Fogwill inédito: sus primeras aventuras literarias

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«Memoria romana» incluye cuentos de los ’70 y una novela breve que se lee como lado B de «Los pichichiegos».

Rodolfo Fogwill vuelve. En agosto. La editorial Blatt & Ríos publicará un volumen con textos inéditos: diez cuentos y una novela corta. Será el cuarto libro póstumo del autor de Muchacha punk, que se fue el 21 de agosto de 2010. El primero que Fogwill no dejó terminado y cuyos relatos fueron elegidos por los editores.

La publicación tiene su origen en el titánico trabajo de la archivista Verónica Rossi: durante siete años se dedicó a ordenar pilas de documentos, cartas, fotos, borradores, videcassettes y anotaciones personales que Fogwill había trasladado de mudanza en mudanza hasta transformarlos en legado en el último departamento que habitó, en Palermo.

“Tenía su gran lado creativo y otro más tortuoso, pero su archivo demuestra que era muy auténtico: un día te mandaba a la m… y al otro te hacía notar su afecto”, señala Rossi. Pese a su fama de cascarrabias, fue un formador de nuevos talentos -resalta la investigadora- y tenía una preoucapación por la memoria. De ahí, la cantidad de materiales que cuidó, un archivo que hoy su familia mantiene en 21 cajas de preservación.

Pero, ¿qué dicen estos textos hallados? “No son las joyas que no publicó, pero sí completan la idea que él tenía de lo que era hacer literatura”, adelanta el editor Damián Ríos. “Aparece su mirada penetrante con dosis justas de sociología y literatura”, agrega.

La obra incluirá ocho cuentos de la década de 1970, antes de la aparición de su primer libro. Otros dos, de los años 2000. En muchos relatos surge la clave autobiográfica, algo que no repetiría demasiado en su obra. Con esta edición de textos recuperados se amplía el cánon que el propio escritor había fijado para sus Cuentos completos (Alfaguara, 2009).

Uno de los relatos, vibrante, adictivo, es El sueño de Nicolás. Pinta una mañana tranquila de pesca en las afueras de una ciudad. La tierra, de golpe, vibra. Se deduce una gran explosión, no tan lejos. ¿Nuclear? El hombre se desespera y corre a la cabaña a proteger a los chicos. Crecen la acción y las preguntas.

En los cuentos del nuevo volumen está presente el oído fogwilliano para captar climas de época, modismos y, también, contradicciones. Además, hábiles juegos de palabras y del lenguaje.

Memoria romana (título del nuevo libro y de la novela breve que integra la edición) es una serie de anotaciones fechadas, que van del 24 de marzo del ‘82 a junio.“Se puede entender como el lado B de su gran novela Los pichichiegos. Conmueve la claridad y el escepticismo con que el narrador, entre el diario personal y la novela, va contando la Guerra de Malvinas. Hay una mirada melancólica y también recuerda un viaje que hizo a Italia diez años antes, en el marco de algún tipo de misión secreta”, completa el editor.

En el prólogo de la novela Un guión para Arkino, Fogwill pedía que si alguien encontraba Memoria romana se la enviara para su publicación. El escritor ya la consideraba una novela.

Ríos pone en contexto: para muchos lectores, el autor de Vivir afuera fue una pluma clave en la transición de la dictadura a la democracia. “Gran parte de su trabajo se apoya en un oído literario y sociológico, en leer ese pasaje, que coincide con su mejor producción, entre 1981 y 1985.” Pudo interpretar y pintar, con una fuerte cuota de ironía, un período de la Argentina. Y también cuestionarlo.

“Si en los años 80 él empieza a discutir en su obra -porque discutía todo el tiempo- con el emergente literario de aquel momento, con autores como César Aira o Héctor Libertella, en estos textos previos discute de algún modo con escritores de fuerte presencia en los ‘70”, señala Ríos. Se ven tensiones en citas al psicoanálisis, a la novela picaresca de Jorge Asís y a una discusión con el realismo.

Fogwill prefiere como narradores a personajes de buen pasar económico, de la clase media. “Ahí, discute con la literatura de izquierda de los ‘60 y ‘70 -esclarece el editor- que elegía a las clases populares para contar la injusticia. Desde otro lugar, él sigue mostrando los problemas pero de un modo más agudo: los personajes son testigos de negociados, de movimientos de dinero. Mira la misma sociedad desde otro punto de vista e identifica los mismos problemas y otros”.

n cambio orgánico, cuento que integra la edición, corresponde a 2002. Ese no estaba en el archivo. Ríos, amigo íntimo, lo conservó después de que el escritor le pidiera una opinión. El también sociólogo nacido en Quilmes acostumbraba compartir o regalar sus textos. Así, muchos se extraviaron. Otros, como Memoria romana, finalmente estaban traspapelados en su archivo. Un cambio orgánico presenta una Buenos Aires en que los medios de comunicación amplifican mensajes y miedos. El nudo pasa por el temor a la toxoplasmosis.

“Fogwill está en un negocio y lo confunden con Isidoro Blaisten: los dos eran cuentistas -señala Ríos-. Hace un chiste con eso y con las modas en literatura. En el contexto del relato se instala la fobia a los gatos y una paranoia. Es agudo al sacar una radiografía de la sociedad y cómo se mueven las clases medias en el mundo de las fobias. Ahí, también habla de las formas de pensar la literatura: el narrador plantea el problema de ‘quién soy yo’ (en referencia al autor), un tema que se está discutiendo ahora.” Verónica Rossi ya estableció que Fogwill tenía una preocupación por la memoria. ¿Sus archivos eran tan caóticos como siempre se dijo? ¿Cómo se ve en las fotos de época, un revoltijo de papeles y objetos? “Lo ‘desordenado’ era una pantalla -confía la especialista-. Tenía reunido todo en distintos sectores: en una gabeta, todas las cartas; en otro sector, las revistas; más allá, textos propios.” Había un caos ordenado difícil de descifrar a primera vista, pero que protegía recuerdos y obra.

Polemista, apasionado, muchas veces hiriente y, a la vez, auténtico. Rossi define a Fogwill a través de un mensaje que encontró en los archivos: “Mi valor literario es una lápida para mis hijos, un peso, en cambio mi valor ético es un impulso. Ninguno de ellos se arrepiente de la moral de un padre como yo”.

Prosa hipnótica, lengua temida

Rodolfo Enrique Fogwill nació en Bernal, Quilmes, en 1941. A los 23 tuvo su diploma de sociológo y por más de una década trabajó en publicidad. A los 39, tras su primer libro de poemas, saltó a la literatura. Había fundado una editorial con la que apoyó a poetas como Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher. En 1983 apareció su gran novela sobre Malvinas, Los pichichiegos, que escribió en seis días y con 12 gramos de cocaína encima, según contó. Antes, en 1980, había publicado Muchacha punk, para muchos uno de los mejores cuentos argentinos. Maestro de la provocación, era amado por sus amigos, cálido con sus seres queridos y a la vez polémico, temido por los eventuales adversarios. Su lengua era un arma. Polemizó con Ricardo Piglia, con Beatriz Sarlo, con la obra de Sabato, con las Madres de Plaza de Mayo, con las campañas por el aborto y por el matrimonio igualitario.

Fragmento de «Viajes», relato del nuevo libro

El viaje se inicia cuando se me forman las copitas bajo los ojos, a los pocos minutos de haber tomado el trip. Las copitas primero se anuncian por la sensación de que algo se hincha en el párpado inferior. Después eso crece, empieza a latir y la parte de abajo del globo ocular, haciendo un todo con el párpado conforma la copita que se va llenando de un líquido tibión y dulce hasta desbordar.

Entonces, basta con mirar fijamente un punto, un objeto cualquiera, para meterlo dentro de la copita. Al principio, con esfuerzo, pero después, todo lo que miro, dócilmente se mete en la copita. Una vez en ella las cosas se transforman. Primera transformación: los colores. Los colores viran al rosado o al rojo, que son mis colores internos. Todo se ve entonces más rojo: el azul, más rojo; el negro, rojizo; el rojo mismo, gamado a diferentes variedades de rojo que laten y fluctúan. Después, en la segunda transformación, no solo cambia el color de la cosa sino que también se alteran los límites demarcatorios entre colores. Por ejemplo: veo un cuadro que era la representación de un campo amarillo de trigo, con un río marrón y un puente marrón claro, de madera, todo en contraste con un cielo azul intenso. Bien: ahora es más rojo, pero el rojo que antes era amarillo, y que yo llamaría rojillo, invade al rojul del cielo y con los latidos de la gama roja que inunda la copita, la línea que separa los colores sube, baja, se descompone en relámpagos y lucecitas que estallan rojas y vuelven a agruparse en una franja tan luminosa de amarillo-rojizo que lastima al mirarla. 

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