Lo gratuito, lo abierto y lo libre (o la gratuidad, el acceso abierto y la cultura libre)

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En el quehacer cultural —como ya sucedió en el desarrollo de software— es cada vez más común escuchar sobre el acceso abierto y la cultura libre. Pero ¿qué es eso de lo «abierto» y de lo «libre»?

«Bájalo, es gratis»

Uno de los primeros acercamientos hacia los productos o servicios abiertos o libres es que son «gratuitos». El usuario, de repente, se percata que no hay nada que lo restrinja en la descarga o uso de algún programa o contenido, llegando incluso al acaparamiento digital (e-hoarding).

La gratuidad puede ser por infracción de algún tipo de propiedad intelectual —como los derechos de autor o de patentes— aunque también se da porque el autor decidió liberar el contenido de esa manera.

Alphabet Inc. es un buen ejemplo de una compañía que ofrece a sus usuarios varias aplicaciones de manera gratuita; por ejemplo, Chrome, Gmail y el motor de búsqueda Google.

Facebook es otro ejemplo, así como Twitter, Airbnb, Uber, etcétera. Para el caso editorial, tenemos el catálogo mexicano de libros de texto gratuito, los diversos diccionarios de la RAE o las consultas en Fundéu BBVA.

Aunque no sea posible generalizar, en la mayoría de los casos el usuario termina dependiendo de varios de estos servicios «gratuitos»: el explorador para navegar por internet; el gestor de correo para el trabajo; el motor de búsqueda para encontrar información; las redes sociales para estar en contacto con familiares, amigos o compañeros de trabajo; los servicios de geolocalización para trasladarse, etcétera.

Algunos usuarios muestran su preocupación por este carácter de dependencia, ya que, más allá de lo que se ofrece, no es posible saber qué tanto se están utilizando nuestros datos personales para otros fines —lo que se conoce como minería de datos— o qué medidas de seguridad se están llevando a cabo para su protección.

El caso de Cambridge Analytica y Facebook son los más recientes en este aspecto, pero no son el único, como puede verse en las diversas demandas hechas a Alphabet Inc. por acaparamiento de datos del usuario o a Uber por su fuga de información.

En este sentido puede decirse que lo gratuito no es siempre sinónimo de apertura o libertad, ya que por lo general el interés detrás de varios productos o servicios gratuitos es la obtención de datos del usuario con procedimientos poco claros y sin que este tenga mucho margen de maniobra.

Abriendo caminos

Aunque la privacidad digital es un debate público, este tema ha estado desde los inicios de la «era» digital. Durante los noventa y el surgimiento de las empresas puntocom varias personas señalaron los riesgos que el usuario podía tener por compartir su información.

Por un lado, hay compañías que controlan el flujo de la información, muchas veces de manera innecesaria. Por el otro, se cuenta con una infraestructura tecnológica para satisfacer ese fin que sobresale por su falta de claridad en su funcionamiento, al mismo tiempo que está fuertemente protegida para evitar que esta sea examinada.

La iniciativa del código abierto surgió para contrarrestar este problema, ya que apuesta por:

  • Abrir el código para que cualquiera pueda examinarlo y mejorarlo, posibilitando así la rápida identificación de problemas de seguridad.
  • Disminuir las barreras legales que muchas veces impiden crear o mejorar tecnologías.

Esto implica un cambio en las metodologías de producción de software, pero también de las formas de organización y las posturas en torno a cómo se percibe la construcción del conocimiento.

Por estos motivos, a finales de los noventa, la iniciativa del código abierto fue expandiéndose hacia otros ámbitos de la producción cultural, y así surgieron los movimientos de la «cultura libre» y el «acceso abierto».

Con el código abierto los usuarios tienen la seguridad de que un producto o servicio, muchas veces gratuito, no tiene nada oculto en detrimento del usuario. Como ejemplos tenemos a Firefox, Thunderbird, DuckDuckGo, Telegram u OpenStreetMap.

Para el caso del acceso abierto y la cultura libre los diversos productos ofrecidos dejan claro que el usuario no está violando ningún tipo de propiedad intelectual —siempre y cuando se respete la licencia de uso—, así como se le ofrece, «tal cual».

Es decir, el usuario no está condicionado a dar su información personal a cambio del producto; sin embargo, el autor no tiene la obligación de ofrecerle «servicio al cliente». Ejemplos de esto son Internet Archive o SciELO que, a su vez, protegen su información con algún tipo de licencia Creative Commons.

Y aunque la apertura deja claro que la prioridad no es tanto la gratuidad de lo que se ofrece, sino el acceso y la privacidad de quien lo usa, en algunas ocasiones esto es insuficiente. ¿Qué tal si como usuario o autor tu interés no es solo el acceso o la privacidad, sino también la «libertad»?

Lo gratuito, lo abierto y lo libre (o la gratuidad, el acceso abierto y la cultura libre)

Características del movimiento acceso abierto. © baeuprrp.com

La ambigua libertad

Mucho antes de la iniciativa del código abierto surgió el movimiento del software libre —de hecho, el código abierto es una bifurcación de la comunidad del software libre—, que percibe a la libertad desde cuatro puntos:

  1. Libertad de ejecutar un programa.
  2. Libertad de estudiar y modificar un programa.
  3. Libertad de redistribuir un programa.
  4. Libertad de mejorar y publicar las mejoras de un programa.

Para asegurar que nunca se rompan algunas de estas libertades, el software libre viene acompañado de licencias que garantizan que, sin importar el rumbo que tome, todas las versiones tendrán que ser compartidas de la misma manera.

Una de las ventajas que se obtiene con esto es que nadie tiene la necesidad de pedir permiso para ejercer alguna de estas libertades, así como el autor cuenta con la seguridad de que su producto siempre permanecerá libre.

Una de las principales críticas que el movimiento del software libre ha hecho al código abierto es que, en algunos de los casos, sus licencias de uso son demasiado restrictivas, ya que impiden la modificación o la redistribución de un programa. Además, también ha criticado el «miedo» hacia el uso de la palabra «libertad».

Por otro lado, algunas personas dentro de la iniciativa del código abierto critican al software libre por crear licencias «víricas»; es decir, licencias que impiden la libertad de compartir un programa con una licencia distinta, creando así una paradoja. Además, también se ha argumentado el fuerte carácter normativo y la ambigüedad en el uso del término «libertad».

Aunque en la práctica lo abierto casi siempre es libre y viceversa, existen diferencias con un trasfondo político y filosófico que se hacen perceptibles en esta oposición.

En la iniciativa del código abierto casi nada interesa más allá de la esfera de organización y el acceso a la información: se enfoca en el modo de producción y su transparencia.

Mientras tanto, el movimiento del software libre pretende ser más integral y situar al desarrollo del software en un contexto cultural y social más amplio, incluso desde una perspectiva de «ética kantiana» —guiño al imperativo categórico—: obra de tal manera que se convierta en ley universal.

«Si nada de eso me interesa, ¿qué ventaja tiene el software libre?»

De manera general, el software libre evidencia que el acceso a la información y la privacidad del usuario no es reducible al modo en cómo se desarrolló la tecnología, sino que también abarca los supuestos básicos que sirven de guía para este desarrollo y cómo estos nos afectan como comunidad o como cultura.

En el caso del quehacer cultural, la libertad en el uso, modificación o mejora permite un acceso irrestricto y seguro a los contenidos. No es lo mismo tener acceso al PDF, al MP4 o al MP3 para hacer una reedición o remix, que a cada uno de los archivos editables.

Tampoco es lo mismo decir que tu producto es abierto, al mismo tiempo que restringes ciertos usos, que decir que es libre. Ni es lo mismo abrir tu material por moda o porque es más redituable, que liberarlo por el afán —sino que mera necedad— de percibir el valor no monetario de la cultura.

¿Ambigüedad? Sin duda. ¿Utopía? Tal vez. Aún falta mucho por discutir sobre lo libre y más cuando en el sector editorial se empieza a ver en el horizonte no el acceso abierto, sino la «edición continua y libre»

Ver más en: Mariana Eguaras

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