Los trabajos de un Nobel

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No es frecuente que un autor de novelas y ensayos literarios, laureado con los máximos galardones del universo literario arriesgue su prestigio como expositor, como divulgador y eventual artífice de ideas. No ahora, sino a través de su vida intelectual, Vargas Llosa lo hace con fortuna, y ello lo ubica en un nivel de privilegio superlativo respecto a sus “contendores” del casi extinto boom latinoamericano.

A todos nos hace falta saber sobre qué cimientos conceptuales y éticos –si concepto y ética aún interesan a alguien– se ha construido la sociedad de libertades, de medios para ejercerlas, donde convivimos y actuamos, con amplias oportunidades y mínimas limitaciones.

Bien harían, por lo menos los insubordinados contra el anulador gregarismo, en acompañar a Mario Vargas Llosa, célebre narrador y ensayista peruano, en su viaje por el ideario liberal, inspirador, modelador de la democracia contemporánea, vigente en la mayoría de países del orbe, en la cual son, sin restricción o represión, no sólo posibles sino deseables las infinitas manifestaciones del alma humana, de su inteligencia, albedrío, y poder creador, de su relación con los demás seres y elementos. Comprender el extenso, accidentado y jamás concluido proceso de formulación de ese cuerpo de ideas, de su aplicación a realidades históricas particulares en diversas coordenadas orbitales, durante un lapso de protagonismo tecnológico y convulsiones sociales sin antecedentes, dignificaría la conciencia colectiva, valorando logros, avances, elevando miras, previniéndonos contra la inoculación de virus “revolucionarios”, causa de bien sabidos y padecidos desastres.

En aparte introductorio, antes de adentrarse en vidas e idearios de personajes icónicos del discurso liberal, todos europeos cosmopolitas (2 ingleses, 2 franceses, 2 austriacos, un español), todos difuntos, el autor emplea 19 de las 300 páginas de texto, en explicar el origen, propósito, alcance del libro, y en un sucinto relato, su particular parábola ideológica-política. Desde el temprano empape de marxismo y de existencialismo sartreano, en boga entonces en las universidades estatales de Latinoamérica –en su caso, en San Marcos, Lima, años cincuenta-, su vehemente adhesión a la gesta triunfante de los barbudos cubanos, agonizando la misma década y durante la siguiente, incluido el apoyo a Fidel en la Crisis de los Misiles (¡Nikita, mariquita, lo que se da, no se quita!), convencido como muchos del espíritu abierto, transparente, del nuevo régimen de la patria de Martí, pronto declarado como socialista –luego, abiertamente comunista-; las jornadas de apoyo de la intelectualidad continental a las cuales se sumó sin reatos; frecuentes viajes a la isla en calidad de miembro del Consejo Internacional de Escritores de la Casa de las Américas con obvia cercanía al establecimiento cultural local; lecturas de autores afines a la vanguardia de izquierda, hasta la progresiva renuncia al ideologismo socialista-marxista, en sincronía con su irreversible discordia con la cúpula cubana. El rompimiento con esta ocurrió tras un lapso de desencantos respecto a las “bondades” del comunismo aplicado. Claros indicios acerca de la verdadera naturaleza y rol de las UMAP cubanas (Unidades Movilizables de Apoyo a la Producción), en realidad campos de concentración –Pablo Milanés, célebre cantautor de la Revolución, hoy residente fuera de Cuba, lo reconocía en días recientes–,  y su pésima percepción sobre la realidad económica y social de la URSS durante un viaje de observación, sumados a su coautoría en 1970, de una carta-manifiesto en defensa de Heberto Padilla, poeta y exfuncionario declarado disidente, encarcelado bajo el cargo de ser agente de la inteligencia norteamericana, documento por el cual le fue prohibido el ingreso a la isla al hoy Premio Nobel de Literatura, lo precipitaron.

Valen las referencias al hecho por la resonancia que en el momento y en años subsiguientes alcanzó. Que un nutrido grupo de escritores e intelectuales, liderados por Vargas Llosa, los hermanos Juan y Luis Goytisolo, Sartre y su Simone, Moravia, Fuentes, hasta allí adscritos a la defensa y promoción internacional de la Revolución, tomaran distancia, de hecho confrontaran a Fidel y a un sector de notables del arte y la literatura, entre otros Gabriel García Márquez, fieles al gobierno cubano y a su orientación ideológica, no fue anécdota trivial. Para Castro, déspota cuasi vitalicio, y su círculo, constituyó un grave y trascendente quiebre de imagen. Igual vale la alusión al episodio, por el consiguiente realineamiento en gran parte de iniciales seguidores del proceso cubano, entre el grueso pueblo de Iberoamérica, particularmente la juventud, luego esquivos a cantos de sirena de siniestro origen, tras el sonoro debate suscitado. Una buena porción de conciencias, en  el cono sur, México y Centroamérica cumplió similar ruta de decepción y revaloración de la democracia “burguesa”. Otros continuaron, continúan aún, quién lo entiende, a la espera de la agudización de las contradicciones capitalistas, de la quimérica insurrección de masas, producto de la lucha de clases, del advenimiento de redentoras dictaduras proletarias, y del reinado eterno de un partido comunista todopoderoso y omnipresente.

Integra Vargas al relato de su itinerario a partir del marxismo neto, de la izquierda revolucionaria, al liberalismo ideológico y económico, dos agregados: la lectura aplicada de los teóricos liberales -siete de sus preferidos, en orden cronológico, desde Adam Smith (1723-1790), hasta J. F. Revel (1924-2006), merecen capítulos individuales en las restantes páginas del libro-, y sus propias percepciones acerca del liderazgo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, durante la década de los años ochenta, en la aplicación de medidas correctivas en sus propios países, con proyección orbital, para, a su juicio, reencauzar la democracia liberal, despojándola de aderezos socialistoides y trabas retardatarias.

Dos glosas al trajinado introito: Posteriores a la abjuración de Vargas Llosa al marxismo, o coetáneos con esta, tanto en predios latinoamericanos –Chile, Brasil, Argentina, Venezuela, entre otros-, como en distantes latitudes –Alemania Oriental, la URSS, China-, sucesivos fracasos de regímenes comunistas, socialistas clásicos y del siglo XXI-, debieron vigorizar el abrazo del autor a la ideología liberal. De los últimos se ocupa en boca o pluma de los pensadores invitados a sus páginas; no obstante, quizás por centrarse en el propósito expositivo de los demás capítulos, en los cuales el mundo distante de Europa y Norteamérica es ignorado cual pasajero de tercera en el tren de la historia, talvez porque entre los teóricos de alta escuela suscita mínimo interés el devenir de nuestros países, hermanos menores de la antaño Europa colonialista, elude cualquier referencia a los primeros y al personal sentir sobre el acontecer del subcontinente natal. Curiosamente, referido a uno de sus admirados y releídos liberales, Raymond Aron, el autor interroga: ¿Hay algo que podría reprocharse al admirable R.A.? En la respuesta se incluye, sin desearlo, él mismo: “Tal vez sí. Que todo su pensamiento girase sobre Europa y los Estados Unidos… que mostrara un desinterés casi total sobre el tercer mundo, es decir, África, América Latina y Asia”. Extraña igualmente el silencio del autor y sus referidos, acerca de la Revolución Francesa, hito ineludible en la génesis de las libertades políticas y su posible enlace con la publicación en 1776 de, “La riqueza de las naciones”, magna edificación teórica de Adam Smith. La ruta del pensamiento liberal trazada a partir de Kirkcaldy, localidad escocesa cuna de Smith (1723), tendría por fuerza que cruzar territorio galo, donde a partir de 1789, entre tétricos ríos de sangre, se abrieron para el mundo nuevos e ilimitados horizontes.

Entre Smith y Revel, en un lapso algo mayor a dos siglos, José Ortega y Gasset, August von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, e Isaiah Berlin. Siete teóricos liberales, irreductibles defensores de la libertad y de la democracia, su hermana siamesa, copan las restantes páginas de “La llamada de la tribu”.  En cada uno, además de méritos intelectuales expuestos en detalle, Vargas Llosa halla y resalta rasgos, talentos y obras, denotando extenso y profundo conocimiento de sus trabajos textuales. Del primero relieva, por ejemplo, además del libro ya citado, obra primordial en teoría económica, de renovada vigencia, su trabajo filosófico, comúnmente ignorado, su condición de políglota, y aficiones como la astronomía. De Ortega y Gasset, autor de “La rebelión de las masas”, destaca el nivel conceptual, la calidad estética y concreción de sus textos, su discurso anti independentista, e intenta una defensa contra la falsa imputación de “franquista”, lanzada por sus malquerientes. En Von Hayek, voraz lector, escalador de montañas, botánico, paleontólogo y teatrero aficionado, exmilitar, estudioso de la psicología, autor de “Camino de Servidumbre”, “La constitución de la libertad” y “La fatal arrogancia”, encuentra, junto con Popper y Berlin, las tres fuentes más importantes de su pensamiento político; promotor de la generación espontánea de las instituciones, uno de los fundamentos de sus teorías. De Sir Karl Popper, baste reproducir un párrafo alusivo: “… que tengo a K. P. por el pensador más importante de nuestra época, que he pasado buena parte de los últimos treinta años leyéndolo y estudiándolo y que si me pidieran señalar el libro de filosofía política más fecundo y enriquecedor del siglo XX no vacilaría un segundo en elegir “La sociedad abierta y sus enemigos””. Raymond Aron, condiscípulo y contradictor de Sartre, inexplicablemente eclipsado por él, autor entre docenas de títulos, de, “Introducción a la filosofía de la historia”, “El opio de los intelectuales”, “La idolatría de la historia”, “La revolución inhallable”, articulista de prensa durante más de medio siglo; para él, marxismo y nazismo son típicas religiones seculares. Isaiah Berlín, “el filósofo discreto, el hombre que sabía demasiado”, tal como lo distingue el autor, con multitud de obras dispersas, acopiadas y organizadas en libros por uno de sus discípulos, escribió, “Cuatro ensayos sobre la libertad”, “Contra la corriente”; según Vargas Llosa, careció –sólo en apariencia- de un pensamiento propio, fácilmente identificable, aunque en realidad consolidó una obra monumental en volumen y contenido. Culmina el desfile de luminarias con Jean- Francois Revel, periodista y ensayista político de reconocida independencia, opositor a tendencias o modas intelectuales, irreductible defensor de las libertades; por tanto, solitario e incomprendido, en sintonía con su anfitrión, considerando su paso por la izquierda en donde quiso revaluar clichés conceptuales, de comportamiento intelectual y social.

No es frecuente que un autor de novelas y ensayos literarios, laureado con los máximos galardones del universo literario arriesgue su prestigio como expositor, como divulgador y eventual artífice de ideas. No ahora, sino a través de su vida intelectual, Vargas Llosa lo hace con fortuna, y ello lo ubica en un nivel de privilegio superlativo respecto a sus “contendores” del casi extinto boom latinoamericano. El resultado de este útil acopio de autores, obras, bloques ideológicos, resultado de toda una vida de buceo en las profundidades del pensamiento filosófico, político, económico, en el cual su autor se emplea a fondo con un inagotable arsenal de recursos literarios y expositivos, aportando puntos de vista, opiniones, acotaciones de su propia cosecha, sin pretender suplantar a admirados pensadores o polemizar con ellos, resulta una invaluable herramienta de información y motivación intelectual para quien muerda el anzuelo y desee iniciar o continuar el arduo camino del conocimiento, del pensamiento ordenador, al tiempo transformador, del mundo, y su interacción con este. ¿Atender o ignorar el llamado de la tribu? Esa es la cuestión.

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