa entre la abstracción, flores exuberantes y su interpretación figurativa de la ciudad de Neva York. Consigue el reconocimiento desde muy pronto, pero también tuvo que enfrentarse a una época de duras críticas a raíz  de una serie de desnudos sexualmente explícitos que le hizo Alfred Stieglitz y que por entonces influyó muy negativamente en las interpretaciones de su obra abstracta, a la que se le tildó de sexual, contra su intención.

En 1929 pasa su primer verano en Nuevo México y sin buscarlo, encuentra allí su hogar, su lugar en el mundo donde se siente a gusto consigo misma. Fascinada por aquel paisaje aprende a conducir y comienza a explorar la zona. Encuentra una construcción en adobe casi deshecha en lo alto de una colina, junto al pueblo de Abiquiu al norte de Santa Fe. La hacienda abandonada le entró por los ojos como un flechazo, y decide hacerse con ella, asunto que le costó más de una década.

Mientras lo gestionaba, aventurándose por los alrededores, se adentra en Ghost Ranch, un rancho que pertenecía al filántropo y fundador del Arizona-Sonora Desert Museum, Arthur Pack. Allí descubre otra pequeña casa de adobe rodeada por un desierto de barrancos con vistas al cerro Pedernal, una de sus paisajes más pintados. Compra la casa en 1940 y la convierte en su segunda residencia. Vuelve cada verano desde Nueva York (Stieglitz nunca la acompañó) a pintar esos paisajes de tierras baldías, cuando el calor, la luz y los colores eran más potentes. En 1949, tras la muerte de Stieglitz, deja Nueva York definitivamente y se instala en Ghost Ranch.

En ese paisaje virgen, solitario, árido y monumental, abierto a un cielo inmenso, Georgia renace como artista y como persona, hasta adquirir la categoría de icono. Se envuelve en un halo de llanera solitaria absorbida por el paisaje: “he pintado este paisaje tanto, que ya es mío. Lo he observado tanto”, dice. Fueron muchos los fotógrafos que  iban a visitarla para retratar a su musa en aquel lugar tan suyo. Entre ellos Ansel Adams, John Loengard y Todd Webb, con quien se fue, con 74 años, de expedición en una balsa siguiendo el curso del río Colorado.

Observa, pasea, se adentra en las montañas, y pinta lo que ve y siente hasta el final de sus días. Muere en 1986 a los 98 años. Cuando le preguntan, en un documental, si sigue paseando (con su edad avanzada) por aquellos barrancos, ella mira fijamente a la cámara y contesta “¿no lo harías tú? ¿no los escalarías si vivieses aquí?”

Hoy las dos casas, que más amó la pintora, pertenecen a Georgia O´Keeffe Museum.

Ver más en: On the 50 Road

Leave A Reply