Un documental reconstruye la vida de la cantante de ópera más famosa de la historia a través de grabaciones inéditas y entrevistas de la soprano
“Hay dos personas dentro de mí. Me gustaría ser Maria, pero también está la Callas, de quien debo estar a la altura. Así que lidio con ambas como buenamente puedo”. La persona luchó la mayor parte de su vida contra el personaje, y en demasiadas ocasiones perdió. Hoy, los cantantes de ópera viven una fama a la altura de los rockeros. Pero en los años sesenta solo hubo una, Ana María Cecilia Sofía Kaloyerópulos, la Callas (Nueva York, 1923 – París, 1977), y su figura devino en metáfora del bel canto. Fue estrella por sus dotes artísticas, desde luego, aunque también por sus tormentosos amores con Aristóteles Onassis. La Callas salió de los teatros y entró en las revistas, los periódicos, los programas de cotilleos, mientras María luchaba por salir adelante tras una infancia dolorosa por culpa de una madre obsesiva, después de perder 40 kilos a los 20 años. Sobre esa especie de doctor Jekyll y míster Hyde incide María by Callas, un documental del francés Tom Volf, que es estrena el próximo viernes en España y que reconstruye la vida de la grecoestadounidense a través de entrevistas con ella y de material inédito aportado por los amigos y testaferros de su legado, que levanta testimonio de una carrera que ni llegó ni a dos décadas.
En María by Callas hay espacio para más escándalos. Porque hubo, y muchos, en su vida. Como el que estalló el 2 de enero de 1958 en el teatro de la Ópera de Roma, cuando aparándose en una presunta afonía causada por una bronquitis, canceló su interpretación de Norma tras el primer acto, dejando atónito al público. Hasta el presidente de Italia criticó su espantada. “No quiero que se me asocie con el mal gusto o la calidad insuficiente en el canto o la interpretación”, contó un año después en la revista Life. Ante la cámara se la ve resuelta, en las entrevistas sabe componer la figura de una diosa y al mismo siento exhalar algún detalle terrenal, que provoque la complicidad de sus seguidores. «Popularizó la ópera, trascendió clases sociales, países y épocas para llegar a todo el mundo. Eso le hizo única».
En 1965 estaba claro que su voz ya no era la misma, y aunque seguía manteniendo su mismo talento interpretativo -fue la primera soprano que realmente actuó-, se acercaba su final artístico. Ni siquiera protagonizar cuatro años más tarde la película Medea, de su amigo Pier Paolo Pasolini, le dejó regatear su destino. Como apunta Volf: “Vivió una final triste, encerrada en su apartamento y adicta a medicamentos, para una existencia que fue una montaña rusa de emociones y logros. Con felicidad y tristeza. Como todos. Solo espero que ella se sienta reflejada con lo que se ve en pantalla”.
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