Su modelo es la piedra de río que permanece por mucho que sea batida por las olas
En estas mismas páginas, Alaska -mucho más lectora de lo que algunos creen- eligió, para el momento actual, las Meditaciones de Marco Aurelio, el emperador romano: una excelente recomendación.
En el cine, lo encarnó Alec Guinness en La caída del Imperio romano; Richard Harris, en Gladiator; lo citó Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), en El silencio de los corderos. Los turistas recuerdan su estatua ecuestre, en el Campidoglio de Roma.
Fue el último de los «cinco emperadores buenos». Siguió la consigna final de su maestro Antonino: «ecuanimidad». Luchó contra los germanos en la zona del Danubio y, a la vez, escribió su tratado de filosofía estoica: compara al hombre que no acepta su destino con un cochinillo que chilla; al sabio, con una roca que resiste a las olas. Su modelo ideal: la piedra de río que permanece, por mucho que sea batida por las olas.
Nos aconseja vivir como si fuéramos a cumplir mil años; aceptar la muerte y también la vida; vivir una buena vida, haya o no dioses justos; no perder el tiempo, volviéndonos a ver lo que un vecino hace, dice o piensa; reducir nuestras necesidades; comprender el privilegio que supone vivir: respirar, pensar, disfrutar, amar. Refugiarnos en la vida interior: «En ninguna parte puede hallar el hombre un retiro tan apacible como en la intimidad de su alma». (Frente al nazismo, muchos cantaban «Los pensamientos son libres»).
Stuart Mill comparó su libro con el Sermón de la Montaña. Para Taine, fue «el alma más noble que haya existido». Coincidía con el cristianismo en muchas cosas, no en todas: «tenía fe y caridad, pero no esperanza» (Wilamowitz). Jugando con su apellido («cognomen»), Varo, su antecesor, le llamó «Verissimus». Su conducta armonizó perfectamente con su filosofía. No triunfaría en la actual política española: un motivo más para leer a Marco Aurelio.
Autor: Andés Amorós
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