Boris Izaguirre: “Esta es una novela sobre dos muertes: la de mi mamá y la de mi país”

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Esta historia ocurre en Caracas, una ciudad en la que hasta las flores depredan. Su protagonista avanza entre la gente, escondido tras unas gafas de sol. No vive allí desde hace más de 20 años, aunque siempre vuelve. Esta vez para dar sepultura a su madre. Así comienza Tiempo de tormentas (Planeta), la nueva novela de Boris Izaguirre (Caracas, Venezuela, 1965): en un velatorio con aspecto de boda, los extremos de un país propenso a travestir fiesta y muerte. Una sociedad dada a la impostación de su propia tragedia. Y ésta lo es.

Cuatro años después de la muerte de Belén Lobo, la reconocida bailarina venezolana que escribió con su cuerpo la historia de la danza de un país que perdió los pasos —y los dientes—, Boris Izaguirre publica una novela autobiográfica, la misma que durante quince días lo llevó de plató en plató, de entrevista en entrevista. Hablaba de ella como solo si de una especie de memoria homoerótica se tratara.  Tiempo de tormentas (Planeta) no es una historia de su homosexualidad, ni siquiera una autobiografía exagerada. No es nada de eso. Es algo más profundo. Más complicado. Más valioso. Es la crónica de dos muertes: la de la quien le dio la vida y la del país donde esa vida transcurrió.

Tiempo de tormentas es la mejor novela que Boris Izaguirre  se ha permitido escribir, acaso porque el venezolano ha permanecido secuestrado por su personaje. Ese ser hiperbólico y a veces empalagoso. Un profesional de sí mismo. Alguien en quien todo resulta, a la vez, espontáneo y premeditado. En estas páginas, Izaguirre narra la relación de amor entre una madre ⎯mamá, dice él⎯  y un hijo. Ella, que empleó tardes enteras en enseñar al menor de sus vástagos a trazar circunferencias para domesticar la temprana dislexia, le ofrece esta vez a Boris Izaguirre la posibilidad de cerrar un círculo.

«Tiempo de tormentas es la mejor novela que Boris Izaguirre jamás se ha permitido escribir»

Esta novela es el relato de una pérdida, pero también de una vida: la de aquel niño que una tarde de julio de 1967, fecha del peor terremoto que vivió la capital venezolana, descubrió que ser observado por sus extravagancias era una forma de ser querido. En Tiempo de tormentas Izaguirre da cuenta de otras facetas de su biografía: su homosexualidad, de un episodio de abuso sexual que retrata la violencia de la ocultación, pero también los fuegos artificiales de una sociedad que todo lo hizo, que todo lo tuvo y que avanzaba, acaso sin saberlo, hacia su demolición. La incapacidad de aceptar la verdad es, al mismo tiempo, una tragedia personal y colectiva.

Un elemento hace las veces de hilo para coser esta enorme cicatriz narrada en primera persona: un cuadro ⎯Tiempo de tormentas, que da título al libro⎯  que durante décadas presidió el salón de la casa de los Izaguirre. El testigo de una historia familiar y colectiva. Un objeto que alguien, el pintor que lo concibió, desea recuperar a toda costa. Y es justo eso lo que da sentido a estas páginas. Es eso de lo que habla el escritor en esta entrevista, la número ocho o nueve en lo que va de día. No será sencillo hablar con Boris Izaguirre. De los treinta minutos originales quedan apenas quince, que se consumen mientras un reportero del Hola dispara sus últimos cartuchos.

Como la Dorothy que busca el camino de vuelta a Kansas, Boris Izaguirre atraviesa el vestíbulo de un coqueto hotel madrileño. Viste vaqueros ajustados, chupa de cuerpo y botines negros. Luce más delgado y en ocasiones exhausto, pero eso no le impide improvisar un paseíto ante la cámara. Saberse observado lo rejuvenece. Inyecta juventud en sus mejillas. Y así va Boris Izaguirre por la vida: posando. Nunca una criatura fue tan hermosa y extraña como la resultante de esas dos fuerzas que a él lo jalonan, la inteligencia y la afectación. Y él lo sabe.

Hay muchos muertos en este libro. Su país es uno de ellos.

⎯En el fondo esta novela es la crónica de cómo Venezuela pasó de ser un país a convertirse en una nueva Atlántida.

Boris, usted lleva ya un tiempo siendo huérfano. Su madre y su tierra han desaparecido. ¿Por qué escribirlo ahora?

⎯El punto de partida de esta novela es Caracas ⎯Boris mira hacia arriba, hacia el techo. Lo hará varias veces a lo largo de la conversación⎯. En una de las visitas que hice a mi mamá antes de que falleciera, hubo un problema enorme para salir de la ciudad. Ya yo me había despedido de ella, pero tuve que volver ese día a casa, porque no pude salir. ‘¿Qué haces aquí otra vez?’, me preguntó mi mamá. Luego de contarle toda la peripecia, se me quedó viendo y me contestó: ‘Boris, ¿en qué momento este país se convirtió en esto?’. Nos miramos los dos. En aquellos días, todo lo que mi madre decía me parecía importante, porque no sabía si iban a ser las últimas palabras. Entonces no tuve respuesta…

Hasta que se sentó a escribir esta historia.

⎯Creo que ahí está su sentido. Justo cuando comencé a escribirla, aquellas palabras de mi mamá me vinieron a la cabeza todo el tiempo. Ella había nacido en una dictadura y tuvo que morir en una dictadura. Eso es la novela. Es el verdadero sentido del libro.  Por eso esta historia está contada a través de Tiempo de tormentas, ese cuadro que acompaña la historia de esta familia a lo largo de todos esos años.

«No es que yo haya nacido en un tiempo de tormenta, es que soy parte de esa tormenta»

Según escribe, sus momentos decisivos ocurren en episodios de demolición: el terremoto de Caracas, en 1967, y el intento del golpe de Estado de 1992, cuando decide venir a España.

⎯Por eso el libro se llama Tiempo de tormentas. Lo dice el pintor de ese cuadro, el amigo de la familia que yo convierto en personaje: la tormenta está dentro de ti. Va contigo donde quiera que vayas. No es que yo haya nacido en un tiempo de tormenta, es que soy parte de esa tormenta. Me alimento de ella. La naturaleza descarga electricidad y nos impregna. Nos marca.

Podría decirle que está embelleciendo las cosas, pero tiene usted razón en lo de nacer en una tormenta, al menos en Venezuela.

⎯Forma parte de mi vida. Sólo que ahora he llegado a comprenderlo. Yo entendí que me había hecho persona en el terremoto del 67 y de que tomé otra decisión en otro terremoto: el primer intento de golpe de Estado de 1992.

Dígame una cosa… ¿se hizo persona o personaje?

⎯Persona, porque era muy niño. Yo tengo recuerdos muy vívidos de esos días del terremoto. Yo caminando, casi gateando, en aquella casa llena de gente.

Pero ya había descubierto que llamando la atención se volvía objeto de afecto. Treinta años después sigue haciendo lo mismo.

⎯En la novela él lo utiliza para protegerse.

¿Él? ¿Se está separando usted del personaje?

⎯Yo quiero que sea una novela. Realmente, una novela. Me hubiera gustado tener esa capacidad de pensar ‘tengo que protegerme’. En la vida real no fui capaz de pensarlo. A mí me habría encantado ser un poco más rápido, ¿sabes…? Soy disperso, me distraigo, me cuesta concentrarme ⎯Boris mira hacia un punto indeterminado, alza la vista y entorna los ojos, como si coqueteara consigo mismo⎯. En determinados momentos de mi vida me habría encantado haber tenido la claridad de las cosas y no la tuve. A eso es a lo que me refiero. He querido seguir siempre aquello que decía mi mamá: ser una persona valiente. Eso creo que sí lo he podido hacer en mi vida, más o menos. No con la prosa ni la arquitectura de Tiempo de tormenta, pero creo que sí.

Aunque su llegada a España durante los años noventa lo coronó como un extravagante personaje a mitad de camino entre la frivolidad y el espectáculo, Boris Izaguirre es algo bastante más complejo. Es un símbolo patrio para los suyos. También un acento, un fraseo, una impostura que cruzó el mar para dejar de ser tan sólo un ‘maricón’ y convertirse en el gran maricón. Así se lo dijo, en una cafetería neoyorquina, Sofía Imber, la mujer que introdujo el arte contemporáneo en Venezuela, la periodista que tenía al país apretado en un puño en su programa de entrevistas matutino. Una mujer con poder que le transfirió a él la capacidad de olerlo.

«Él, Izaguirre, que entró y salió de galerías como Warhol de su fábrica neoyorquina se vio en la tesitura de cómo ser todo lo que llevaba dentro»

A Boris Izaguirre algunos lo definen como un personaje del papel cuché. Un ser pintoresco. Y, sin embargo, es mucho más que eso. Si existe una gauche divine caraqueña, Boris creció en su centro. Es hijo del crítico cinematográfico más importante del país y epicentro de la cultura venezolana de los años sesenta y setenta, Rodolfo Izaguirre, y de la bailarina por excelencia, Belén Lobo. También sobrino del mayor dramaturgo del siglo XX de ese país, Isaac Chocrón —retratado en esta novela con una cercanía y precisión que desata tormentas en cualquier melancólico—. Boris Izaguirre creció entre artistas e intelectuales, cual Niño Dios de un pesebre cultural que terminaría por quedarle pequeño. Alguien que salió de Caracas para reinar en otra parte. No sin cicatrices. No sin dolor. No sin tormentas. Ésas que él lleva dentro.

Sin haber cumplido aún los veinte, Boris Izaguirre formó parte del equipo de guionistas de José Ignacio Cabrujas —dramaturgo y guionista que aspiró a convertir la telenovela en una gragea literaria empujada con la mortadela de la televisión—. El joven mamó de la prescripción cultural de aquel entorno. Comió pasta a la putanesca mientras aquella pluma nacional de los ochenta le preguntaba, a bocajarro: “Izaguirre, ¿usted qué prefiere, Verdi o Puccini?”. Él, Izaguirre, que entró y salió de galerías como Warhol de su fábrica neoyorquina, se vio en la tesitura de cómo ser todo lo que llevaba dentro. Entonces respondió: Puccini. Esa sinfonía sentimental que era él entonces, y sigue siendo. Un bel dì vedremo, a lo bestia . Y mientras todos le advertían que debía escribir un gran libro, uno de verdad, él se distraía en sus columnas y eventos sociales. Fue ahí donde recolectó y coleccionó sus mejores estampas, las que ya habían asomado en aquella Azul petróleo, o Dos monstruos juntos, incluso en la propia Villa Diamante… y que aparecen en las páginas de este nuevo libro. Acaso porque Boris emprende camino de vuelta hacia sí mismo. Hacia la tormenta.

Nació y creció entre escritores. ¿Ese gran personaje que usted ha creado y que lleva a cuestas le ha robado espacio a su voz como escritor?

⎯No…. Lo que he hecho es ganar dinero para poder escribir con más tranquilidad.

¿Y puede?

⎯Sí. Me he dado el lujo de dejar aparcadas muchas cosas para dedicarle cuatro años a esta novela. He seguido trabajando, pero en otros lugares y otros formatos. Sigo haciendo televisión, pero en Estados Unidos, donde es mucho más rígido y no con la libertad de aquí. Aunque tengo que decir que desde Crónicas hasta hoy creo que la televisión se ha hecho mucho menos libre. En fin, que creo que todas estas cosas nuevas me permiten tener mayor organización para escribir.

¿Todo lo que quisiera?

⎯Dedicarte a la escritura no te garantiza que vas cobrar un sueldo mensual, ni mucho menos. No siento que una cosa haya eclipsado a la otra, al contrario: una ayudó a la otra. Tampoco habría podido escribir Tiempo entre tormentas sin esta vida de entrar y salir de la televisión.

«Estoy seguro que hay muchas madres que se enfrentan a lo que mi mamá se enfrentó conmigo»

Habló de libertad. Llama la atención la visión que aporta de la homosexualidad como un asunto lleno de prejuicios.

⎯No, en absoluto. Mira Rusia: es un país homófobo. Tiene leyes contra la diversidad, que es algo por lo que muchos seguimos luchando. Estoy seguro que hay muchas madres que se enfrentan a lo que mi mamá se enfrentó conmigo. Primero entender y entrar en ese proceso de las explicaciones. La sexualidad no necesita dar explicaciones, la homosexualidad sí. Siempre tiene que darlas. Siempre, siempre, siempre…

Pero si la homosexualidad ha sido su mayor arma, su mejor instrumento para escandalizar…

⎯En un país muy machista, que no era el mío.

La España que retrata sorprende por su enorme conservadurismo…

⎯Yo llegué en los últimos años de Felipe González y en el comienzo del primer gobierno conservador en democracia…

Pero había ocurrido la Movida, en algo debió de influir.

⎯Sí, había ocurrido la Movida. La homosexualidad estaba presente como tema, pero no se entendía. A mí me gusta pensar que mi forma de ser y mi forma de escribir están para quitarle hierro a las cosas que tienen demasiado peso. Pienso que cuando aligeras tienes que reconocer por qué y por quién lo haces…

¿Por qué sacó de esta novela ese episodio de Cabrujas, que yo le he escuchado, cuando le dijo: ‘vete a España, tú que sabes dejar afectos atrás me cambiarás por Miguel Bosé…’?

⎯¿A que es una bella frase?

¿Y por qué no la incluyó?

⎯Porque Miguel no está en la novela.

Y qué más da, es Cabrujas quien habla.

⎯Fue una de mis decisiones… Aunque muchos de los gestos y las cosas de su madre están recogidos, me pareció que mencionar a Miguel y a otras personas crearía una novela dentro de una novela, y yo quería que esta fuera una novela de Belén y Boris, y la de luego Gerardo y Altagracia, que son los dos grandes antagonistas. Esta novela debía contar eso: cómo en principio dos señoras muy amigas enfrentan de forma muy distinta una situación que es terrible…

Más allá de que su hijo sea homosexual y no lo admita, el problema de Altagracia con la verdad es terrible. Hasta dar las noticias, que es su trabajo, resulta conflictivo.

⎯ (Risas) Pero Altagracia y Gerardo no existen … los he creado —Izaguirre se refiere a dos oponentes de peso, la mejor amiga de su mamá Belén, y a su vez la madre de Gerardo, su violador—.

«Aquí el cuadro Tiempo entre tormentas es mi opinión sobre la realidad venezolana: está secuestrada»

Por eso se lo digo: son una metáfora de su sociedad, que se lleva mal con la verdad. Ambos son imágenes de la Venezuela demolida.

⎯Y secuestrada… como pasa con el cuadro, que es el gran símbolo. Me ocurrió lo mismo con De repente fue ayer, esa relación de los amigos que se enamoran y luego desaparece es una especie de símbolo de lo que la revolución cubana significó para la generación de mis padres que fue una gran ilusión al mismo tiempo que una gran decepción. Aquí el cuadro Tiempo entre tormentas es mi opinión sobre la realidad venezolana: está secuestrada. Es cierto: estuvo muy mal gobernada y luego fue secuestrada.

Hace una reflexión sobre Caracas, su belleza, su impostación y ferocidad. Habla de la gardenia, que llamáis malabar, un nombre que la embellece todavía más…

⎯O la amanera todavía más, que es mi punto de vista. Me parece innecesario, pero es cierto, malabar es mucho más hermoso.

Usted vive un nuevo momento de desarraigo, ¿no?

⎯Sí, ahora estoy en Estados Unidos. Sí, me he vuelto a desarraigar, cosa de la que no estoy muy seguro que haga mucha gente. Un desarraigo lo aguantas, ¿pero… dos? Es algo como, guaooooo, ¿te gusta este dolor? Porque es muy duro. De hecho, la palabra es muy dura y es un proceso muy duro.

«Esta novela no es sólo una muerte, es la muerte de un país.»

¿Usted, como el pintor, busca en esta novela la mejor versión de sí mismo en un cuadro del pasado?

⎯Veamos -Boris vuelve a alzar la vista, nubla la mirada con la cortina de sus pestañas- yo no habría podido escribir esta novela si no me hubiese ido a Miami. Esa ciudad me daba distancia. Ya había conseguido mi sitio y mi ciudad en el mundo, que es Madrid, sin embargo, me fui. La mayoría de las personas me han preguntado ‘¿por qué haces esto?’. ‘Estás alejándote de aquí, para penetrar en un mercado que necesariamente no tiene por qué ser tuyo’. Pero ha sido por la novela. Sin ese coñazo —Izaguirre usa la acepción venezolana de esa palabra, que alude a golpe—, sin ese desenganche yo no iba a hacer de esta novela lo que yo quería que fuese: algo real. Esta novela no es sólo una muerte, es la muerte de un país. Mucha gente en España puede decir, ¿una novela sobre Venezuela? Es que una novela te permite escribir sobre lo que tú quieras. Yo voy a hablar de mi madre, yo quiero hablar de esa nueva Atlántida, porque yo estoy viendo el hundimiento. A lo mejor estando allí no podría, pero yo lo estoy viendo. Y es el momento para hacerlo, para hacer una crónica de ese momento.

¿Cuándo va a dejar de mentir?

⎯ (Risas) ⎯Boris sonríe como para correr un velo de ligereza sobre un paisaje de sal.

Sí. ¿Cuándo va a dejar de ser ese personaje que juega a ser frívolo?

⎯Pienso que me ha traído a muy buenos lugares y me ha permitido desarrollar mi discurso como quiero. Decir la verdad es de muy mala educación, como dice Carolina Herrera, pero gracias a todos esos maquillajes y disfraces he conseguido un armario y en ese armario hay una ventana desde la que veo muy bien. Y lo que veo, luego lo escribo.

¿Es ésta una novela venezolana… más que española?

⎯Tengo un público lector en España y he jugado a la opción de introducir, muy pausadamente y de a poco, la reflexión sobre Latinoamérica. Yo soy un autor de nacionalidad venezolana y española, pero publico en España y me leen en España. Así que esta es la relación entre una madre y su hijo, y que, aunque yo me haya hecho español, ella está allí. Y eso pesa. Es una novela sobre dos muertes: la de mi mamá y la de mi país.

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