Patricio Pron: “La finalidad última de la literatura es contribuir a una discusión pública en torno a ciertos asuntos”

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Con Mañana tendremos otros nombres (Alfaguara, 2019), Patricio Pron no solo ha ganado el Premio Alfaguara  2019, sino que ha dado un giro en su narrativa. “Siempre escribo en contra de lo que he escrito antes”, comenta el escritor argentino afincado en Madrid que con esta nueva novela pone su atención en el presente y sobre todo presta atención en cómo han cambiado los códigos morales y lingüísticos y las prácticas sociales relacionados con las relaciones de pareja. A partir de dos personajes, Él y Ella, que rompen tras cinco años de relación, Pron indaga en este nuevo escenario de las prácticas amorosas, en los mecanismos y redes que hacen del deseo un producto de compra-venta, en los condicionamientos económicos sociales y en un cambio de moralidad y de conceptualización de las relaciones.

Tras leerte a lo largo de estos años, me atrevería a decir que Mañana tendremos otros nombres es la novela más distinta a todas las que has escrito, ante todo, por su mirada al presente, al inmediato presente.

Sí, todos mis libros anteriores daban cuenta del presente desde una perspectiva ligeramente heterodoxa: ponían de manifiesto que en el presente había una enorme cantidad de pasado. Por el contrario, esta es una novela que no se permiten esos excursos, es la primera novela mía en la que me atrevo a mirar a los ojos a un presente que es relativamente difícil de comprender y en el que, en realidad, no hay mucho asidero en el pasado debido a la transición de un régimen de moralidad a otro. Creo que este es el elemento más diferencial con respecto de mis novelas anteriores, a pesar de que, desde luego, uno es siempre, en mayor o menor medida, el mismo escritor y tiene las mismas preocupaciones. Mañana tendremos otros nombres, sin embargo, es una novela donde hay preocupaciones nuevas, intereses nuevos y es un intento de escribir contra mis libros anteriores, algo que siempre hago, aunque no siempre se vea con esta claridad. 

La dificultad tenía que ver con enfrentarte a un presente hecho de incertezas, pero también con el enfrentarte a un género como el de la novela de amor o de desamor.

Es difícil de clasificar esta novela. Puede parecer una novela romántica, que es posiblemente una de las peores definiciones que se le pueda ofrecer, aunque, evidentemente, se centra en una historia de amor; pero lo hace para hablar de la forma en qué concebimos las relaciones amorosas actualmente y de cómo nuestras relaciones amorosas son una especie de sitio privilegiado a partir del cual contemplar el mundo en el que vivimos hoy. Me parece contar bien una historia de amor y de desamor es muy complicado

¿Por qué el género está muy codificado?

En parte porque está codificado, en parte, porque hay magníficos antecedentes y, en parte, también porque, a diferencia de lo que sucede con cualquier otro tema con el que tengamos un vínculo meramente intelectual, las historias de amor se suelen escribir principalmente desde la propia experiencia, suponen un desnudamiento y una sinceridad que algunos escritores cultivan, pero de la que yo trato de huir. De modo que la dificultad estribaba en que, me gustara o no, iba a hablar de cosas que tenían que ver conmigo y con personas cercanas a mí. Sin embargo, el hecho de que sean dos personajes los que cuenten su historia y el narrador, al que el lector puede confundir con el autor, simplemente observa, diluye la experiencia personal: las experiencias que el autor que está detrás del narrador pueda haber tenido se distribuyen de forma equitativa entre lo que le sucede a ella y lo que le sucede a él.

Además, se trata de una novela que no se basa meramente biográfica, sino en una investigación lingüística, sociológica y cultural del hecho amoroso.

Como todos mis libros, este tiene tras de sí un gran trabajo de investigación;  he estado leyendo decenas de libros, ensayos y estadísticas y todas estas lecturas, como dices,  relativizan el elemento personal. Sin duda, hay un interés personal por indagar en estas cuestiones, un interés que conecta de forma muy singular y destacada con los esfuerzos de otros escritores contemporáneos españoles. El hecho de que autores tan distintos como Aixa de la Cruz, Isaac Rosa, Iván Repila o yo estemos hablando de estos temas, por una parte, da cuenta de un posible componente generacional y, por otra parte, de que, en la transición de un régimen de moralidad a otro, muchos hemos encontrado un aliciente para hablar de estos temas de una forma renovada.

En este sentido, Mañana tendremos otros nombres es una novela sobre la construcción de un nuevo lenguaje y, por tanto, de un nuevos códigos lingüísticos, morales, sociales y relacionales.

Sin duda, hay un componente lingüístico en esta transición relacionado con el hecho de que nos vemos obligados a redefinir términos como “sentimiento”, “seducción”, “pareja” y concebimos nuestros términos como “aliado” o “sororidad”. Se puede, por tanto, hablar de un desplazamiento lingüístico que no se desprende de un aspecto pragmático del lenguaje: estos desplazamientos lingüísticos son el producto de prácticas que están transformando la forma en que nos relacionamos los hombres y las mujeres. Lo que a mí me interesa es ver cómo, en la ampliación del campo de batalla que es la pareja, acuciamos la necesidad de otros nombres, puesto que los anteriores parecen no funcionar. Una vez más, el lenguaje es un campo de batalla en que se dirimen diferentes versiones de lo que somos y de lo que queremos ser.

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Imagen vía Alfaguara

Y los personajes, sobre todo Él, se enfrenta, muchas veces desde la incomprensión, a estas nuevas prácticas y a estos nuevos códigos.

Yo creo que los personajes experimentan la incertidumbre que, en buena medida, experimentamos todos ante los desarrollos que se han producido en los últimos año y ante las relaciones penosas que, en nombre de unos supuestos valores tradicionales que nunca han existido, pretenden echar por tierra estos desarrollos. Quizá la diferencia entre los dos protagonistas y el resto de las personas es que ellos, tras una separación, deciden intentar comprender cómo han amado y cómo desean amar. A menudo, movidos por la profunda emotividad y por la falta de certezas, de tiempo y de referentes, no nos detenemos a pensar en estas cuestiones y, sin embargo, mis personajes sí lo hacen: ellos convierten su pesadumbre sentimental en una excusa para pensar en cosas en las que no han pensado cuando la relación era estable y aparentemente seguían el “curso” normal que se esperaba de ellos -pareja monógama que se va a reproducir- Una vez que rompen, no se cuestionan este modelo, pero se ven confrontados ante el hecho de que existen más posibilidades y que estas posibilidades, si no son mejores de las que se proponían anteriormente, no han demostrado ser peores. Tienen el beneficio de la duda. 

En la novela, borras la separación entre privado y público y observas cómo el contexto social, político y económico influyen directamente en el ámbito privado.

Tendemos a creer erróneamente que podemos establecer una distinción entre nuestra vida privada y nuestra vida pública, sin embargo es evidente que están interconectadas. Una prueba de ello es que en un momento de inestabilidad política y económica, lo primero que disminuye son las tasas de divorcio. ¿Por qué? Porque muchos no se lo pueden permitir. Este es solo un ejemplo de cómo lo privado y lo público se cruzan de tal manera que la pareja no constituye un refugio contra las inclemencias como se ha dicho tradicionalmente, sino que es un hábitat donde se manifiestan estas inclemencias. Las incertidumbres políticas y económicas a las que hago referencia son absolutamente condicionantes en la pareja. Muchas personas aspiran a una igualdad absoluta que no contemple la desigualdad inherente entre personas y, si bien es evidente que hay que luchar para que estas asimetrías sean morigeradas en el ámbito del trabajo para que hombres y mujeres tengan a igual tarea igual gratificación económica, estas asimetrías persisten.

Otra idea que persiste es la de clase social: las plataformas para buscar pareja relacionan a las personas según su pertenencia de clase, excluyen toda idea de movilidad.

El algoritmo al que hemos otorgado la potestad de decidir algo tan íntimo como quién debe ser nuestra pareja, hace todo lo posible para eliminar las diferencias de clase. Está aparentemente programado para que personas de clases sociales distintas no se encuentren y esto supone el fin explícito de una movilidad social que, al menos como proyecto o como aliciente, había existido en nuestra sociedad en las últimas décadas.

En este sentido, la lógica del algoritmo no es muy distinta a la lógica de clase que imperaba cuando se concertaban los matrimonios entre los padres de familia.

Sin duda. Es una lógica acumulativa, es la misma lógica que concibe a las personas como bienes consumibles. Juan José Millás comentó que en este libro las personas se consumían unas a otras. Es una visión algo extremista, pero hay algo de ello; de ahí, que los personajes intenten recuperar la soberanía personal que ellos, al igual que tantos otros, han entregado a mecanismos de los que nada saben con cierta displicencia. Lo que ambos se proponen es recuperar el control de sus vidas y, en este sentido, Mañana tendrán otros nombres es una novela política y muy contemporánea, pues es evidente que hemos perdido buena parte de las potestades que se nos presuponen, paradójicamente en un momento en el cual las mujeres estáis llevando la lucha por la soberanía de vuestros cuerpos. Es curioso este deseo de recuperación de la soberanía individual, del que las mujeres constituyen la vanguardia, sea un tema del que los hombres no escribimos. En este sentido también, esta novela era un desafío y fue muy satisfactorio saber que, antes de la apertura de los sobres, algunos de los miembros del jurado del premio no sabían si era un autor o una autora quien había escrito el libro.

Esto desmonta la idea de que se pueda hablar de literatura escrita por mujeres como si se tratara de una literatura aparte o la validez de conceptos como “prosa o escritura con testosterona”.

Hay ejemplos para todo y para algunos estas etiquetas son argumentos de venta, sin bien no tienen que ver con cuestiones literarias. Para mí, los libros son de los lectores. Estaba lejos de mis intenciones ratificar una visión estereotipada de los géneros, que no son un problema para los personajes: ellos se piensas como personas que han resuelto lo que parece que son problemas para otros, ya no piensan en términos binarios, no conciben la homosexualidad o las otras formas de sexualidad como un problema. Mi impresión es que si has sido criado en la forma en la que yo he sido criado, es decir, desde una perspectiva feminista, estas cuestiones no suponen un problema para ti, excepto si las abordas desde la literatura.

Uno de los temas del libro es que todo es susceptible de ser convertido en mercancía, empezando por el deseo sexual y amoroso.

Unos de los puntos más extraordinarios de la plasticidad y de la potencia del capitalismo tardío es que no solamente comercializa bienes, personas y prácticas, sino también aquellos aquellos bienes, servicios y prácticas que vienen a compensar los accidentes que suscitan los bienes comercializados en primera instancia. Por ejemplo: en un contexto en el que no puedes borrar nada de lo que has producido en redes sociales y en el que hay muchas personas que padecen el hecho de reencontrarse con viejas intervenciones suyas en dichas redes, en lugar de invitar a pensar sobre por qué compartimos nuestras experiencias, qué clase de valor tienen esas experiencias o a qué apelamos cuando colgamos algo en redes sociales, se comercializan aplicaciones para superar las rupturas y ya existen redes sociales para personas que tienen problemas con sus rupturas en las redes sociales. Esta es la plasticidad del capitalismo tardío, es la posibilidad de convertir cualquier accidente en un nicho de mercado.

En términos psicoanalíticos, el deseo es siempre un deseo incumplido. El capitalismo tardío, por el contrario, en el intento constante de satisfacer cualquier deseo, despierta frustración.

En los encuentros amorosos/sexuales con personas a través de estas aplicaciones, se presenta la dificultad, para mí insalvable, de tener ganas de hacer las cosas tal y como has dicho que las vas a hacer en el contrato firmado con la aplicación, cuando es evidente que en un encuentro con una persona surgen cosas que se apartan del guion. Asimismo, este tipo de encuentros son una negación de la experiencia amorosa, en cuanto la experiencia amorosa es el descubrimiento del otro y el descubrimiento de ti mismo a través del otro. En este sentido, estos encuentros son profundamente contradictorios, pero su contradicción no parece ser percibida por la mayor parte de los usuarios de estas redes. Lo interesante de escribir ahora una novela sobre la experiencia amorosa es que hoy es posible dejar que un algoritmo determine por nosotros algunas cosas y, al mismo tiempo, es posible sustraerse del algoritmo y recuperar la potestad de determinar quién va a ser tu pareja y, consecuentemente, equivocarte.

El enfrentarte a un nuevo código moral, a nuevas prácticas y, por tanto, a un nuevo lenguaje, ¿te llevó a repensar en lenguaje literario o, mejor dicho, a cuestionarse de qué manera narrar desde nuevo paradigma lingüístico?

Este fue un tema que me mantuvo ocupado durante la escritura del libro, aunque venía preocupándome desde tiempo antes. Una de las cosas más importantes para mí era no utilizar neologismos y no mencionar marcas; pensaba que podía ser interesante que un presente frenético y confuso fuese narrado de una manera que no fuera ni frenética ni confusa. Nunca he aspirado a escribir una novela clásica, pero no quería ceder tampoco a la tentación de creer que hablar de lo nuevo significa hacerlo a través de una especie de novedad lingüística o estética que en realidad no lo es. Cuando escribía, pensaba en novelas que reproducen conversaciones de chats y de mails y en cómo estas novelas han envejecido rápidamente. Todo libro que habla del presente es susceptible de quedar fuera de lugar tan pronto como el presente cambie.

Pero, no se trata tanto de que una novela hable o no de su presente -pienso en la vigencia de ciertas novelas del XIX-, sino de cómo lo hace.

Estoy de acuerdo contigo, pero cuando escribía era consciente de la posibilidad de fallar en mi propósito, pero esta posibilidad de fallar era, al mismo tiempo, un aliciente para escribirla la novela Para mí, el problema último a la hora de escribir es el problema del realismo y su relación con la capacidad. Muchas novelas aparentemente realistas en torno a la experiencia amorosa adolecen de una desconexión de la realidad, lo cual no los hace necesariamente malas, pero les otorga la  condición de monumento de algo. Esto no las hace novelas muy realistas en cuanto no reflejan sino una parte de las muchas posibilidades que se ofrecen en torno a lo que es una pareja o una relación amorosa ni reflejan los condicionantes económicos y políticos. Escribir una novela realista me forzaba a abrir los ojos y hacer lo que toda literatura de relevancia hace: contribuir a que pensemos acerca de la forma en que pensamos. Puede parecer un trabalenguas, pero, para mí, la finalidad última de la literatura es contribuir a una discusión pública en torno a ciertos asuntos y hacerlo desde una posición que no sea moralista.

Autor: Anna María Iglesia

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