Fito Páez: «Soy obscenamente libre»

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Publica su disco 23, ‘La conquista del espacio’. Ha dedicado la cuarentena a tocar en ‘streaming’ y escribir su biografía

En cada respuesta, una carcajada. El músico argentino Fito Páez (57) conserva el humor y la hiperactividad, aunque ha cambiado las juergas por la escritura, Bach y Mozart. La conquista del espacio (Sony Music), su nuevo disco, es profundo y cinematográfico.

El álbum es intenso y tiene un punto de desazón, ¿no cree? En general, todos los álbumes tienen bamboleos dramáticos, para que puedas viajar por allí de una forma más divertida. Me estás recordando a una escena de Dolor y gloria, de Almodóvar. Cuando van a internar a Antonio y el médico le dice: «¿Vas a hacer una comedia, un drama…?». Y Antonio le dice: «Eso nunca se sabe». Yo no preparo los álbumes de una forma conceptual, sí que establezco en la música, que es lo que primero abordo, algunas pautas. No te voy a mentir, a mí la música siempre me llevó de las narices.

¿Y las letras? Las palabras las estoy desarrollando en otros formatos desde hace tiempo, guiones, novelas, ahora en una biografía… En la canción interesa dejar al inconsciente solo; si puedo evitar la rima, la evito. En ese marco aflora, a lo mejor, la parte más honda y donde sí podés encontrar seguramente aspectos ligados a una desazón propia de un hombre de 57 años. Por otro lado, el álbum trata de la aventura de un hombre queriendo salir de un escollo y La canción de las bestias trae algunas preguntas incontestables y un clima de cierto agnosticismo. Espero que mis hijos no las escuchen, pero tengo que formularlas.

Jorge Drexler me dijo una vez que nadie le preguntaba por la estructura, siempre por el mensaje. A mí las letras me parecen, en un sentido, sin que se ofenda nadie, un elemento casi decorativo. La fuerza de la canción, para mí, radica en la música. Por supuesto que cuando sucede la amalgama de una música con un texto se producen esas canciones extraordinarias, que son cientos. O menos. Se ve que las canciones han sido una suerte de casamiento que la gente necesitó para juntarse alrededor del fogón y hacernos creer que somos mucho más parecidos de lo que somos musicalmente

«¿Qué pasó en este mundo que se puso tan policía?», canta usted. Con lo de EE UU y la pandemia, parece a propósito. Como le dije a muchos colegas tuyos, nunca me dediqué a las ciencias ocultas. Es más bien que he sido un hombre canalla que salió muy rápido a la calle y confirmó que en el mundo ya está todo escrito. El otro día leí a un activista negro que decía algo brillante, decía ‘esto aquí pasó siempre, lo que pasa es que ahora lo filman con los teléfonos y tenemos las redes’. Es cosa de todos los días. Aquí en Argentina hay un altísimo nivel de violencia y represión policial, sobre todo, en los últimos cuatro años fue casi una política de Estado. Es un Sign o’ the Times, como diría Prince.

¿Cómo habría sido su juventud con redes sociales? Posiblemente, hubiera visto sexo en vivo antes. Siempre fui precoz con el tema de la sexualidad y me hubiera divertido más. Pero no me gusta pensar en el hubiera, no existe, es un argumento débil y flojo, la imaginería no sirve para cotejar hechos fácticos.

Sí ha probado Tik Tok… Mis hijos me pusieron a bailar y tuvo trescientos mil likes. Yo no tenía ni idea, estoy escribiendo doce horas por día, imagínate. Se ve que es un formato nuevo. Yo soy un clásico moderno, pero me divierto igual. Si están mis hijos felices, hago lo que sea.

Fito Páez, en una imagen promocional.
Fito Páez, en una imagen promocional.
VAL & MUSSO

En sus letras abunda la palabra libertad. ¿La disfruta o la ansía? Ahora con la biografía estoy mucho con esa palabra, investigando, tanto morfológicamente como encontrando ciertos atisbos ya en la primera infancia y en la juventud de romper cadenas. Como algo natural, no algo ligado a la rebeldía. Así como Charly (García) dijo alguna vez que los Beatles inventaron la juventud, yo creo que la libertad, en mi caso, la inventó él, porque cuando lo vi en el Teatro Astengo el 7 de agosto del 76 con La máquina de hacer pájaros, su banda en ese momento, dije: es eso. Daba miedo, asustaba, y todavía es un sentimiento de terror que me gusta seguir infundiendo.

¿Ha echado algo de menos en su carrera? Ay, no. Yo tuve mucha suerte, hice todo lo que quise. Soy un hombre obscenamente libre, nunca tuve que hacer nada que no me gustara. Todo lo que no he hecho, no lo he hecho por vago. Por desidia. Me quedan cosas por hacer, por supuesto, tengo muchas ganas de seguir filmando, escribiendo, haciendo música… Son zanahorias que te ayudan a vivir. Una cosa que tiene hermosa la música es que es un lenguaje infinito, no hay manera de que te aburras. El día que pase, te metés a estudiar Ligeti [György Ligeti, compositor] y ya tienes hasta que te mueras con eso.

He leído que no tiene móvil. Tengo uno para mis hijos, para saber dónde están, y para las mamás. Y ya, porque si no, no se puede vivir.

«Mi alma rebelde no milita en el buró progresista». ¿Se cayó del guindo con el progresismo? Si quieres conocer a una persona, pregúntale qué música escucha, lo primero. Segundo, la frase quiere decir que no me van a poder meter ahí nunca; lo intentaron en algún momento, aquí y allá. Yo entiendo igual el progresismo como algo volátil y bastante indefinible, sería en principio algo bueno, porque lo que queremos es progresar, civilizarnos, lo que a la vez sabemos que es una entelequia, porque es imposible que el hombre vaya por allí. El progresismo significa lo políticamente correcto, cosa con la cual yo no estuve nunca muy identificado.

Le haré caso. ¿Qué música escucha? En los últimos años, reescucho. La colección de Steely Dan o de Charly García, de Chico Buarque o de Antonio Carlos Jobim, o Chabuca Granda o Spinetta en la música popular. O Prince, Johnny Mitchel, Caetano Veloso… Eso, por un lado. Y por otro, me he vuelto como una especie de estudioso de los grandes compositores de los siglos XVII y XVIII. Me dediqué a Haydn, Bach, Beethoven y Mozart. Y a escuchar la misma obra hecha por Claudio Abado con una orquesta y por Leonard Bernstein en Alemania o New York, con otra. Es una hermosa idea para pensar lo colectivo.

Dedicó un disco a las mujeres de su vida. ¿Qué ha aprendido de ellas? Sigo aprendiendo de ellas. Todo lo que sé, te diría, las cosas más esenciales. Viví rodeado de mujeres: mi madre fallece cuando yo tengo ocho meses, entonces, quedo con mi tía y mi tía abuela. No es que no me gusten las reuniones golpeando en la mesa con mis amigos y agarrarme trompadas, pero mi vida con las mujeres fue muy hermosa, divertida, plena. Las mujeres de mi vida han sido inolvidables.

¿Habló con Sabina después de su accidente? Cuando sucedió, llamé a Jimena inmediatamente y ya estaban en el sanatorio en situación bajo control, pero no sabían que lo iban a operar. Seguí el proceso minuto a minuto junto con Pablo Milanés. Somos muy hermanos todos allí, nos queremos mucho, tenemos un clan familiar como los soldados de Spike Lee.

¿Qué define su relación con España? Tengo muchas historias, pero creo que la que me hace instalarme más allí, porque tenía familia, fue Cecilia Roth, mi pareja de 11 años. Por otro lado, hay una gran peña argentina en Madrid a quien quiero mucho: Ariel (Roth), Andrés (Calamaro) estuvo muchos años, Andy Chango… Y después, las largas temporadas en giras y los seis meses cuando terminé Vidas privadas.

Y esos años canallas de los que hablaba antes… ¡Muchísimos! Recuerdo a Daniel Melingo sacándome de un bar que se llamaba el Lab totalmente borracho. Fueron unos años salvajes, los fines de los 80 e incluso comienzos de los 90. Y después hicimos esa parcería preciosa en la casa de Martínez Campos que tenía Ariel con Cecilia cuando eran jóvenes, con lo que fue toda la comunidad Rodríguez. Antes de que explotara todo, vivíamos y teníamos una tribu muy hermosa, la disfrutamos muchos meses. La recordamos con mucha alegría.

«Cuando era más joven, llegaba a Bogotá, a México, a Madrid, a New York… y me iba de juerga. Ahora no puedo hacer eso»

Ha estado activo en el encierro, ha dado conciertos… ¿Ha descubierto algo sobre sí mismo? Soy bastante peor de lo que imaginaba. Recuerdo una escena delirante, porque cuando haces el streaming estás solo. Había montado una orquesta, unos parlantes, micrófonos, luces…. Y en un momento, saqué la cámara imaginaria y la puse arriba: yo era un tipo gritando solo como un loco dentro de una habitación. Esa imagen me impactó y me hizo pensar sobre la importancia del público. Los artistas necesitan la energía literal de los seres humanos para que se transmita la emoción.

¿Qué hará cuando salga allí de la cuarentena? Si me preguntas qué quiero hacer, quiero ir al bar con mis amigos a beber. Y a charlar de tonterías y a reírnos. Yo la mayoría de mi vida la paso encerrado. Cuando era más joven, llegaba a Bogotá, a México, a Madrid, a New York… y me iba de juerga. Y al otro día tocaba y estaba espléndido, disfrutando de la resaca incluso. Ahora no puedo hacer eso. Me tengo que cuidar la voz, aprovecho el tiempo para escribir y paso gran parte de mi vida en estudios, en teatros o en sets de filmación

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