Relatos nos entrega novecientas páginas de regocijo para los fanáticos de Patricia Highsmith. O novecientas páginas que ofrecen la perfecta ocasión para el lector que se acerca por primera vez al universo de esta escritora sui generis. La compilación, publicada en 2018 por editorial Anagrama, incluye los libros de cuentos Once (1970), Pequeños cuentos misóginos (1977), Crímenes bestiales (1975), A merced del viento (1979) y La casa negra (1981).
En su peculiaridad, Highsmith presenta la culpa como el motor de sus personajes, como el leitmotiv de sus narraciones tan inquietantemente gozosas en las que nada es como debiera ser. En la aparente normalidad de las vidas de sus personajes, hay siempre sucesos que dan un giro a la tuerca que todo lo pervierte. Las ganas de sus protagonistas por afectar al otro van desde esconderle el objeto fetiche designado como vital hasta asesinarlo solamente para evitar que interrumpa el desarrollo de los planes.
Patricia Highsmith parece disfrutar de su misoginia. Las mujeres en sus historias son tontas o anodinas salvo notables excepciones como Carol (El precio de la sal), La romántica (Sirenas en un campo de golf) o Luisa (Small G: un idilio de verano). Pueden vestirse con bellos atuendos (tweed, raso, satín, faldas con tablones) y pueden ser medianamente bonitas, pero poco más. Si acaso, les confiere algún talento como a Heloise, la mujer de Tom Ripley, que toca el clavicémbalo. Sin embargo, los multitalentosos son los hombres, los que gustan del buen arte, un concierto, un vino o una pintura: sus hombres son brillantes y estetas. Mientras que las mujeres de Highsmith tienen empleos mediocres, o han recibido herencias y viven esa vida acomodada, ellos han sido formados en las universidades más prestigiadas, tienen trabajos en los que ganan mucho dinero, trabajan pocas horas en las que ejecutan sin impedimentos sus brillantes ideas y se les reconoce por su labor.
El gusto y la clase siempre están presentes como personajes de reparto con constantes apariciones. Aquí no hay espacio para aficiones ni elecciones vulgares. Sí para el goce que provocan las exposiciones de arte, la buena comida, mejores bebidas, ropa a la moda pero clásica y la mejor música. Las mujeres, siempre rodeadas de hombres parecen ser más bien parte de una compleja escenografía simbólica. Las tensiones y la atracción sexual son más memorables entre sus personajes hombres. Estos personajes de la Highsmith que disfrutan sentirse tipsy (“achispados” en la traducción de la editorial), siempre están elucubrando sobre qué versiones de los hechos darán a fin de ocultar lo que acaban de hacer y jamás pueden ser buenos, no importa cuánto tratan de serlo. Resultan inmensamente seductores, porque además de inteligentes son guapos y sofisticados. Siempre se la pasan bien: después de matar a alguien, en medio de una indagatoria policial a domicilio o en el momento de pensar cómo merodear a alguien, siempre hay tiempo para poner un buen corte de carne en la sartén, prepararse un martini, recibir en la sala a la cocinera que preparó pequeños sándwiches de cangrejo y escuchar a Rachmaninov o Lou Reed.
Fascinada admirante de los gatos y de los animales en general, Highsmith reúne en Crímenes bestiales los testimonios de una elefanta, una cabra o un dromedario que, desde una perspectiva subjetiva fellinesca, en primera persona, nos muestran su miserable o privilegiada vida y la de sus amados o abominados dueños buscando en el lector, quizá, una empatía en el que justifique el crimen consumado. Entre estas adorables y aterradoras historias de animales rebeldes y justicieros tenemos la del gato aficionado a tomar siesta en un barco en Acapulco durante las vacaciones con su dueña cuyo novio detesta porque se aprovecha de ella y decide vengarla en esa cinematográfica playa.
Inútil catalogar a Patricia Highsmith en el mismo fichero de cualquier otro escritor. Podemos decir que su género es el policiaco, que escribe novela negra, pero sería injusto con una obra que quizá (estoy diciendo quizá) sus mismos coterráneos no han comprendido del todo. Sería quedarnos demasiado cortos. Podríamos enlistar las categorías en las que no cabe ni el trabajo literario ni la figura de Highsmith pero no caeremos en obviedades. Diremos mejor que se trata de una de las escritoras contemporáneas más extraordinarias.
Merece la pena notar que a la editorial le da igual que sus traducciones sean leídas en toda Hispanoamérica y en lugar de apostar por un español neutro, leemos a estos personajes preguntándose ¿Para qué tanto jaleo? o portando una fiambrera, trasladándonos del medio oeste de Estados Unidos a las profundidades de Castilla-La Mancha de un renglón a otro.
Es verdad que los cuentos de Highsmith producen una sensación de ser historias nacidas para ser largas pero abrevadas en formato de relatos cortos. Y esto contrasta con la manera en que uno puede paladear en sus novelas el estilo de su escritura y la singularidad de sus personajes. También es verdad que estamos ante una joya editorial para los hispanohablantes al tener estos cuentos versión español compilados en una bella edición ilustrada con un retrato fotográfico transferido a dibujo de una Patricia Highsmith joven abrazando a un gato. Relatos, como todas las historias de esta incomparable escritora texana, se disfrutan siempre mejor con un pernod, un whiskey o un gin tonic en mano.