Carvalho. Problemas de identidad

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No se puede catalogar a Carlos Zanón como un escritor de novela negra al uso. Más bien es un gran lector del género que utiliza elementos del noir en sus novelas. Sus anteriores libros –Tarde mal y nuncaNo llames a casaTaxi, y sus cuentos Marley estaba muerto– se podrían definir de un modo bastante general como variaciones existenciales de nuestro presente que muestran perdedores, desarraigados, inmigrantes, árabes, latinos, trabajadores… personas que buscan un destino en una sociedad que no cuenta demasiado con ellas, donde se toman códigos del género negro, aunque lo de menos sea la peripecia del mismo, y sí más, mucho más, la evolución de esos personajes a través de una historia que arraiga en el paisaje, Barcelona, pero no la Barcelona de luces, sino las otras Barcelonas posibles que también existen, las sudorosas, las que luchan, las que están en los márgenes, donde se combinan ecos que van de Juan Marsé a la cultura popular patria y anglosajona que enraizó en el autor, siempre libre de clichés y arquetipos, liberado de las reglas de la trama, porque las suyas son tan impredecibles como cualquier sueño, pero ancladas en la realidad y donde se vierte ironía y compromiso sin discurso, con un estilo cincelado con sudor, donde la frase corta -beat- y los monólogos se combinan con la fuerza de un jab izquierdo de Muhammad Ali, preciso y bello.

Una visión de Barcelona derrotada o al menos con la memoria dolorida. Melancólica, pero nunca nostálgica. De izquierda. De la de antes. Sin imposturas ni diseños ni traiciones. Que se estremece como si estuviera dormida. Tal vez de ahí la elección de Zanón. Por eso más vale decirlo de entrada: Carlos Zanón ha escrito una novela magnífica. El desafío de continuar la saga de Carvalho, personaje creado por Manuel Vázquez Montalbán (MVM), era mayúsculo porque tanto el Detective como el Escritor pueblan el mundo de los mitos. Zanón no se ha propuesto revivir la voz de MVM -aunque curiosamente está, porque hay un juego metaliterario y vital de herencias y simetrías- sino que ha escrito una novela ambiciosa con su propio estilo, una novela melancólica y despiadada de Carlos Zanón, en la que su característica pegada visceral se nutre de su aliento poético, renunciando a imitar al creador de Carvalho, para ampliarlo por medio de una exploración de su obra y del paisaje moral de la Barcelona actual.

Meterse en Carvalho. Problemas de identidad es una experiencia, por la manera en que Zanón, a través de su propia mirada, su estética y recursos -se combinan las repeticiones de una canción rock-pop, ritmos vertiginosos y pausados, diálogos afilados, mirada que es crónica sentimental y radiografía de nuestro tiempo- se adentra en la obra de Vázquez Montalbán. Lo hace de un modo orgánico, sabedor de que los iconos siguen vivos y son atemporales. Y sin embargo, pese a que cualquier lector de MVM podrá reconocer paisaje y paisanaje, el Carvalho de Zanón también tiene la virtud de ser único. Un Carvalho al que los años, como no podría ser de otra forma, le han agriado el carácter, más irónico, hastiado de una sociedad enferma, como él, aunque se niegue a ir al médico y que tiene sus tira y afloja con sus trabajadores, sobre todo con Biscúter, que lo saca de quicio y encima va a participar en Masterchef. Y Charo, la prostituta, la novia, ya solo está en sus pensamientos. Como esa Novia Zombie que está sin estar, como esa Barcelona de márgenes que ya no será la que fue.

Como en la mayoría de sus novelas, Zanón empieza in media res para sumergirnos en su visión sobre detective y creador, en la que las tornas parecen mutar una y otra vez -homenaje a MVM y hallazgo estilístico-, y donde el personaje se pregunta quién fue y quién es, vacío, solo, echa de menos al escritor y le gustaría que su vida fuera una novela que pudiera entender. «El Escritor. Ojalá estuviera aquí ahora. Ojalá me dijera qué hacer con mi vida. Ojalá hiciera con mi vida una novela que yo pudiera entender y que, al cabo de trescientas páginas, se resolviera con algo de verosimilitud, entrando al poco en el olvido, sin cicatrices», piensa el Carvalho de Zanón, recurso, homenaje, estilo de alguien derrotado como un personaje de Manchette, poblado de amargura y lucidez, de dolor y cierta resignación de un Carvalho cínico, melancólico, quejoso, que cuestiona como una manera de estar vivo -quizá la única que entiende-: «Muy a menudo me pregunto qué pensaría El Escritor de esto y de aquello. ¿Qué diría de todo esto que sucede ahora en la ciudad, en este país, en este mundo al que, supuestamente, se le ha acabado la Historia…? ¿Qué diría de Trump, del Rey y Corina, de Messi, de todo…?».

La escritura de Zanón no enmienda nada, para él escribir es excavar y ver qué sucede. Lo hace desde un tono crepuscular, crítico, desencantado. Carvalho sigue hablando de temas urgentes de su tiempo -la transformación de Barcelona con la invasión de los turistas, la subida de alquileres, la pobreza, el independentismo catalán…-, un tiempo más erosionado, violento, visceral, decepcionante, en el que nos engañan la realidad y también las ficciones.

El autor de Tarde, mal y nunca coloca a Carvalho frente a varios casos, las prostitutas enterradas en Montjuic, el asesinato de una prostituta yonqui deficiente, la Niñata -a la que da voz como a los muertos de Six Feet Under– y el brutal asesinato de una abuela y su nieta. El magnetismo de la narración exuda un mestizaje salido de las entrañas de la cultura popular, se ve recorrida por ecos musicales, cinematográficos, de series animadas y literarios con una extraña capacidad para la sugestión. Carlos Zanón es un narrador poderoso en el que destaca el retrato social y político frente al aspecto negro-policial; algo que también estuvo presente en MVM, sobre todo después de TatuajeLa soledad del manager y Los mares del sur.

Ese uso de espejos entre ficción y vida aumenta el aire de derrota que impregna lo contemporáneo en esta novela, convirtiéndola en una indagación comprometida que conmueve por la sacudida con la que emborrona el presente. Y Zanón lo hace devorando el noir, lo negro, porque él, su literatura jamás se ha ceñido a los contornos del género, su literatura ha demostrado impregnarse de la vitalidad de narradores contundentes e inmortales como Marsé y el propio Vázquez Moltalbán.

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