El Museo Guggenheim repasa su carrera
De 1997, año en que precisamente abrió sus puertas el Museo Guggenheim Bilbao, datan las obras más tempranas de Joana Vasconcelos que el centro presenta, a partir de mañana, en la retrospectiva “Soy tu espejo”. Se trata de una treintena de piezas, tan visualmente impactantes como simbólicas, entre las que se incluyen algunas inéditas y una instalación preparada específicamente para el Atrio del centro: Egeria, con claros guiños feministas.
Vasconcelos considera esta su muestra más importante hasta la fecha. Ha sido comisariada por Enrique Juncosa y Petra Joos y no será difícil encontrar conexiones entre sus propuestas y el edificio de Gehry: comparten espectacularidad y a veces brillo, aunque la lisboeta ha asegurado más de una vez que no le interesa el efectismo, sino la búsqueda de posibilidades creativas inesperadas en el uso de objetos cotidianos: tanto a un nivel estético, en relación con las escalas, como simbólico, este relativo a las convenciones de la sociedad de consumo y del materialismo.
Los materiales que maneja Vasconcelos (telas, botellas, medicinas, urinarios, duchas, utensilios de cocina, teléfonos, coches, sus clásicos azulejos…) nunca nos son ajenos, pero en sus trabajos siempre adquieren una complejidad inesperada: por multiplicarse en su repetición, por referirse de forma directa a nuestros hábitos como seres sociales y consumidores y por hacerlo conjugando el humor y los grandes formatos -la artista explica que aparecen de forma natural, no programada, durante sus procesos de trabajo-. El resultado siempre es festivo en la forma e irónico en el fondo, porque desde el color y cultivando una estética relacional hablan de asuntos sociales y políticos actuales (violencia de género, inmigración, sostenibilidad ambiental), invitando al espectador a extraer sus libres lecturas; Vasconcelos nunca propone dogmas. Hace unos años declaraba a El País que consideraba necesario que la denuncia fuera bella.
Sí procura que sus instalaciones dialoguen con los espacios en los que se exhiben (la del Atrio, dentro de su serie Valquirias, se expande por este espacio como una planta de telas distintas, en referencia a la ocupación de los museos por las mujeres) y también busca que susciten reflexiones sobre la propia naturaleza del arte como herramienta de crítica, señalamiento o poesía. Sus referencias tienen en común tradiciones manuales y cierto sello femenino: ella y su equipo (cuenta con medio centenar de colaboradores en su estudio portugués) se sirven de modos de hacer minuciosos propios de la orfebrería, la artesanía o la moda a la hora de hablar de la identidad actual y pasada de las mujeres, pero no rechazan por ello procedimientos de la ingeniería puntera. Entre los nombres propios que más han influido en la carrera de Vasconcelos destaca el de Louise Bourgeois, y aunque solamos asociarla, por razones evidentes de exaltación objetual, al Pop Art, ella se siente más cercana al Barroco y sus vanitas.
A los roles femeninos en los ámbitos público y privado remiten las obras más tempranas expuestas en Bilbao (Cama Valium, Burka y la controvertida La novia), pero ese asunto se ha mantenido vigente en su trabajo al paso de los años: en proyectos más recientes como los gigantescos zapatos de tacón de Marilyn (PA), los teléfonos que forman un revólver en Call Center o A todo vapor ha utilizado utensilios caseros y electrodomésticos para recordar que la doméstica sigue siendo una esfera eminentemente femenino, pese al paso de las décadas.
La pieza que, junto a la canción de Velvet Underground, da título a la exposición es I´ ll be your mirror, obra reciente en la que espejos con marcos de bronce componen una gran máscara veneciana. Me quité la máscara y me miré en el espejo, dijo Pessoa, que de máscaras entendía. En los cristales de esta instalación podemos examinarnos de un lado y del otro del antifaz, desde el interior y desde el exterior; es bien consciente la artista de las teorías de Carl Jung que abogaban por la conciliación entre el inconsciente colectivo y el personal.
Ese gran espejo fragmentado lo elaboró Vasconcelos para el Guggenheim junto a Solitario, un también enorme anillo de compromiso formado por llantas de coche doradas y vasos de whisky que podemos ver en el exterior del centro, junto a su popular Gallo pop. Diamantes y coches de lujo son dos supuestos objetos de deseo de mujeres y hombres: bienes de consumo en cuyo pago muchos se comprometen con más firmeza que en su matrimonio.
En la serie Urinarios, por su parte, se apropió del emblema de Duchamp; en Cuadros de ganchillo ha reproducido en labores obras esenciales de la historia del arte parodiadas, y en Bordalos hizo lo mismo con las cerámicas del portugués Bordalo Pinheiro, sirviéndose en unos y otros casos de la habitual asociación entre costura y mujer para subrayar la ausencia de miradas femeninas en los libros canónicos de historia del arte. Salvando muchas distancias, con propósitos similares han empleado el bordado otras artistas recientes como Alicia Framis, Estefanía Martín Sáenz, que expone ahora en el Museo ABC, Ángeles Agrela o Elena del Rivero.
Ver más en: Más de Arte