¿Existe realmente el arte contemporáneo? Avelina Lésper afirma que no.
Si alguien se ha dedicado a descalificar el arte contemporáneo ha sido Avelina Lésper: ella no le tiene miedo a denostar las formas en las que objetos sin valor son vendidos por cantidades ridículas en las casas de subasta, ni a enfrentar directamente al espectador en términos de la poca exigencia que existe hoy con las obras de arte. Para Lésper, el mundo ha sufrido un entumecimiento intelectual, como lo veían venir los de la Escuela de Frankfurt, y en consecuencia, no hay una crítica real por parte de la audiencia a lo que el mercado del arte nos vende como Arte.
Lésper se ha convertido en un personaje mediático por su capacidad de establecer sus puntos de vista como los únicos válidos. Por esta razón, ha generado gran polémica en los círculos de élite académica —a los que, por cierto, su crítica más pesada va dirigida—. Ella ataca al sistema ideológico capitalista que ha subsumido la capacidad de réplica que en una democracia real debería de existir. Más aún en el ámbito artístico y en sus distintas expresiones; sin embargo, se centra en lo que conoce mejor: las artes plásticas y visuales, particularmente en las ferias de arte —como Frieze o Zsona MACO— que en la actualidad parecen proliferar en todo el mundo.
Pareciera, entonces, que en vez de ser un público responsivo que tiene una capacidad propia de análisis, la masa social asume cualquier cosa que el mercado capitalista le ofrece disfrazado de obra de arte, aunque el objeto que se mercantilice no necesariamente lo es. En estos términos la tan dura crítica de Lésper gira en torno al mínimo ejercicio de racionalidad que los espectadores hacen, deja que una serie de factores mercadotécnicos —y no artísticos— les impongan un canon estético sin valor real. Si bien es cierto que los argumentos de Avelina Lésper rayan a veces en la intransigencia prefascista, maniquea y parcial también tiene una lógica interesante. Aquí mostramos algunos de los puntos fundamentales:
1. ¿Arte contemporáneo? No hay tal cosa
A Lésper, como a tantísimos pensadores a lo largo de la Historia, le cuesta trabajo definir claramente lo que es Arte; sin embargo, identifica tres elementos fundamentales para un quehacer artístico real, que aplica para todas las expresiones artísticas. La obra de arte debería de nacer de:
a) La inteligencia humana
b) El talento de una persona
c) La sensibilidad del ser humano
Si el producto artístico carece de alguna de estas cualidades para Lésper es fácilmente denostable, como un producto más de la mercadotecnia, al servicio del capitalismo y como un factor fundamental del entumecimiento intelectual de las masas. Es por esto que no encuentra ningún valor en las obras expuestas en las ferias de arte contemporáneo: muchas de ellas, según dice, no pasaron por un proceso de factura artesanal, ni obedecen a un canon estético autoevidente. Además, como hijos de Duchamp, los artistas contemporáneos parten de objetos ya existentes en el mundo, cuando debería de ser justo al revés: partir de nada para generar una composición propia.
Lo que más molesta a Lésper es que hoy la obra no vale si no tiene una explicación que la acompañe: un vaso de agua no vale por sí mismo nada, pero si se le da un supuesto respaldo teórico desde una óptica filosófica de cualquier tipo, ya tiene validez. El arte no debería de necesitar una explicación para conmover al espectador, y desde esta perspectiva —para ella, por lo menos—, las propuestas contemporáneas no se sostienen a sí mismas.
2. Lo que realmente existe es un estilo contemporáneo
Lésper es famosa por lo que ella llama arte VIP: Video, Instalación, Performance, por sus siglas. Estas tres manifestaciones artísticas conforman los puntos fundamentales del estilo contemporáneo, pues según su lógica, no se les puede categorizar propiamente como arte. Estas formas artísticas atienden sólo a la inmediatez, de tal forma que muchas de ellas existen sólo en el momento en que se llevan a cabo. Pensemos en los performances de Marina Abramovic, por ejemplo, que son arte efímero, que se terminan una vez que el acto acaba. De ellos queda evidencia fotográfica o en video, que no son propiamente la obra como tal, sino un registro. Avelina encuentra esto muy problemático, pues el arte debería de trascender su contexto. En una entrevista para el documental El espejo del Arte (2016), la crítica dijo:
«El estilo contemporáneo ha hecho del instante el tema, y de la falta de factura, su canon».
Con esta premisa, los artistas que obedecen al estilo contemporáneo tienen licencia de hacer lo que sea, y venderlo como arte, aunque en realidad no lo sea: si el artista asigna a su producto la calidad de arte, eso es arte; sin embargo, como no se trata de objetos que estén pensados para perdurar en el tiempo, que tampoco son producto de la inteligencia humana —pues están producidos en serie, como mercancía—, y además tienen que ser explicados para tener validez, lo único que estas piezas hacen, según Lésper, es perpetuar las dinámicas del capitalismo y legitimar la ideología dominante. No están hechos para conmover, sino para ser vendidos. Nada más.
3. El estilo contemporáneo es profundamente elitista
El mercado del arte está pensado para los escasos grupos de poder económico en el mundo. Es de gente de cierta posición tener un Tamayo en su casa, y lo mismo con los artistas que Lésper denomina «del sistema»; Orozco con su Oroxxo, Wilfredo Prieto con su Vaso medio lleno medio vacío, o Damien Hirst con sus múltiples cuadros de puntitos, que ni siquiera pinta él. El error común que Avelina Lésper encuentra en todas estas propuestas no es sólo que toman objetos que se pueden hacer en serie y que ya existen, sino que son intervenidos por los achichincles de los artistas en sus estudios. Ni siquiera son los artistas los que realizan la obra, sino que contratan a un séquito de ayudantes para que las hagan por ellos.
Sin embargo, en las ferias de arte contemporáneo se privilegia a estos artistas que ya están consagrados como los icónicos de la actualidad, en vez de dar espacio a personas que sí tienen talento. En las ferias de arte, dice Lésper, lo que parece suceder es que se trata de una exposición de basura comercial, que nada tiene que ver con propuestas genuinamente creativas, con una solidez propia que les permita sustentarse por su cuenta. Así lo pone ella, en una entrevista para Cambios:
De esto se desprende la idea de que la gente se ha acostumbrado a la constante gratificación de los medios, lo que le impide enfrentarse a una propuesta artística real, que lo incomode, que lo saque de su burbuja individual de consumo. Para Lésper, en vez de que la preponderancia esté dada a la crítica pensante, se tiende a una adicción por la satisfacción inmediata, que ha acabado terminantemente con la capacidad de réplica de la sociedad.
En vez de que el arte confronte al espectador, que le permita ver nuevas perspectivas, otras posibilidades estéticas, se ha convertido en una cuestión meramente de estatus. Por esto mismo se privilegian a ciertos artistas: no por mérito artístico, sino por contactos y preferencias de las cabezas del sistema. La figura del artista se ha pervertido, concluye Lésper: son artistas porque nos han dicho que son artistas, y no porque tengan las facultades o aptitudes para realmente serlo.
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