Llega a España el libro de relatos más polémico de los últimos meses en Estados Unidos, firmado por un escritor condenado por asesinar a un hombre
Primero mató a una persona, luego escribió un libro. Antes había estudiado un máster de Humanidades y, mucho antes, había empezado a notar los efectos de sus problemas mentales, que intentó combatir a base de drogas y alcohol. Pero la historia de Curtis Dawkins no es tan sencilla. El motivo por el que le pegó un tiro a Thomas Bowman y ahora cumple una cadena perpetua en una prisión de Michigan (Estados Unidos) va más allá del contexto, de las circunstancias. «No habría disparado a un hombre si no hubiese estado colocado, pero hay problemas más profundos. Nunca es SOLO por las drogas y el alcohol.
Dawkins había empezado a escribir una década antes de cometer el asesinato, en 1994, cuando la empresa de sus padres se incendió y decidió volver a sus estudios para convertirse en escritor. Su vida, sin embargo, siguió por otros derroteros. Se casó, formó una familia y consiguió un trabajo como vendedor de coches. Pero todo cambió en 2004, una noche que consumió crack y destrozó muchas vidas: la de Bowman, la suya, la de los familiares de ambos. Ya en prisión, con el crimen a sus espaldas, la literatura se convirtió en su «salvavidas». «Si no hubiese escrito nada, no estaría aquí hoy», confiesa ahora.
Cada día, dedica unas cuatro horas a escribir, aunque podrían ser más. «He visto programas de televisión sobre cárceles rusas donde cada segundo está estructurado, lo que me parece una pesadilla. Yo básicamente vivo mi vida. Tengo un trabajo de prisión como limpiador. Pero si quisiera podría escribir 24 horas al día», afirma. De ese empeño nació un libro de relatos que llamó la atención de Scribner’s, una de las principales editoriales estadounidenses, que le ofreció un adelanto de 150.000 dólares. Finalmente, la obra se publicó en julio de 2017. Ahora, después de haber cosechado buenas críticas en su país, en las que se destacaban los méritos literarios de su criatura, «Hotel Graybar» llega a España de la mano de Seix Barral.
Los relatos de Dawkins hablan de la cárcel, de los presos, de lo que se queda fuera, del mundo inmenso y ya lejano, de la esperanza, pero también de la asunción de la culpa. Es una mirada, cuenta, distinta. «La mayoría de los presos no han tenido una educación académica, que es la razón por la que el mundo rara vez escucha su voz. Parte de mi propósito era darles a estos chicos una voz, y una que no viniera de la mano de algún idiota que enseña clases de escritura en prisión», asevera. Una mirada, insiste, honesta: «No hay nada que me cabree más que un libro deshonesto».
Quizá por ello, las historias de «Hotel Graybar» se construyen a partir de sus experiencias directas de la cárcel. Pretenden ser veraces, aunque están siempre filtradas por su ojo de letraherido y admirador de Pynchon, DeLillo o Joy Williams. El cuento que abre el libro –«La prisión del condado»– fue también el primero que escribió, y le vino a la mente mientras pasaba la cuarentena obligatoria para todos los que entran en la prisión del condado de Michigan. De hecho, usó el nombre de uno de sus compañeros, pero sus abogados le aconsejaron que lo cambiara. A pesar de todo, en el relato se palpa esa sensación de claustrofobia y se sufren esas relaciones extrañas (y obligadas) que se establecen entre los desconocidos.
De lo que no habla este libro es de la noche en la que Dawkins mató Bowman, una culpa de la que no se ha liberado a pesar del tiempo, que todavía lo asalta ciertos días, ciertos momentos. «Podría escribir sobre aquella noche. Sería fácil ficcionalizarla y no hay nada que no se pueda hacer ahí, pero no quiero. Tengo conciencia y no me sentiría bien haciéndolo. Mi pareja, la novelista Kimberly Knutsen, ha escrito sobre aquella noche desde su perspectiva, pero yo no lo necesito», explica.
Aquella noche, disparó un revólver Smith & Wesson del calibre 357 que se había comprado para sentirse protegido porque trataba constantemente con narcotraficantes. Formaba parte de su paranoia in crescendo. Ahora no piensa lo mismo. Dawkins está a favor de una legislación más severa con el control de armas. «Ojalá me hubieran denegado el arma por mi historial mental. No estaría aquí. Nadie necesita un fusil. Nadie con problemas mentales necesita un arma. Sí, necesitamos una regulación más estricta», remata.
El arte y la moral
En Estados Unidos, la publicación de «Hotel Graybar» suscitó un debate sobre las barreras morales del arte y la literatura. ¿Debería publicarse? ¿Debería leerse? «Yo no leería nada escrito por un pedófilo, ¿pero hasta dónde podemos llegar con esa línea ética? ¿Qué pasa si no estoy de acuerdo con que Picasso fuera un mujeriego en serie? ¿Debería juzgar y rechazar su arte? Gauguin fue un capullo y pudo haberle cortado la oreja a Van Gogh. ¿Y qué hay sobre Woody Allen? ¿Y Roman Polansky? No me preocupa que haya gente que no lea mi libro por lo que he hecho. Juzgar a la gente nos hace sentir mejor sobre nuestras propias vidas, pero no tiene sentido. Es humano, pero es una línea sin sentido que colocamos para hacernos sentir mejor que otros. No sabemos de lo que somos capaces hasta que estamos en ciertas situaciones. Situaciones que, por la gracia de Dios, algunos nunca se encuentran», opina Dawkins.
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