Fantasmas de escritores

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No es nada fácil encontrarlos, os lo prometemos, porque cada vez que buscas fantasmas y escritores todo lo que se encuentra en la red son historias de escritores fantasmas que escribieron para otro. Sin embargo, lo que queríamos encontrar no era eso, sino historias de escritores que siguen presentes como fantasmas (o que eso es lo que se diga de ellos… no vamos a entrar a analizar la veracidad de su presencia fantasmal). Si hay fantasmas de nobles, de personas de destino trágico, de reyes y de tantas y tantas personas y con tantas y tantas historias, ¿no debería haber también historias de escritores que ahora son presencias fantasmales?

Haber hay bibliotecas encantadas con fantasmas residentes (una de ellas está en Elche). Escritores con presencias fantasmales solo hemos localizado tres (realmente, dos) y todos ellos están en España.

El fantasma de Becquer vive – quizás – en la casa de la escritora Lucía Etxebarría(aunque Rappel no está muy convencido, porque Becquer no era una persona “diabólica”). Aunque tira libros y se oyen pasos, no es un fantasma molesto.

La presencia fantasmal de Becquer parece por tanto un poco limitada. Más habitual es encontrar referencias a la de Cecilia Bohl de Faber, que publicaba como Fernán Cabellero. Una sombra fantasmal con forma de mujer se pasea por la Facultad de Bellas Artes de Sevilla. Se cree que es la escritora.

“Se cuenta que frente a su tumba se formaba una especie de ente de luz que recorría la facultad. Creían que era su espíritu”, explicaba a 20 Minutos José Manuel García, autor de Guía secreta de Sevilla. El fantasma de Cecilia Böhl de Faber es parte de la leyenda negra de la ciudad. La razón por la que la escritora vaga como fantasma no aparece clara en ningún lugar.

José Zorrilla no tiene ‘fantasma oficial’ pero en su casa museo en Valladolid vive un fantasma (lo que es muy adecuado para un escritor que es el rey del día de Difuntos). El propio Zorrilla vio al fantasma cuando era un niño (o eso dejó escrito). El fantasma era: “una señora de cabello empolvado, encajes en los puños y ancha falda de seda verde, a quien yo no había visto nunca, ocupaba efectivamente el sillón, y con afable pero melancólica sonrisa me hacía señas con la mano”. Era, al parecer, su abuela.

A la abuela, por cierto, no le gustó mucho que sacasen hace unos años su habitación del circuito del museo. Cuando renovaron el museo y la eliminaron, empezaron a pasar cosas. “Los proyectores se ponían en marcha solos, las luces se apagaban y se encendían autónomamente, desaparecían cosas, se abrían cajones solos, se rajaban las lunas de los espejos”, explicaba a la prensa local la que fue directora de la casa, Ángela Hernández. La habitación volvió al recorrido.

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