La pinacoteca presenta una exposición innovadora dedicada a la faceta como retratista del olvidado pintor, a quien sitúa a la altura de grandes genios del ‘Cinquecento’
Lorenzo Lotto, el visionario del retrato psicológico. Lorenzo Lotto, el errante. Lotto, el tipo de escasa fortuna, el genio ensombrecido por otros genios del Renacimiento veneciano. Lotto, el olvidado que durante siglos habitó el purgatorio de la reputación. Lotto, el artista que dio voz a los seres marginales, a los perdedores de la historia. Todos esos lottos aguardan a ser descubiertos por el público del Museo del Prado, que ya estaba familiarizado con su condición de revolucionario del retrato matrimonial, gracias a una obra fechada en 1523 en la que una joven pareja, Micer Marsilio Cassotti y su esposa Faustina, posan mientras él le coloca a ella el anillo. Detrás se ve a un maligno Cupido que mira al contrayente con sorna y unce a ambos con un yugo como a un par de mulas.
Miguel Falomir exhibió ayer, durante la presentación a la prensa, su doble personalidad: ejerció de director del Prado y comisario de la exposición junto a Enrico Dal Pozzolo, historiador de la Universidad de Verona. Juntos han trabajado en este proyecto durante 11 años, cuando se conocieron en Madrid por una muestra del retrato del Renacimiento.
Para Falomir, Lotto (Venecia, 1480-Loreto, 1557) es el gran maestro del género, así como el más innovador. En la comparación con el Tiziano, con el que se midió a menudo, el director, encuentra una buena explicación a la importancia de Lotto: “si se hiciese una muestra de retratos de Tiziano, saldrían más obras maestras, pero sería una exposición más aburrida”. “Tiziano fue un pintor de cámara y no podía salirse del guion marcado por la monarquía que le empleaba. En vida se le celebró como el más importante de Europa. En cambio, Lotto se inventó un lenguaje personalísimo y fue tan libre que pese a ser famoso con solo 25 años y tener una amplia clientela entre la burguesía, terminó arruinado y olvidado”.
En vida tampoco es que le fueran mucho mejor las cosas. Un mapa de Italia traza el vagar del pintor al principio de la exposición, que cuenta con sorprendente montaje realizado por Jesús Moreno. La carrera de Lotto se desplegó a lo largo de medio siglo durante el que trabajó entre su Venecia natal, Treviso, Bérgamo, Roma y Las Marcas.
Y después de las coordenadas, viene la sucesión de sorpresas pictóricas, mezcladas con dibujos y algunos de los objetos (ballestas, collares o camisas) similares a los que Lotto empleaba en sus composiciones para subrayar la psicología de los personajes. Así, el magistral retrato de Andrea Odoni, llegado de la colección de la reina de Inglaterra, se acompaña de bustos y mármoles romanos.
La portada de un libro
Cada personaje de Lotto “narra escenas sociales de la primera mitad del siglo XVI”, explica Falomir. Ante el Retrato al óleo de hombre con lámpara (hacia 1508), el experto señala el revolucionario cambio que el pintor operó en los fondos de sus composiciones. Un lienzo en blanco tras el que se vislumbra una lámpara le sirvió en este caso como una alegoría del conocimiento.
Una de las piezas más significativas del afán investigador de Lotto es Retrato triple de orfebre (¿Bartolomeo Carpan?), realizado hacia 1525 en el que muestra al joyero de frente flanqueado por dos perfiles diferentes, algo que los expertos consideran que pudo ser un ensayo más allá de los dibujos preparatorios incluidos en la muestra o una revolucionaria aproximación a la escultura.
El artista y su metáfora en un sello
No se conserva ninguna obra considerada como un autorretrato de Lorenzo Lotto. Puede que sea él un joven muy moreno vestido de rojo y coronado con laurel que aparece en la parte inferior del óleo en el que se representa a San Antonio de Florencia repartiendo limosnas (1540-1542).
Su único autorretrato seguro tiene más de espiritual que de tangible y con él concluye la exposición. Se trata del sello con el que cerró su testamento en 1531 en el que muestra una grulla levantando el vuelo con un yugo en sus garras y en el pico el caduceo de Mercurio, símbolo de la oposición entre la vida activa y la contemplativa, de la meditación espiritual como vehículo para trascender las cosas mundanas.
Esa era su aspiración vital cuando estaba ahogado por la melancolía y se sentía “solo, sin fiel gobierno y muy inquieto de mente”.
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