Libros: «Días sin final», belleza de lo terrible

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«Días sin final» es una rareza que merece trascender el encasillamiento al que la condena su temática

Finalista del premio Man Booker 2017, «Días sin final» es una novela oscura y luminosa a la vez, una historia extraña e inclasificable sobre la guerra, la identidad y la muerte, y sobre cómo el amor es capaz de imponerse a todas ellas. En su reciente visita a España, el irlandés Sebastian Barry afirmó que a menudo las épocas conflictivas se cuentan de forma más sincera en la literatura que en los libros de historia, escritos casi siempre por los vencedores, por quienes tienen el control. Esa es una de las razones que lo impulsó a escribir sobre la segunda mitad del XIX en Estados Unidos, etapa protagonizada por la persecución a los indios y, posteriormente, por la guerra de Secesión; un contexto en el que el autor sitúa a sus dos personajes principales, entre los que surgirá una relación sentimental, los adolescentes Thomas McNulty y John Cole. El primero, un emigrante irlandés; el segundo, un chaval de origen dudoso y «rostro demacrado por el hambre». Thomas y John, destinados a convertirse en soldados y ser inseparables.

Barry no ha leído «Viaje al final de la noche», de Céline, ni tampoco «El miedo», la excelente aproximación de Chevallier a los horrores de las trincheras en la Europa de 1914 a 1918, pero su novela habla de lo mismo: de las barbaridades que el ser humano es capaz de cometer y soportar como testigo en un escenario de conflicto donde impera el riesgo de muerte, y de cómo esa vida al límite influye en la escala de valores del individuo hasta alterarla.

Hoy igual que ayer

«¿Cómo fuimos capaces de ser testigos de auténticas matanzas sin inmutarnos? Para empezar, porque nosotros mismos no éramos nada», la reflexión de Thomas, voz de los atroces acontecimientos que, con un lenguaje literario, en ocasiones incluso poético, se narran en «Días sin final», se sitúa dos siglos por detrás del nuestro y, sin embargo, no desentona con la realidad actual, donde la inmigración y la presión sobre las minorías continúan abriendo los telediarios.

Bien documentada y construida con paciencia -Barry empezó a trabajar en ella en 1987-, «Días sin final» es una rareza que merece trascender el encasillamiento al que la condena su temática.
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