El novelista suizo, un superventas del suspense, llega a España con su nuevo libro, «La desaparición de Stephanie Mailer»
Antes de contar sus ventas por millones, Joël Dicker (Ginebra, 1985) tuvo que escribir cinco libros que nadie quiso publicar. Sin frustrarse, nunca cejó en el empeño de convertirse en novelista. Preguntaba, limaba errores, pulía tramas… Tecleó una y otra vez sin descanso, dejando las vacaciones de lado, rechazando las invitaciones de sus amigos; así hasta llegar a «La verdad sobre el caso de Harry Queberc», una obra que se convirtió en un gran fenómeno editorial en 2012. Desde entonces, ya convertido en un superventas del suspense, ha publicado «El libro de los Baltimore» y, ahora, «La desaparición de Stephanie Mailer» (Alfaguara).
Vuelve con la misma premisa con la que alcanzó el éxito: un crimen pasado que no se cierra, que sigue marcando vidas, que determina el presente.
El interés de la historia no es tanto el crimen en sí mismo –que no es especialmente interesante porque ya se ha cometido– sino todas las consecuencias que tiene en la vida de la gente que está alrededor y que tiene un vínculo con ese hecho. Y cuanto más tiempo pasa, mayores son las consecuencias, que se van perpetuando. Creo que eso es lo que me interesa realmente: el efecto del tiempo que pasa.
Y el crecimiento de los personajes, me imagino.
El corazón de la novela son los personajes. Esta galería de personajes que se encuentran en esta ciudad. El crimen es menos importante, es hilo conductor de la historia, el motivo que nos permite seguir un poco todo, que explica por qué en 2014 se encuentran estos individuos.
¿Sigue rechazando la etiqueta de novela negra?
Sigo dudando. Sí: hay policías, hay una investigación, al final del libro descubrimos el culpable… Pero estos elementos de novela negra no son los que constituyen el libro.
El libro tiene elementos de suspense, pero desde el primer momento, desde la primera frase del libro, ya intuimos el destino de Stephanie Mailer.
Es un personaje que da título al libro, pero que dura media página. ¿Por qué es tan importante para darle título a la novela? Porque es el elemento que desencadena todo. Sin ella no hay historia.
Y solo la conocemos a través de testimonios.
Bueno, ese es el juego de la narración: un personaje muy presente que está muerto. Y lo descubrimos a partir de los recuerdos de los vivos que cuentan cómo era ella. Es algo metaliterario. La novela es una historia de personajes que, en realidad, no existen. Stephanie Mailer no existe, pero es que los demás tampoco.
Hay varios momentos en la novela, que transcurren en la redacción de un pequeño periódico local, en los que se lamenta de la situación actual del periodismo. ¿Echa de menos el tiempo en el que todo el mundo compraba el periódico en papel?
Lo echo de menos. Y me inquieta. Me inquieta que haya gente que no lea periodismo de verdad. Me inquieta que la gente no se informe cuando lee cosas en internet. Por ejemplo, si hay que pagar por un artículo, la gente no lo lee. Sin embargo, cuando vamos a la frutería o a la cafetería, tenemos que pagar por la fruta y el café. Si uno quiere algo que necesita, tiene que pagar. Y no entiendo a las nuevas generaciones que con las películas, con la prensa o con la música no quieren pagar. Quieren que sea todo gratis. Y no puede ser gratis. Si es gratuito, no existe.
Bueno, en internet también hay contenidos de calidad.
Pero existe un consumo perezoso, por así decirlo. Hacemos click en los vínculos gratuitos, leemos algo en Facebook sin comprobar nada… Para mí es una locura. Gracias a internet tenemos acceso a los periódicos del mundo entero. A todos. Sin embargo, se hace cada vez menos. Y no entiendo por qué.
Le preguntaba todo esto porque no sé si hay un periodista dentro de usted. Con solo diez años fundó una revista en el colegio.
Se ha informado muy bien (ríe). Yo no soy periodista. Tenía esa pequeña revista sobre naturaleza y animales, que duró siete años. El periodismo no me interesaba mucho porque se limitaba a la realidad. Pero me fascinaba escribir algo en mi casa, imprimirlo y mandárselo a los lectores por correo. Este proceso de compartir me gustaba muchísimo.
La dedicatoria del libro termina con un «¡Leamos!». Es una invitación a la lectura, parece que casi desde un punto de vista lúdico, de «vamos a divertirnos con esto».
El «¡Leamos!» de la dedicatoria es una invitación a integrar la literatura en la vida cotidiana, a incluirla no solo como placer, sino como fuente de conocimiento, de riqueza. Lo serio también puede provocar placer. No son cosas antagónicas.
¿Le preocupa el futuro de la lectura?
Me preocupa. Estamos en un mundo en el que la gente no presta tanta atención a los demás ni al mundo que les rodea. Están ensimismados, viendo imágenes sobre ellos mismos, encerrados en ellos mismos. Hemos perdido esa costumbre de estar con un libro, de llevar un libro en el bolsillo para los momentos de espera. Y es una pena, porque hay gente que está pagando un gran precio por no leer.
¿Qué precio?
Leí un artículo de un científico noruego que decía que según los datos que maneja el cociente intelectual de los jóvenes está disminuyendo. Y estoy seguro de que es así.
Si no me equivoco, su madre trabajó como librera: supongo que en su casa no escaseaban los libros.
Y mi padre era profesor de literatura en un instituto. En mi casa había millones de libros y hablábamos de literatura constantemente. He crecido rodeado de libros. Nunca me han dicho que no podía leer este libro o el otro porque eran de adultos. Todo era posible.
Ha llegado al éxito muy temprano con «La verdad sobre el caso de Harry Quebert». En una entrevista con este periódico durante su promoción dijo que «el éxito siempre llega después del fracaso».
Efectivamente. «Harry Quebert» es mi sexta novela, pero las otras cinco fueron rechazadas por las editoriales. Y porque me rechazaron, me preguntaba cómo podría escribir un libro de éxito. Eso hace que Harry Quebert no hubiese podido existir sin los cinco fracasos anteriores, que son importantes. Gracias a los fracasos se avanza, se progresa. Cuando se tiene éxito desde el principio no se aprende nada. El éxito no te da nada. ¿Por qué se ha tenido éxito? No está muy claro. La enseñanza del fracaso es mucho más clara. Te permite avanzar y evolucionar más.
Bueno, ahora me gustaría saber qué llega después del éxito.
Cuando no tenía éxito tenía que hacer tiempo para escribir. Hacía sacrificios: no me iba de vacaciones o no me iba a cenar con mis amigos. Una vez que tienes el tiempo, tienes que preguntarte por qué continúas escribiendo, cuál es la razón. Muchas veces no escribo para ver si tengo el mono de escribir.
¿Y por qué sigue escribiendo?
Porque es un acto indispensable para mí. Me devora esa necesidad.
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