Un vistazo a la valiosa colección de tres grandes. Parte del material está en mal estado y será restaurado.
Una postal de Bioy a su madre, Marta; un dibujo de Silvina Ocampo cuando era una nena; una carta de Silvina a Alejandra Pizarnik comentando con mucho humor que el libro de Georges Bataille que ella tradujo es horrible; y libros, libros, libros, anotados por ellos mismos y que leyeron Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Esto es parte del contenido de las Cajas 26, el corazón de una donación que recibió el año pasado la Biblioteca Nacional y que hoy forma parte de la sala del Tesoro Nacional.
La donación fue posible porque un grupo de personas y fundaciones se reunió y pagó los 400 mil dólares en que se cotizó la biblioteca que, tras la muerte de Bioy, estuvo 15 años guardada en 330 cajas. El librero Alberto Casares seleccionó estas cajas, que él juzgó que contenía los materiales más interesantes, a partir de los 17 mil ejemplares que pertenecieron a Bioy Casares y Ocampo, además de los libros que Borges -gran amigo de la pareja- dejó en esa casa.
El lugar de destino de todos estos libros será la biblioteca de la calle México, donde está el Centro de Estudios Internacionales Jorge Luis Borges, dirigido por Laura Rosato y Germán Álvarez. Para ello, esta sede de San Telmo estará en obras a partir de agosto: la idea es que en un año y medio pueda verlas el público.
Por otro lado, como gran parte de los documentos están en mal estado, deben pasar por un adecuado proceso de preservación y conservación por parte de los especialistas en la materia, para poder ser exhibidos y esto también lleva su tiempo.
“La Universidad de Virginia ya tiene 60 manuscritos de nuestra literatura. Materiales así no deben irse de aquí»
Si bien el destino de esta biblioteca es principalmente el estudio de la obra de Borges, “nuestro gran símbolo de los argentinos”, como señaló Alberto Manguel, director de la Biblioteca. “Todos estamos bajo la sombra del gran Jorge Luis Borges y esta biblioteca podrá ser el núcleo, una galaxia de investigaciones que hacen en sí mismas una carrera universitaria o doctoral”, agregó el funcionario.
Juan Pablo Canala, director de la Sala del Tesoro, explicó el valor de los materiales. Las galeras de una primera edición de El jardín de los senderos que se bifurcan, o la primera publicación del cuento El zahir en la revista Anales de Buenos Aires, por ejemplo. Un collage hecho con papel glasé de Alejandra Pizarnik a propósito de su libro Extracción de la piedra de la locura. La edición en inglés de Las mil y una noches que Borges utilizó para su ensayo sobre los traductores de Las mil y una noches. Dibujos a pluma de Borges en las guardas de un libro de Chesterton; una versión de La invención de Morel corregida a mano por Bioy, correcciones que después se vertieron a la edición de Emecé; la primera edición de Viaje olvidado, el primer libro de cuentos de Silvina Ocampo, intervenido por ella misma, de manera manuscrita. Otros libros atestiguan el trabajo en colaboración de los tres, con notas al margen y supresiones. “Todas estos materiales dan cuenta de una gran cantidad de libros proyectados y no realizados”, explica Canala, “y en ocasiones estas lecturas son excusas para Bioy para pensar sus futuras obras”.
También hay aquí el testimonio de vínculos familiares y literarios: una carta de Gabriel García Márquez a Bioy, una dedicatoria muy sentida de Ernesto Sabato: las lecturas que compusieron el universo literario de las Ocampo, como los poemas de Dylan Thomas (“no sabemos si a Borges le gustaba Dylan Thomas, pero sí les gustaba a las hermanas Ocampo”, dijo Canala). Es un ejemplar fechado de 1946 y que lleva el nombre de Victoria en la página de guarda.
Respecto de las hermanas Ocampo, el director de la biblioteca mencionó dos anécdotas: la primera, que cuando se hablaba de las hermanas, solían enumerarlas como: “Victoria, Angélica y etc.”, y que Silvina sabía decir que ella era la Etcétera de las tres. La otra anécdota: como Silvina Ocampo se creía poco atractiva, cuando la entrevistaban se ubicaba en un lugar adonde su rostro quedara en sombras y sus piernas cruzadas -que eran muy hermosas-, muy exhibidas. Se halló un dibujo que Silvina Ocampo hizo de niña, razón por la cual Alberto Manguel, comentó tal vez se pueda hacer después una muestra con los dibujos de la escritora.
En algún sentido, los nuevos materiales funcionan como una biografía de Bioy Casares y Ocampo. Por ejemplo, un librito que fue encontrado y traído a la Biblioteca Nacional y que Silvina Ocampo leyó en la infancia: hoy, aclaró Alberto Manguel, considerado racista. Se trata de Golliwog de Florence K Upton, donde un muñeco negro y dos muñecas holandesas vivían algunas aventuras: a través del tiempo llamar a alguien Golliwog fue tomando un carácter peyorativo.
La investigadora Laura Rosato hizo hincapié en la conservación de las piezas que hicieron al universo creador de un escritor: “Si entre los 17 mil libros de la donación hay revistas Patoruzito y estas Patoruzito las leyó Bioy Casares, son parte del patrimonio”, dijo. Un poco en chiste y un poco en serio, Manguel agregó: “Si hay algo valioso, no lo tiren. Guárdenlo. Pero nosotros, como bibliotecarios y como argentinos, no tenemos que permitir que nuestro pasado se pierda. La Universidad de Virginia ya tiene 60 manuscritos de nuestra literatura; y materiales así, hayan sido vendidos o hayan sido robados, no deben irse de aquí.”
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