Los grandes artistas del siglo XX que redescubrieron el Mediterráneo

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La luz y el color de obras de Matisse, Picasso, Cézanne, Sorolla, Mir o Anglada Camarasa deslumbran en la Fundación Mapfre

El Mediterráneo, convertido hoy en un inmenso contenedor de plástico, es una tumba para miles de inmigrantes que, hacinados en pateras, lo cruzan a diario persiguiendo peligrosamente sus sueños. Pero no siempre fue tan oscuro este mar. Hubo un tiempo en que, más allá de un espacio geográfico, fue una seña de identidad europea, sinónimo de la alegría de vivir que propugnaba Matisse. Quien haya viajado a la Provenza y la Costa Azul habrá podido comprobar que muchos de los hermosos lugares del «Midi» francés están íntimamente asociados a algunos de los artistas más importantes del pasado siglo, quienes llegaron atraídos por los colores puros e intensos y la luz brillante y transparente del Mediterráneo.

La Fundación Mapfre abre la temporada de exposiciones de su Sala Recoletos con una exposición, «Redescubriendo el Mediterráneo», en la que, a través de 138 obras de 41 artistas, demuestra que el Mare Nostrum «fue decisivo en la modernización del siglo XX». Esta muestra, como la que la fundación presenta hoy en su sede de Barcelona («Picasso-Picabia»), forma parte de un ambicioso proyecto, «Picasso-Mediterráneo», puesto en marcha por el Museo Picasso de París, en el que ha involucrado a más de 70 instituciones, que desarrollarán numerosas actividades sobre el tema entre 2017 y 2019. Cuelgan en las salas exposiciones de la Fundación Mapfre importantes obras cedidas por museos como el Orsay, el Pompidou, el Museo Matisse de Niza o el Museo Picasso de París, entre más de 70 prestadores.

«Montaña Sainte-Victoire» (c. 1887-1890), de Paul Cézanne

«Montaña Sainte-Victoire» (c. 1887-1890), de Paul Cézanne – MUSEO D’ORSAY, PARÍS

El goce de la pintura y de la vida

Explica Pablo Jiménez Burillo, director del Área de Cultura de la Fundación Mapfre y comisario de la exposición junto con Marie-Paule Vial, que estos artistas trataban de huir del mundo real, buscando nuevos paraísos para el goce de la pintura y de la vida. Nace, pues, una nueva forma de pintar y de vivir. En Aix-en-Provence, donde Cézanne instaló su estudio, o en Arles, adonde Van Gogh llegó en 1888 en busca de una luz que inundó de color su paleta: intensos amarillos, verdes, azules… Allí pinta sus celebérrimos «Girasoles» e inmortaliza la Casa Amarilla, donde compartió una temporada con Gauguin, y su habitación (uno de sus cuadros más famosos).

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