Matisse, el artista que sobrevivió dos veces y pintó la alegría

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Atravesó las dos guerras mundiales y una operación que lo puso al borde de la muerte. Optó, sin embargo, por perseguir la belleza de las formas y el color.

El pintor Henri Matisse (1869-1954) sobrevivió a las dos Guerras Mundiales. Durante la Primera (1914-1918), quiso desesperadamente alistarse para ir a luchar, pero lo consideraron demasiado mayor -tenía entonces 45 años y su corazón no se encontraba bien- y no lo tomaron. Por lo tanto, durante esa época, Matisse creó obras “vendibles”, juntando fondos para donarlos luego a sus compatriotas que luchaban en la zona del norte de Francia, cerca de donde él había nacido y en donde aún tenía familia: Bohain-en-Vermandois.

Pero fue durante la Segunda Guerra cuando surgió la gravedad: entonces arrestaron y secuestraron a su hija Marguerite -unida a la resistencia- para llevarla a un campo de concentración (del que luego logró escapar) y también arrestaron a su ex mujer, Amélie Parayre, un par de años más tarde de sufrir él una grave operación de cáncer de colon (de la que nunca se recuperó bien).

Matisse. Otra de sus piezas, representativa de un estilo.
Matisse. Otra de sus piezas, representativa de un estilo.

Entre una y otra guerra, Matisse (en sus comienzos fauvista, luego creador de su propio lenguaje) descolló con una producción única, deslumbrante, siempre guiada no por la realidad inmediata sino por la búsqueda de la belleza y del equilibrio. El gran artista francés sostenía: “Quiero un arte de equilibrio, de pureza, que no atormente ni perturbe”.

Aunque debemos recordar que a comienzos del S. XX, Matisse fue forjando su relación (de amistad, de admiración y a veces de rivalidad sobrecomprendida y aceptada) con Pablo Picasso (España, 1881-Francia, 1973): es sabido, Picasso​ admiraba y recelaba a Matisse mientras que Matisse admiraba la producción de Picasso. Sostenían los amigos de Picasso que él siempre estuvo deslumbrado por el audaz intento de Matisse de crear con tan extrema simplicidad, con ese fuerte deseo de retorno a la inocencia.

Matisse, postrado tras una operación de colon de la que nunca legó a recuperarse completamente.
Matisse, postrado tras una operación de colon de la que nunca legó a recuperarse completamente.

Françoise Gilot, una de las ex mujeres de Picasso, decía que lo que intrigó siempre a ambos artistas en su relación de amistad no fue saber cuál era el más “fuerte” de los dos, porque los dos eran fuertes, sino que les intrigaba saber qué, cuál forma en cada una de sus obras, era más irreductible.

Matisse y Picasso se habían conocido en 1907 a través de la coleccionista y escritora Gertrude Stein. El español -quien a lo largo de su vida fue comprando obras de Matisse- nunca admitió abiertamente haberse dejado influir por el francés. Pero lo cierto es que al morir Matisse, Picasso no sólo no asistió al entierro y se llamó a días de silencio, sino que pintó una y otra vez los motivos que Matisse había repetido y practicado tanto: los detalles de la famosa “blusa búlgara”; las palmeras de la ventana de la casa de Matisse ubicada al sur de Francia… Amigos y rivales estéticos -en especial Picasso, quien consideró finalmente a Matisse no como a un padre sino como a “un hermano mayor”- el francés tenía lo que el español no: su personalidad y sus obras se mantenían en polos opuestos. Mientras que Matisse era reservado, callado y tendía a huir de los actos públicos, Picasso en cambio disfrutaba de enseñarse en público, de las alabanzas y la fama. La vanidad que a uno le sobrara, al otro, a Matisse, no le importaba en lo más mínimo. 

A comienzos de la Primera Guerra, por razones diferentes -Matisse porque no pudo alistarse y Picasso porque no fue a la contienda debido a razones de salud, aunque algunos especialistas sostienen que el español siempre mantuvo una llamativa relación distante con los conflictos bélicos que atravesó, “mirándolos de lejos”, como quedó atestiguado en esa maravillosa exposición realizada en 2019 en el Musée de l´Armée de Paris, “Picasso y la guerra”-, de 1914 a 1918 los dos artistas permanecieron en Francia. Matisse se trasladó junto a su mujer Amélie Parayre y sus dos hijas, al sur, a Collioure. Aunque hacia 1916-1917 el pintor francés se instalaría solo en Niza, en el hotel Beaurivage, una ciudad que mostraba un escenario bien diferente del de París, ya destruida por la guerra (la gran urbe francesa restaba gris, ruinosa).

Matisse. "Interior with an Etruscan Vase", una obra de 1940.
Matisse. «Interior with an Etruscan Vase», una obra de 1940.

Muchos después, durante la Segunda Guerra, alrededor de junio de 1940, los alemanes invadieron Paris. En ese momento tanto Picasso como Matisse decidieron quedarse en Francia, aunque hubieran podido ir a otros países. Pasaron prácticamente todo el tiempo encerrados en sus talleres, creando. En el caso de Picasso, aislado en su taller parisino, con la prohibición por parte de los alemanes de que pinte (Hitler y el nacionalsocialismo consideraban las obras de Picasso como “arte degenerado”, se referían, por supuesto, al arte moderno, vinculado o derivado de las vanguardias nacidas a comienzos del S XX, es decir, el arte que los alemanes consideraban nefasto). Pero los alemanes dejaron a Picasso quedarse en su atelier de la rue des Grands Agustins, con la condición de que no saliera de él y de que no pintara más “adefesios”.

Durante la invasión parisina, en 1940, los alemanes dejaron a Picasso quedarse en su atelier de la rue des Grands Agustins, con la condición de que no saliera de él ni pintara más “adefesios”.

En el caso de Matisse, vivía otro tipo de encierro, en su casa de Niza: en 1941 había estado a punto de morir por la grave operación de cáncer de colon. Era plena Segunda Guerra Mundial. En 1942 Matisse se encontraba transitando la densa recuperación que le impedía levantarse de su cama. Sin embargo, siguió produciendo obras; y los cuadros de esta época son luminosos. “Elegí guardar tormentos e inquietudes dentro mío y sólo pintar la belleza del mundo”, sostenía el pintor. Matisse resiste con su pintura, intentando crear armonía en momentos de furia y destrucción. 

Devastado por su salud cada vez más deficiente, por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, y por el hecho de que su hija y su ex mujer habían sido arrestadas, sin embargo Matisse buscó la luz: es entre 1948 y 1950 cuando creó esa maravillosa capilla ubicada también al sur de Francia, en Vence (en donde el artista vivió durante esos años, a partir de 1944). Las figuras gigantescas bailando por las paredes de la iglesia llena de sol, bien livianas, libres, alegres, mas los vitreaux, ornamentos y formas arquitectónicas de la iglesia, fueron consideradas por el mismo artista como uno de sus trabajos más representativos: lo pintó para expresar gratitud hacia su enfermera/cuidadora de entonces (y también modelo), Monique Bourgeois.

En 1946, cuando Monique se ordenó como hermana dominica, le confesó a Matisse su deseo de decorar una de las habitaciones de la orden. El artista sin embargo decidió ir más allá: construyó la Chapelle du Rosaire (la capilla del Rosario) de Vence, la pintó, dibujó, decoró. A los setenta y siete años y con graves problemas de salud, había comenzado el que fue, quizás, el proyecto más desafiante de su vida: una gigantesca pintura inmersiva. Hoy se llamaría, quizás, “instalación”. Una obra que fue total pureza en una Europa derruida y un hombre a punto de morir. 

Autor: Mercedes Pérez Bergliaffa

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