Fue una pena que Thaïs llegara en versión concierto pero quedó un buen consuelo con la presencia de Plácido Domingo
Jules Massenet fue un grandísimo operista del que, aunque siguen en repertorio Werther y Manon, se deberían rescatar más obras, Herodiade y Esclarmonde, por ejemplo, o esta misma Thaïs que el Real ha hecho en versión de concierto, algo con lo que sufre bastante pues es una gran música teatral, para oír y ver con escena. El libreto es de Louis Gallet sobre una novela otrora célebre de Anatole France, muy alejada de lo que hoy interesa y la música tiene momentos excelentes de los que hoy apenas se conoce una Meditación violinística que luego vertebra toda la parte final.
Hacerla en versión concierto es una limitación que se compensaba con la presencia de Plácido Domingo, en su actual tesitura de barítono a la que el personaje va bien, encarnando al monje obsesionado con la conversa ex cortesana. Domingo es una institución de la historia del canto y siempre levanta expectación y seduce al público. Además, se contaba con la presencia de una soprano triunfadora el año pasado en el Real, la albanesa Ermonela Jaho que volvió a arrasar en este teatro. Es una excelente voz y un enorme talento dramático que transmite emoción y a veces un desbordante desgarro. Ella y Domingo se llevaron las grandes ovaciones de la noche, pero hay que señalar que el resto del reparto era muy adecuado.
La dirección musical la asumió Patrick Fournillier, que pasa por un gran especialista en Massenet y que lo es a juzgar por el interés de lo que aquí hizo. La Orquesta Sinfónica de Madrid apoyó con calidad la partitura, con un entonado concertino en la famosa Meditación, y merece destacarse la perfección del Coro Intermezzo magníficamente preparado por Andrés Maspero, hubiera lucido más en escena, pero fue uno de los pilares de la versión concierto. Una sesión de opera no representada que transcurrió por los senderos del éxito. El público fue a oír a Plácido Domingo y lo tuvo con toda su calidad, su condición de mito, y su significación. Pero además recibió mucho más. A una Ermonela Jaho espléndida, una música poco frecuentada, pero de muy buen nivel y un concierto bien interpretado y con calidad general. El éxito fue rotundo para todos, aunque su personificación fuese Plácido Domingo.