El desafío de las ciudades: comienza la temporada de ferias del libro

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La ola de ferias del libro en Colombia plantea una disyuntiva: seguir el modelo de Bogotá, basado en las cifras, o enfocarse en los contenidos y la formación de lectores.

La segunda mitad del año será muy agitada para el mercado editorial en Colombia. Más de diez ferias del libro, todas gratuitas, tendrán lugar en ciudades como Medellín, Cali, Barranquilla y Manizales (ver recuadro). La Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo) consiguió grandes cifras de ventas y asistencia, pero también críticas por el enfoque comercial que la Cámara Colombiana del Libro (CCL) y Corferias le dieron. En parte por eso las ferias regionales enfrentan una encrucijada. ¿Deberían replicar el modelo bogotano que, basado en docenas de alianzas comerciales, busca crecer en números y a la vez convocar a un público muy amplio que no necesariamente compra libros, asiste a conversatorios o hace negocios editoriales? ¿O deberían, por el contrario, organizar eventos enfocados en los contenidos, la circulación de libros y la formación de lectores?

La Filbo, uno de los acontecimientos literarios más importantes del mundo de habla hispana, recibió en mayo 605.000 visitantes durante 13 días. Y los organizadores destacaron que las ventas de libros aumentaron en un 10 por ciento con respecto al año anterior.

Estos números, que la hacen la segunda feria del libro más grande de América Latina, resultan de un modelo de financiación rentable, algo excepcional en un segmento del sector cultural golpeado por los bajos índices de lectura y la piratería. Quienes critican este esquema sostienen que pone en un segundo plano la feria como un lugar de encuentro cultural y como una plataforma para promover creadores y libros. Yolanda Reyes, por ejemplo, afirmó en una columna que, “por ser parte de un tinglado comercial, la Filbo se transa según el precio del metro cuadrado”.

Sandra Pulido, gerente de Ferias de la CCL y directora de la Filbo, reconoce la necesidad de hacer ajustes. “Hemos tenido en cuenta las críticas de los medios, sobre todo acerca del contenido que no tiene que ver con los libros. Corregirlo será una de nuestras prioridades para el próximo año; los aciertos y desaciertos nos han permitido aprender”, asegura.

El otro modelo, sin embargo, no deja de ser arriesgado, pues las ferias hacen lo que pueden con los medios que tienen. Más allá del apoyo que les presta la CCL –y, en algunos casos, también la propia Corferias–, una feria del libro debe autogestionar recursos financieros suficientes para funcionar. No obstante, los emprendimientos editoriales escasean en muchas regiones, como en el sur del país, según Mariela Guerrero, directora de la fundación QILQAY, que organiza las ferias de Nariño. “En Ipiales no hay librerías, así que nos toca convencer a los jóvenes para que vean que la lectura es algo divertido”, dice.

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Ante este panorama, mientras nuevas ferias regionales como las de Barranquilla, Manizales y Pereira buscan por ahora crecer en ventas y audiencias, otras más consolidadas como las de Medellín y Cali sienten que ya tienen el peso suficiente para compartir un espacio con la Filbo en el panorama cultural de Colombia. Cada una, sin embargo, con enfoques diferentes al de la feria de Bogotá.

Con alrededor de 500.000 asistentes, la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín es la segunda en tamaño e importancia del país. Este año, celebrada entre el 6 y el 15 de septiembre, tendrá como tema central ‘Exploraciones’ y a Chile como país invitado. A diferencia de la Filbo, la Fiesta tiene lugar en el espacio público (principalmente en el Jardín Botánico, el Parque Explora y el Parque de los Deseos), y cuenta con entrada gratuita. Además, busca que la zona norte de Medellín se convierta en una gran “ciudad de los libros”. Según su director Diego Aristizábal, “con la Fiesta del Libro hemos asumido el riesgo de llegar a lugares donde no es común imaginarse que puede pasar algún evento cultural. La idea es estar en esos espacios y transformarlos”.

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