Jacobo Fiterman: relato de una vida junto al arte

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Comenzó a coleccionar cuando tenía 19 años. Siete décadas después, inaugura  su primera muestra fotográfica.

«Tengo siete stents, dos by-pass, y cuando voy al médico y mi familia me pregunta cómo me fue, les digo lo que él me dice: que estoy mal. Pero yo bajo la cortina y sigo haciendo mis cosas como siempre. No hago caso. La mente es una cosa rara: lo domina todo, hasta al mismo cuerpo. Es muy fuerte”, comenta Jacobo Fiterman, eje fundamental del sistema artístico argentino. Cualquiera que se vincula al arte conoce a Fiterman: amigo de creadores, colega trabajador, importante coleccionista e integrante de la red de instituciones, artistas, espacios y galerías de nuestro país, fue también el creador de la feria ArteBA.

Ahora el incansable gestor presenta su primera exposición como fotógrafo, a los 89 años. Un artista emergente, en el más bello sentido de la palabra. Las obras pueden verse en Jacobo Fiterman. También fotógrafo, en la galería Cecilia Caballero. Allí nos encontramos para escucharlo atentamente: pocos conocen tanto del mundo del arte local, pero además excepcionalmente las personas tienen ese carácter fuerte y firme, que los lleva siempre hacia adelante.

-¿Cómo se acercó al arte? ¿Había artistas en su familia, veían exposiciones?

 -Mi acercamiento al arte es una cosa extraña: vengo de una familia humilde, que no tenía ningún tipo de vínculo artístico. Vivíamos en Florida. Mis padres eran inmigrantes polacos. Llegaron a la Argentina en el año 1923, después de la Primera Guerra Mundial.

-¿A qué se dedicaban?

-Tenían un pequeño bazar, primero en Provincia, después en Capital. Comenzaron en una feria, siguieron con un puesto en un mercado. Siempre se esforzaron para que mi hermano y yo estudiásemos. Yo quería ir a Israel, pero mi papá me dijo: “Hicimos todo un esfuerzo para que vos estudies”. Entonces comencé Ingeniería Civil. Hice la carrera en seis años, trabajando en Obras Sanitarias.

-¿Qué contaban sus padres acerca de Polonia?

-Sufrieron una gran catástrofe allí, pero mi madre nunca hablaba del tema. Había nacido en la década del 90 y padecido muchos golpes. Pero siempre tuvo una sensibilidad por la belleza y lo estético.

-¿Y su padre?

-Mi papá era muy trabajador, muy buena persona. Él y mi madre se casaron muy enamorados. Mi madre era una mujer de mucha fuerza. Me pusieron “Jacobo”, por mi abuelo: Jacobo fue, para el Pueblo judío, el creador de las 12 tribus.

-¿Cómo comenzó a trabajar?

-Soy de una generación que respetaba mucho al que estudiaba, particularmente dentro de la colectividad judía, a la que pertenezco. Y siempre digo que tuve un suegro sin necesidad de casarme con la hija (Fiterman ríe), un hombre al que conocí porque yo salía con su hija. Me estaba por recibir de ingeniero, ella iba a ingresar a arquitectura, y entonces Don Julio, su padre, me dijo: “Fito, cuando usted se reciba le voy a dar su primera obra”. Fantástico, pensé yo, que todavía estudiaba. Pero entonces la chica me pide una prueba de amor, quería que yo no construyera. “Los que construyen son los arquitectos”, me dijo. Me quedé mirándola: era una posibilidad importante, yo tenía que salir de esa condición, no de pobreza pero sí humilde.

-¿Se separaron?

-No (contesta riendo) ¡en esa época ni llegabas a juntarte! Eran otros tiempos. Yo tenía 24 años, ella 18; había una gran diferencia de edad. A pesar de no salir más con ella, cuando me recibí lo llamé a Don Julio : “Quiero que sepa que me recibí”, le dije y él respondió: “Venga, que le voy a dar su primera obra”. La hice en tiempo record.

-Volviendo al mundo del arte, ¿cuál fue la primera exposición que visitó?

-Yo iba a la Escuela Industrial. Allí tenía un profesor, Armando Repetto, en la materia Construcciones Metálicas. El hizo por aquellos años una muestra en la galería Van Riel. Esa fue la primera vez que fui a ver una exposición. Tenía 18 años.

-¿Cómo comenzó su colección?

-Cuando tenía unos 19. Por ese entonces se hacían varios concursos de manchas. Los chicos salían a pintar y yo salía, miraba, y por ahí compraba algo. Me entusiasmaba mucho. Todo lo que tiene que ver con las artes visuales me interesó siempre.

-¿Cuándo consideró que era un coleccionista de arte?

-La primera vez que compré obra “en serio” fue en un remate a beneficio de la lucha contra la poliomielitis. Fue por los años 60. Recuerdo que compré una pequeña obra de Orlando Pierri y una aguada de Castagnino. Y que no me alcanzó para comprar un dibujo de Soldi. Esas fueron las primeras compras de mi colección.

-¿Cuántas obras tiene actualmente?

-Serán alrededor de 600, aunque un grupo grande lo doné para formar el patrimonio del museo de Carlos Alonso en Mendoza.

– Tiene con Alonso un vínculo muy especial…

-Hace sesenta años que somos amigos. Carlos fue la primera persona que contacté en el mundo de la pintura. Cuando lo conocí, él había ganado el premio Emecé para ilustrar el Quijote. Yo lo acompañé a colgar los dibujos en la galería Pisarro. Él me miraba extrañado, yo estaba ahí porque me entusiasmaba la obra, la exposición.

-Pero usted no es un coleccionista tradicional sino que acompaña a algunos artistas.

-Sí. Mezclé todo eso que me atraía del arte con la iniciativa de poder ayudar a alguien, de poder conocerlo y seguirlo.

-¿Cómo se conocieron Carlos Alonso y usted?

-Fue en la galería de la Casa del Pueblo, un lugar en donde se vendían obras donadas por los Artistas del pueblo a beneficio. Nuestra relación fue creciendo, nos ayudamos. Yo le facilitaba edificios que estaba terminando para que él tuviera espacio para pintar. Y a través de Carlos me vinculé con otros dos artistas importantes para mí, Antonio Pujía y Carlos de la Mota, a quien le he comprado muchísimo. También hice un libro sobre su obra.

-Viniendo de una familia humilde hizo un salto económico muy grande. ¿Cómo ocurrió?

-Siempre digo que hice dinero sin proponérmelo. A mi hermano y a mí nos gusta trabajar, tener obras, ir a distintos lugares… Y al mismo tiempo, yo formaba parte de la vida comunitaria judía, en la que tenía un cierto liderazgo. En ese momento (era todavía la época militar), conocí a través de unos almuerzos que organizaba la oficina, distintos líderes políticos: primero vinieron Carlos Fayt y Dardo Cúneo, ex director de la Biblioteca Nacional. En un momento también vino a comer con nosotros Alfonsín. Fue en el 82, un día antes de las Malvinas.

-¿Recuerda algún comentario específico de Alfonsín sobre los tiempos que se venían?

-En un momento le pregunté si sabía qué iba a pasar con los militares si él se convertía en presidente. Y me contestó que los militares se querían ir pero con honor. Al otro día fue la guerra. Alfonsín también me dijo: “No se puede juzgar a todos. Hay que hacer como en Nüremberg”. Y entonces comenzó a comentar sobre lo que después sería la ley de Obediencia debida. Quedamos en muy buena relación. Hasta vino varias veces a casa, ya como presidente. Me dio el honor de venir a cenar para las fiestas de la Pascua judía.

-¿Cómo comenzó a formarse como el gestor, conocedor y coleccionista que posteriormente crearía arteBA, una de las ferias de arte más importantes del continente?

-Cuando podía, asistía al Colegio Libre de Estudios Superiores de la avenida Santa Fé, donde hasta Borges había dado clases . Comencé a rodearme de ese contexto intelectual y con el tiempo también fui recibiendo una educación visual. Siento que es verdad lo que Picasso respondió a Dominguín cuando este le preguntó “¿qué hay que hacer para aprender arte?”. Aprendés mirando. Yo fui mirando, desarrollando ideas, eran otras épocas: un pintor hacía una exposición y después íbamos a comer todos juntos.

– Tiene también un gran amor por la música.

-Amor que nació desde jóven, cuando trabajaba en Obras Sanitarias y salía a las cinco de la tarde y me iba al Colón, a las funciones baratas. Me vi todas las épocas del teatro. Pero ir al Colón era un esfuerzo. Tuve la suerte de que la hermana de un compañero de trabajo cantara en el coro. Así que íbamos a escucharla a la tertulia, de parados.

-Si representaba tal esfuerzo asistir al Colón ¿por qué iba?

Porque necesitaba llenarme de cosas bellas, de cosas hermosas.

-¿Qué puede comentar acerca de su experiencia como funcionario público en Capital?

-Fue entre el ´86 y el ´89. Yo lo había buscado a Alfonsín para formar ArteBA pero él me nombró Secretario de Obras Públicas.

-¿Y cómo abordó un puesto que no esperaba que le ofrecieran?

-Cuando asumí no tenía idea, pero conocí personas que me ayudaron, como Bernardo Dujovne, y Dardo Cúneo (hijo). Eran radicales que sabían del tema. Los nombré a ellos para que ellos hagan. Creo que es importante no tener miedo de saber que no se sabe. Mi papel era gestionar cosas, era un papel político. En realidad, estaba sorprendido de que Alfonsín me hubiera nombrado a mí.

-¿Qué observaciones puede hacer ahora, a la distancia, de su paso por la vida política?

-Creo que hay que saber retirarse a tiempo, Pero mi conclusión general es: si podés, no te metas en la política. La política tiene muchos entretelones que no me interesan. A mí me interesaba gestionar, posibilitar cosas.

¿Cómo comenzó la idea de crear ArteBA?

-A Carlos Grosso (intendente de la ciudad entre 1989 y 1992) se le ocurrió hacer una feria de arte en la Argentina. Entonces fui a hablar con Benzacar y otros galeristas. En realidad ya existían ferias, como la que se hacía en Harrods (que fracasó). Todos me pintaban un panorama negativo.

-¿Por qué piensa que esa feria fracasó?

-Porque el arte va involucrado con cierto glamour alrededor. Tiene que haber cierta situación. El que compra arte busca algo más que la obra en sí.

-Volvamos a la creación de arteBA.

– Planifiqué una situación de marketing creativo: hicimos una conferencia de prensa con profesionales y especialistas (cosa que hasta ese momento acá no era usual). La primera feria se hizo en el Centro Cultural Recoleta. Tiramos fuegos artificiales, sacamos un número especial en un diario… Pero cada vez que entro a un lugar, comienzo reconociendo que no sé. Por eso lo llamé a Julio Suaya. Él estaba con la muestra de Antonio Seguí en el Bellas Artes y había ideado algunas cosas, tenía un auto con los colores y los hombrecitos de Seguí que daba vueltas por la calle.

-¿Cómo ve la feria ahora?

-La veo muy bien, creció mucho. Pero es una fundación sin fines de lucro, debería brindar servicios. Nosotros invitábamos artistas de todo el país, les pagábamos los pasajes, el alojamiento, les vendíamos la obra. Ahora es una feria comecial, con mucho éxito y mucha calidad de oferta, pero sin su parte comunitaria.

-¿Fue cuestionado mientras dirigió la feria?

-Me criticaban que aceptara galerías “clásicas”. Pero yo necesitaba dinero para poder ir hacia adelante.

-Por primera vez está realizando una exposición como autor. ¿Por qué, ahora, fotografiar?

-Porque siempre traté de ver, no sólo mirar.

-Muchas de sus fotografías son en Nueva York. Usted mantiene una relación especial con esa ciudad.

-Paso 100 días al año allí. Fui por primera vez en el ´68. Aprendí mucho como ingeniero civil vinculado a los bienes raíces. Vi cómo se podían resolver dificultades, y ahorrar gastos.

-¿Qué lo apasiona de esa ciudad?

-Podría resumirlo así: un día entré a un negocio en Manhattan en el que había un cartel que decía: “We speak English too”.

-¿En las fotos de su muestra aparecen muchas personas, por qué?

Me interesan las relaciones humanas; las expresiones de amor, siempre viví con mucha emoción la relación con la gente. Y siempre me interesaron mucho las personas.

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