Adiós a Sam Savage el creador de la rata inolvidable

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El escritor estadounidense que murió el jueves a los 78 años siempre será recordado por Firmin, una novela fuera de norma, protagonizada por una rata cultísima, que lo hizo célebre.

El hombre errante y viajero, que fue amante de la poesía, estudiante de filosofía alemana, mecánico de bicicletas, carpintero, pescador de cangrejos y tipógrafo, un díscolo con incesantes preguntas en busca de un puñadito de respuestas, un día escribió un libro que le cambió la vida: Firmin, sobre una rata que nació en el sótano de una vieja librería en el Boston de los años 60 y aprende a leer devorando literalmente las páginas de los libros. Pronto deviene una rata culta, que será marginada por su familia y buscará la amistad de su héroe Norman, el librero que la intentará matar cuando la descubra. La auténtica hospitalidad llegará de la mano de Jerry, un estrafalario escritor de ciencia ficción. «Tendrían que enterrar los libros con sus propietarios, como hacían los egipcios, para que la gente no pudiera poner sus manazas en ellos (…); para que los muertos tuvieran algo que leer en su largo recorrido de la eternidad», afirma la rata que imaginó Sam Savage, el escritor estadounidense que murió el jueves, a los 78 años, en su casa de Wisconsin. La novela –narrada en primera persona por Firmin– se publicó en una pequeña editorial de Estados Unidos, Coffee House Press, en 2006. No vendió mucho, aunque los libreros estadounidenses estaban fascinados, hasta que Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral, encontró de casualidad el libro. Después de leerlo, compró los derechos para traducirlo al castellano y publicarlo un año después. Desde entonces vendió más de un millón de ejemplares y fue traducido a casi 30 lenguas.

«Siempre imaginé que la crónica de mi vida, si acaso alguna vez llegaba a escribirla, tendría una primera frase excelente: algo lírico, como ‘Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas’, de Nabokov; y, si no me salía nada lírico, algo arrollador, como ‘Todas las familias felices se asemejan, pero cada familia desdichada es desdichada a su manera’, de Tolstói. La gente recuerda estas palabras incluso cuando ya ha olvidado todo lo demás que hay en el libro. En lo tocante a frases de apertura, la mejor, a mi modo de ver, es el comienzo de El buen soldado, de Ford Madox Ford: ‘Éste es el relato más triste que nunca he oído'». Firmin es una rata inolvidable y ese comienzo inscribe a Savage –que tenía 66 años cuando publicó su primera novela– en el grupo de escritores que podrían aglutinarse bajo la expresión inglesa «one hit wonder», que en desmedro de la literalidad podría simplificarse como «autor de un único libro o de una única obra». Algo que en el caso de Savage no es estrictamente correcto, porque publicó varias novelas más después de su título best seller, como El lamento del perezoso (2009), Cristal (2012) y El camino del perro (2016).

De niño Savage –que nació en Camden, Carolina del Sur, el 9 de noviembre de 1940– jugaba con su madre a abrir al azar una antología de poesía romántica inglesa y leerle un verso para ver si sabía identificar el poema. Cuidar de siete hijos obligó a esa madre a olvidarse de sus propias creaciones y Savage sintió cómo ella proyectaba sus esperanzas de redención en él. Aunque lo intentó y escribió muchísimos poemas no funcionó. «Iba detrás de algo imposible, de un lenguaje de expresión y emoción puras, cercano a la música, afín a los surrealistas. Una fuente de frustración constante», recordaba el escritor estadounidense al repasar su primera juventud. Se pasó a la narrativa. Lo intentó. Escribió el inicio de varias novelas. No funcionó. «Carecía de fe en mí mismo. Décadas después me reencontré con aquellos manuscritos preparando una mudanza y pensé: ‘¡Pero si no están tan mal!’. Sin embargo, en su momento me parecieron terribles, supongo que fui demasiado exigente conmigo mismo». Savage estudió dos años en la Universidad de Heidelberg (Alemania) y aunque tuvo su «momento» Martin Heidegger adoptó para siempre a Ludwig Wittgenstein, dio clases en Harvard sobre Friedrich Nietzsche y Karl Marx, y acabó su tesis doctoral en París. Encontró la liberación personal trabajando como jardinero en un monasterio cerca de Viena y cuando regresó a los Estados Unidos, en Boston, trabajó reparando bicicletas. Después se casó con Nora, a quien había conocido en París, construyó con ella una casa en el medio del bosque, para fundirse con la naturaleza y seguir el paradigma de Henry David Thoreau, y crió a sus hijos.

«Tengo la sensación, seguramente errónea, que en mi cabeza tengo los libros en capas: uno encima de otros, sólo tengo que escribirlos y necesito quitar los que están encima para realmente llegar al buen libro que sé que hay allí en el fondo. Tengo que escribir estos para dar con él. ¡Ya están escritos, sólo tengo que quitarlos de en medio! Ya están concebidos en mi cabeza. Como las ciudades de Troya que estaban unas encima de otras», comparaba el escritor. «No tengo ninguna esperanza en el género humano», reconocía Savage, un escritor que cuestionaba la vanidad y displicencia del mundo de los escritores. «Cuanto más viejo, más desconcertado me siento. Es preferible la sensación de perplejidad a la de certeza, porque si estás en lo cierto es que estás equivocado. Ahora sé menos, mis creencias languidecen. Soy menos sabio, siempre que en la ignorancia no radique la auténtica sabiduría. De aquí que pueda escribir».

Autor: Silvina Friera

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