El cantante británico, que acaba de despedir una nueva gira con The Rolling Stones, sopla velas con energías renovadas y convertido en infatigable icono del rock and roll
Se fueron Lou Reed y David Bowie, iconos del rock a quienes la enfermedad sorprendió recién llegados a la tercera edad, pero ahí sigue Mick Jagger, con un monte Rushmore esculpido en la cara y su cuerpo sacudiéndose como el de un Nureyev atravesado por un cable de alta tensión, desafiando las más elementales leyes de la biología. El británico, responsable de haber perfeccionado hasta límites insospechados el concepto de estrella del rock, cumple este jueves 75 años, pero su vida no se parece en nada a la de cualquier otro septuagenario. De hecho, tampoco se parece demasiado a la de ningún astro del rock.
Puede que Keith Richards, con sus pintas de bucanero andrajoso, le gane por goleada en lo que a excentricidad se refiere; y que Ron Wood, el «benjamín» de los Stones, le pise los talones a la hora de tener descendencia a según qué edades –sus gemelas nacieron cuando ya había cumplido los 68 años–, pero sólo Jagger, Sir Mick, puede presumir de haber sido padre por octava vez cuando una de sus nietas ya le había hecho bisabuelo.
De eso y, claro, también de haber llegado a los 75 años hecho un chaval: no hay más que buscar las imágenes del cierre de la gira europea de The Rolling Stones, el pasado 8 de julio en Varsovia, y encontrárselo correteando por la pasarela al ritmo de «Street Fighting Man» y «Tumblin’ Dice» para constatar que, por más que el calendario diga lo contrario, los años no pasan para Jagger.
Excesos
Lejos, muy lejos, quedan ya los excesos de los años setenta, las sesiones regadas en farmacopea variada de «Exile On Main Street», y el imparable trasiego de ese rock and roll circus que ni las muertes de seres allegados –hablamos de Brian Jones, sí, pero también del hijo de Richards o del padre de Jagger– consiguieron detener: en cuanto el medio siglo de vida asomó por el horizonte, Jagger empezó a cuidarse y a someterse a una férrea disciplina física.
Si el espectáculo debía continuar, tendría que hacerlo en plena forma. Sólo así se entiende que, a estas alturas, el británico sea capaz de hacer malabarismos entre los Stones, con quienes planea un nuevo disco para el año que viene, sus negocios como productor cinematográfico y televisivo, y esa carrera en solitario que nunca ha llegado a cuajar. «Yo puedo componer canciones para Mick que van más con su manera de cantar que las que él mismo compone», llegó a decir Keith Richards.
Lo que no cambia es su voracidad amorosa y esa necesidad de saltar de cama en cama intentando extinguir quién sabe cuántos incendios. Incluso ha pasado página del suicidio, en 2014, de la diseñadora L’Wren Scott, con quien mantuvo una relación de trece años y, tras ser padre por octava vez en 2016 junto con la bailarina Melanie Hamrick, los tabloides británicos ya andan de nuevo a la caza de sus correrías nocturnas como soltero de oro. Será que, ni siquiera a los 75 años, ha conseguido saciar su satisfacción.
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