El derecho a la estética

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¿Está en peligro el derecho a la estética? Hay razones para preocuparse.

En 2009 se publicó en español La literatura en peligro, de Tzvetan Todorov, un llamado a recuperar la literatura como interpelación ética que nos señala los dilemas morales de la existencia y, sobre todo, como interpelación estética que involucra facultades intelectuales y emociones. El pensador búlgaro radicado en Francia expresa en ese texto su preocupación en torno al desplazamiento de la literatura dentro de la educación en favor del protagonismo del discurso teórico. Admirador de Roland Barthes, Todorov no comparte sin embargo la aseveración del semiólogo francés acerca de la crítica como escritura literaria por propio derecho. Para Todorov escribir sobre literatura es un ejercicio que nace de mirar el mundo desde los hombros de los gigantes y las grandes obras literarias, idea un tanto anacrónica de cara a la corriente hegemónica de la crítica actual. La literatura –ese arte verbal que se define y redefine a sí mismo sobre las líneas del pasado–  ha perdido su lugar en programas de maestría y doctorado a favor de otras prácticas culturales y de abordajes no estéticos. Ya hace décadas, críticos de ambos lados del Atlántico impugnaron el lugar de la literatura como expresión privilegiada de la cultura por el hecho de estar ligada a la hegemonía de Occidente. Precisamente lo que hacía a la literatura valiosa, su larga estirpe de siglos, se ha convertido en un defecto.

Por fortuna, la literatura se sigue escribiendo con todo vigor. Incluso, se participa en las luchas políticas de la época sin permitir que lleguen más lejos de lo que deben llegar. Mariana Enríquez –feminista y mujer de izquierda– acepta su deuda con la tradición inglesa y estadounidense del género terror, sin incurrir en absolutizaciones contra la “cultura blanca hegemónica”. Igualmente, se aparta de las lecturas misandricas –que no feministas– de su maravillosa novela Nuestra parte de noche, al rechazar que se le cuestione que los protagonistas de esta novela sean varones en lugar de mujeres. El éxito mundial de Karina Sáinz Borgo con La hija de la española ha resistido el buen decir de la izquierda predominante en el mundo cultural, académico y literario. Fernanda Melchor en Temporada de huracanes representa en todos sus matices –incluso el humor negro– la crueldad, el deseo y el interés como móviles humanos que trascienden el brutal contexto de pobreza y machismo en el que se desenvuelven los personajes. Hablo de trascendencia porque la resonancia de un texto literario reside en la conciencia plena de las líneas escritas en el pasado como conexiones que iluminan su propia verdad. Detrás  de las tres novelas mencionadas existe esta conciencia, expresión de la lucha por un derecho primordial: el derecho a la estética.

Es preciso reivindicar el derecho a la estética. La literatura permite apropiarnos del pasado y, sobre todo, enfrentar la confiscación de los significados propiciada por abordajes académicos, políticas culturales del Estado o inquisiciones ideológicas de cualquier signo político. La literatura es, pues, derecho a la historia y derecho a la libertad de pensamiento y expresión. Podemos discutir los límites de la libertad de expresión y pensamiento, no poner en duda tal libertad. Podemos mirar críticamente la historia, no demonizarla. Cito a George Saunders: 

Somos como muñecos sobre la espalda de un gran tigre dormido. De vez en cuando ese tigre se despierta y ocurre algo aterrador (…) Esto es así desde el principio de los tiempos y la literatura nos recuerda que el mundo nunca ha sido estático, ni una sola vez, ni por un momento. Siempre ha habido escritores para observar estos momentos y darles algún tipo de sentido, o al menos dar testimonio. Y eso es bueno para el lector, porque se siente conectado con la larga estirpe de la humanidad. Sabe que alguien más, en un lugar remoto de la historia o en su misma época, ha vivido lo que él vive.

Efectivamente la literatura como arte verbal y acto de comunicación interpela a nuestra condición humana en el sentido de reflexión (palabras de Hannah Arendt) sobre la aventura de estar en el mundo y compartir con los otros. Esa reflexión sobre la condición humana tiene tal trascendencia que incluso historias muy antiguas le han dado la vuelta al mundo en los formatos tecnológicos y gráficos actuales, como bien lo sabemos por el manga japonés y por autores como Gabriel García Márquez, J.K.Rowling y George. R Martin. Este fenómeno es posible porque formas como el relato (y la canción) son universales y permiten la comprensión de un repositorio de experiencias y tiempos propios de otras culturas.

¿Está en peligro el derecho a la estética? Dado el valor de la educación formal en la formación de lectores y escritores, hay razón para preocuparse por la hipertrofia teórica, la moralina de la corrección política y el poco cultivo de la facultad de intelección y disfrute, pero en realidad se sigue leyendo y escribiendo literatura para públicos variados. Hay razones para el optimismo. La escritura literaria continúa su camino y reivindica su sentido estético aunque la academia se interese menos en ella y haya que enfrentar las exigencias del sector de lectores y lectoras interesados en claras definiciones ideológicas. Tan lejos llega esta reivindicación que contra viento y marea se levantan nuevas generaciones de poetas que experimentan la lengua desde el registro más audaz y alejado del éxito y el dinero. 

Si vemos el derecho a la estética desde el espectador, es decir, desde la experiencia lectora, sabemos que la variedad de sentidos que encarna en tal experiencia resiste las más loables intenciones pedagógicas de los autores. George R. Martin, creador de la saga literaria que inspiró la serie Juego de Tronos, confesó en entrevistas su deseo de  hacernos entender la crisis ambiental, la necesidad de unirnos para detenerla. Jamás se me hubiese ocurrido como lectora y como espectadora de la serie semejante cosa. Disfruté del extraordinario fresco de la vida humana en su lucha por el poder, batalla descrita en el esplendor de su maldad y belleza con tintes más bien paganos. El significado no puede ser entonces confiscado ni cuando los autores mismos lo pretenden. La crítica postmarxista más mediocre en su empeño por revelar lo que la “la obra no dice” se encuentra con la resistencia de textos literarios que no tienen secretos que revelar sino significados que se multiplican. La ética de la literatura, según Jacques Derrida, es constituirse como el lugar en el que todo puede ser dicho, absolutamente todo. Esta prerrogativa es garantía de nuestra propia libertad.

Autor: Gisela Kozak Rovero

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