Todas las etapas de uno de los artistas españoles que mejor viajó por las vanguardias del siglo XX están representadas en el Centro Botín de Santander
La muestra coincide con el 125 aniversario del nacimiento del artista y es una oportunidad clave para entender toda su fantasía
«La poética de Miró es capaz de transformar un objeto cualquiera en una obra artística de gran formato», afirma María José Salazar, comisaria -junto a Joan Punyet, nieto del artista- de Joan Miró: esculturas 1928-1982. Y así, nada más entrar en la exposición, vemos una gran escultura a color que surgió de su visión de una pinza de la ropa, una castaña y un pistacho. También comprobamos cómo un tomate le puede sugerir una enorme escultura de bronce con un aire a lo Henry Moore o la caja de herramientas de un amigo le inspira una extraña pieza experimental.
Joan Miró se adentraba en el alma de los objetos para, a partir de ahí, desarrollar su propia creación, que tiene mucho que ver con la intuición, la poesía y el mundo onírico. «La transformación de los objetos en obras de arte dan a Miró una gran modernidad y le convierten en un artista del siglo XXI», según reconoció ayer la comisaria. En el mismo sentido se manifestó Joan Punyet Miró, quien señaló que si Picasso es el artista del siglo XX su abuelo lo es del siglo XXI y que Joan Miró es un artista que cada día se revaloriza más en todo el mundo.
La exposición de esculturas, que reúne 94 piezas de todas sus etapas, se inaugura hoy en el Centro Botín de Santander y estará abierta hasta el 2 de septiembre. Se trata de una muestra única e irrepetible ya que, según señaló Joan Punyet, se ha diseñado exclusivamente para el espacio del Centro Botín, y dada la ambición de la muestra y la fragilidad de algunos materiales no podrá trasladarse a ningún otro lugar. Las obras de la exposición proceden de las dos fundaciones de la familia Miró, de su colección privada, del Museo Reina Sofía, de la Fundación La Caixa (entidad para quien Miró diseñó en 1979 su logo), la Fundación Matisse, así como de coleccionistas privados.
«Esta exposición va a cambiar la visión que tenemos del Miró escultor. A partir de ella vamos a descubrir a un nuevo Miró», afirmó María José Salazar, que insistió en lo complejo que ha sido llevarla a cabo. De hecho, ella misma empezó a trabajar en la muestra en el año 2012, antes de la inauguración del Centro Botín, con el nieto del artista Emilio Fernández Miró (que falleció después) y continuó con Joan Punyet, al tiempo que señaló las facilidades dadas por la familia para su realización. «Es una muestra muy ambiciosa y definitiva. El discurso escultórico de Miró está completo. En la muestra podemos ver todos sus periodos, todos sus momentos clave, así como todos los materiales que utilizó».
Además de las esculturas, se muestra una parte de los objetos cotidianos que inspiraron al artista, así como vídeos sobre su proceso de trabajo y de fundición. Miró siempre iba con un batín y le gustaba mancharse las manos y trabajar, como un compañero más, con los de las fundiciones, recuerda su nieto. El artista trabajó con hierro, madera, yeso, fibra de vidrio, poliuretano, hueso, resinas sintéticas y bronce. A partir de 1967, y por sugerencia del escultor Alberto Giacometti, se decidió a pintar sus esculturas ante el escepticismo de los fundidores que veían el bronce como un material noble que no debía disfrazarse.
La exposición recoge la última obra que Miró realizó poco antes de morir, Personnage, de 1982, una gran escultura que el artista realizó inpirándose en una servilleta que se llevó del restaurante La puñalada, hoy ya cerrado. «La vio, la dobló y esos mismos pliegues recorren la pieza», reconoció ayer su nieto. También se puede ver Danseuse Espagnole, de 1928, una pintura mixta que es su primer trabajo en la búsqueda de una tercera dimensión. Hay que advertir que todas las obras de Miró están tituladas en francés, ya que el artista consideraba que era el lenguaje del arte, de su arte, que aprendió en su estancia en París, cuando formó parte de la creación de los movimientos dadaístas y surrealistas.
Entre las piezas significativas de la muestra se encuentran Femme, de 1949, con la que se inicia en el bronce; Femme et oiseau (hizo varias versiones inspiradas en la mujer); L’Oeil attire es diamants, de 1974, con la que retoma sus trabajos experimentales, o la monumental Souvenir de la Tour Eiffel, una escultura de 1977 realizada con objetos ensamblados.
En el moderno y luminoso espacio del Centro Botín, encima del mar, la exposición de Miró se ha agrupado en cinco espacios diferentes, cinco historias, cinco mundos diferenciados de Miró que conforman a un mismo artista. En el primer bloque se ofrece el Miró de los años 30 y 40, el Miró de las vanguardias, en donde ya aparecen sus Femmes, sus trabajos con objetos encontrados, sus primeros bronces procedentes de la cerámica y piezas de hierro, material que luego abandonará definitivamente.
El segundo espacio configura la gran explosión del artista, donde se encuentran piezas muy significativas, como la pinza de la ropa o la escultura de la servilleta, y otras esculturas a partir de objetos cotidianos o encontrados, como una caja de ensaimadas, un tenedor, un bote… «Su mujer Pilar no dejaba que esas esculturas entrasen en casa y las consideraba chatarra. Así que las tenía que dejar en su taller, lo mismo que los objetos que iba recogiendo», señaló María José Salazar, que fue la intermediaria en el pago de los derechos de sucesión al Estado (la primera vez que se hacía en España) tras el fallecimiento del artista el 25 de diciembre de 1983. «La familia fue muy generosa», reconoce la hoy comisaria. «Se donaron varias pinturas, y luego yo pregunté a su viuda si no tenían esculturas, y Pilar Juncosa nos regaló medio centenar, que hoy están en el Museo Reina Sofía».
La parte experimental, rabiosa y llena de ingenio se muestra en el tercer espacio de la exposición, con piezas singulares y su retorno a los orígenes artísticos. Aquí se puede apreciar un homenaje a Salvador Allende, una escultura hecha a partir del número de El Mercurio que recogía el asesinato del presidente chileno, atravesado por una viga y posteriormente pintado. También se encuentra la curiosa escultura del Moma, hecha con madera de embalaje. «Miró aprovechaba todo».
La exposición no tiene un recorrido cronológico, sino íntimo, poético o de afinidades. En el cuarto espacio se contemplan obras monumentales, hechas a veces de cosas domésticas como una jabonera o un pavo de Pascua. «Son esculturas que parecen ligeras pero pesan toneladas», reconocieron los comisarios, quienes hablaron del interés de Miró por plantar sus grandes obras en los espacios abiertos de las ciudades, como Chicago, Milán, Madrid, Barcelona…
El quinto espacio, que se asoma a la Bahía de Santander, recoge casi todas las esculturas pintadas de Miró, que se inician a partir de 1967. Aquí se pueden contemplar dos taburetes (de bronce) que representan al hombre y a la mujer, Monsieur y Madame, de 1969, diversas variaciones sobre Femmes y Personnages, así como su conocida Jeuna fille s’evadant, de su primer año colorista.
La obra de Joan Miró es muy amplia y en esta exposición se pueden descubrir un gran número de obras escultóricas y objetos y dibujos preparatorios que se exponen por primera vez», dijo Joan Punyet, quien señaló, como cabeza visible de la familia y los herederos, que «no existe mucha obra inédita de Miró aunque de vez en cuando aparece un dibujo. Poca cosa más porque llevamos 50 años investigando todas estas colecciones particulares y los museos para que estén evidentemente bien inventariadas, catalogadas y publicadas para evitar falsificaciones.
La vida del artista que hablaba con los árboles
Miró es el único gran artista que revolucionó el arte del siglo XX que no contaba con una biografía exhaustiva. Hay obras breves de síntesis, pero faltaba un libro que resolviera el enigma Miró y disolviera los numerosos clichés que distorsionan la mirada que sobre este artista tenemos», afirma el periodista Josep Massot, quien se ha atrevido a abordar una biografía extensa de un hombre de silencios, que tendía a ocultarse en cuanto notaba que se le acercaban demasiado. ‘Joan Miró. El niño que hablaba con los árboles’ (Ed. Galaxia Gutenberg) es una biografía no oficial de Joan Miró, en la que se habla de su infancia, de su complicada relación con su autoritario padre, de sus múltiples amores, de su paso por París y su participación en el dadaísmo y el surrealismo, de su relación de amor y odio con Picasso, así como de sus obras a favor de la República y su regreso a la España franquista en 1940. Para Massot este artista fue un hombre que estuvo en una lucha constante para lograr el equilibrio entre un Miró salvaje y un Miró apacible y dandy. «Hoy nadie discute que Miró es un pintor universal, uno de los grandes, un artista de un mundo profundo y complejo, pero durante muchos años se estuvo diciendo que lo que pintaba lo hacía un niño de guardería», comenta Massot, quien recuerda la frase de Octavio Paz: «Miró pinta como un niño de 5000 años». El artista decía que le entendían mejor los poetas que los críticos. «Su genio es el del niño que se asombra al ver cosas por vez primera, pero que posee, al mismo tiempo, las armas del hombre adulto». Josep Massot, amigo de adolescencia de David, el nieto mayor (ya fallecido) de Joan Miró, conoció al artista y reconoce que la familia Miró le ha dado todas las facilidades y le ha abierto las puertas, aunque la suya no es una biografía oficial. Massot también ha investigado en numerosos archivos y ha viajado a Nueva York para hablar con su marchante norteamericano, Pierre Matisse, el hijo del pintor. postimpresionista y con numerosas personas que le conocieron o estuvieron a su alrededor. Massot confiesa que este libro siempre lo ha llevado encima y le ha costado hacerlo 40 años. «Miró no fue el niño eterno, el hombre ingenuo atrincherado en su taller, ni el medio monje, medio campesino, que se encerraba en sus largos silencios y que sólo sabía hablar con monosílabos… La vida de Miró es un ejemplo titánico de superación de sus limitaciones, un rebelde perpetuo que, bajo la máscara de un atildado burgués, un día de su infancia se propuso liderar el mundo artístico y alzar su mano hacia el cielo para alcanzar las estrellas», concluye Massot en el prólogo.
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