Al celebrarse 95 años de su natalicio y cinco años de su muerte, su legado está vigente.
A 95 años de su natalicio y 5 de su muerte –esta, una de sus palabras favoritas, fue concepto constante, idea siempre presente–, el escritor colombiano Álvaro Mutis sigue siendo columna estructural de nuestra literatura. Nacido en Bogotá en 1923, criado en Bélgica y luego en la tierra caliente de Coello, en Colombia, entendió desde muy joven que su destino estaba ligado a la poesía y no a la terrible burocracia de la academia. Nunca completó un curso, no terminó el colegio y por su cabeza ni siquiera se asomaba la idea de la universidad.
El tiempo que tenía, lo sabía bien, debía ponerlo al servicio de las letras. Fue locutor de radio y trabajó en diversos escenarios, algunos muy distantes de su faceta como escritor, pero siempre tuvo presente lo que quería hacer: escribir poesía y, si era preciso, morirse de hambre, pero contento.
Junto a Carlos Patiño Roselli publica en 1948 su primer poemario, titulado La balanza, que le permitió lograr el récord en toda la historia de la literatura como el libro que más rápidamente se agotó. Apenas fue exhibido en una librería del centro de Bogotá para que, en cuestión de horas, no quedara ni un solo ejemplar. Todos desaparecieron, literalmente, consumidos por el fuego tras los estragos que trajo consigo el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Habiendo superado el episodio, hacia 1953 aparece publicado en Buenos Aires Los elementos del desastre, libro con el que Mutis comenzaría a ser reconocido como uno de los grandes poetas latinoamericanos del siglo XX. Es innegable que hoy, al acercarnos a algún libro de poesía contemporánea hecha en Colombia, encontramos sus rastros como gran influencia que, de cierta forma, desde las sombras dio un nuevo rumbo a las letras nacidas en esta pródiga tierra.
Los más destacados escritores nacionales de nuestros días nacieron bajo el signo de este gran maestro. Uno de ellos es William Ospina, quien, al preguntarle sobre el escritor bogotano, afirma: “Mutis es un personaje múltiple; influyó de maneras distintas en la literatura colombiana. En primer lugar, diría yo, como poeta. Es uno de los más importantes de nuestra literatura, y me parece que llegó primero que otros a algunas cosas muy importantes de nuestra tradición poética: a un hallazgo de la poesía de esta naturaleza americana, de esta geografía equinoccial, casi que en momentos en que Neruda estaba escribiendo el Canto General y haciendo un gran reconocimiento de América. Ya Mutis, siendo mucho más joven, estaba también escribiendo sus poemas en ese tono de descubrimiento del paisaje, de celebración del mundo americano”.
Uno no dimensiona la magnitud de su obra si no ha recorrido antes algo de su biografía. Desde Octavio Paz hasta Elena Poniatowska, todos coinciden en algo: su gran talento para la creación literaria y su vasto conocimiento sobre Europa, continente que se convirtió en su tierra deseada. Alimentado por un mar de libros y movido por su pasión hacia la literatura del otro lado del océano, su erudición fue convirtiéndose en rasgo esencial.
“Como poeta, Mutis dejó una obra grande, sólida e importante. Uno lee Los elementos del desastre, el Poema de lástimas a la muerte de Marcel Proust o Caravansary y entra en la gran poesía de nuestra lengua”, señala Juan Gabriel Vásquez, quien recuerda con aprecio la figura del autor bogotano, a quien conoció al final de su vida: “… pasamos momentos breves hablando de Joseph Conrad, una pasión que compartíamos. Le gustaba Victoria más que los libros de Marlowe, o de eso creo acordarme. Sabía hablar de Conrad con erudición, pero sin poses. Conversar con él era un privilegio, y solo lamento que no haya ocurrido más veces”.
En 1974 es reconocido en Colombia con el Premio Nacional de Letras y en 1988 se le otorga el Premio Xavier Villaurrutia, en tierras mexicanas. Posteriormente se hizo merecedor de los Premios Médicis Étranger (1989) y Roger Caillois (1993) en Francia, Príncipe de Asturias de las Letras (1997), Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1997) y Cervantes (2001), en España. Desde las tertulias en la casa de Carlos Fuentes, pasando por las inolvidables entrevistas con Álvaro Castaño en la HJCK, su vida y su literatura fueron una fiesta permanente de noble sapiencia.
“Mutis, si tenemos la fortuna de que se siga leyendo, será más grande cada vez”, comenta Fernando Quiroz, quien compartió de cerca la pasión del poeta hacia la literatura y su fervor por la vida. Para el autor de ‘El reino que estaba para mí. Conversaciones con Álvaro Mutis’, su legado, “hablando en términos formales de su obra, reside en la posibilidad de acudir a una mirada profunda de la Colombia rural, de la zona cafetera, de la tierra caliente. Ha sido el único escritor colombiano que ha logrado retratar la esencia, el espíritu humano del hombre, en sus libros”.
Con esa “voz de galán de novela” que recuerda William Ospina con inocultable cariño, Mutis generaba un amplio espectro de emociones. Seguramente escandalizó a las familias cachacas al responder en una entrevista que le hizo Arturo Camacho Ramírez: “Mi hobby es el asesinato”, tanto como logró despertar mares de afecto entre quienes tenían la ventura de conocerlo.
Gran amigo de sus amigos y de quienes no lo eran tanto, el poeta bogotano siempre tuvo una admirable capacidad de generar simpatía y apego. A quienes con talento se movían en las aguas de las artes y la literatura, Mutis jamás dudó en ofrecer su apoyo. Su monumental voz de aliento resonaba como fuerza vital incluso en las cartas en las que solicitaba respaldo para alguno de sus conocidos. Sus palabras jamás fueron desoídas; tal era su magnetismo.
Conversando con el escritor, productor y director cinematográfico mexicano Guillermo Arriaga, este nos contó que, en el ámbito de la literatura, el primero en vislumbrar su capacidad para crear fue el gestor de Ilona llega con la lluvia. Tras leer una mañana algunos cuentos escritos por el guionista mexicano, en la tarde lo llamó para decirle: “Oye, dedícate a esto, compadre. ¡Está muy bien!”. El caso de Arriaga, por supuesto, no es el único. En Colombia, varias generaciones de escritores en los últimos 50 años recibieron de su corazón dadivoso el impulso que les permitió avanzar. Así lo recuerda Piedad Bonnett: “Yo leí a Álvaro Mutis cuando entré a la universidad y me fascinó su poesía. No solo me gustó mucho, sino que además me influenció. Escribió muchas cosas que interioricé”.
Los grandes en Colombia también gozaron de la camaradería de Mutis: León de Greiff, Eduardo y Jorge Zalamea, Eduardo Carranza y su tocayo Álvaro Castaño, entre muchos otros tuvieron, con certeza, alguna historia para contar. Sin embargo, fue en la Cartagena de 1949 donde se forjó la amistad más importante de la literatura colombiana. Allí el autor de Amirbar conoció a García Márquez y desde entonces nutrieron un vínculo que puede considerarse eterno, más allá de las limitadas fronteras materiales.
Posteriormente, fue México el refugio de dos escritores exiliados que encontraron un territorio donde seguir compartiendo su mutua admiración literaria y su fascinación por el jolgorio y las tertulias. El cataquero lo definió así en un discurso que leyó durante la celebración del septuagésimo cumpleaños del bogotano: “Basta leer una sola página (…) para entenderlo todo: la obra completa de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es solo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todos”
Desde la otra orilla, el poeta Santiago Mutis Durán rememora la vital generosidad que su padre prodigó hacia el autor de La mala hora: “Ellos construyeron una patria propia donde había una ley escrita que era la ley de la libertad y la integridad”. En esto coincide William Ospina: “… yo diría que fue definitiva la proximidad de Mutis para el surgimiento de la obra de García Márquez. Ese diálogo entre esos dos colombianos en México fecundó, por supuesto, la obra de ambos y configuró el momento más alto de nuestra literatura, de nuestra inclusión en las corrientes de la época. Gabo fue el gran prosista de lo que llamamos el boom latinoamericano, y yo diría que Mutis es el poeta del boom latinoamericano, si no incluimos a Neruda en él, si lo consideramos más bien un precursor”.
Ni su fama, ni el tiempo ni la edad disminuyeron su probidad. Su legendario don para confraternizar también encantó a las nuevas generaciones de escritores. Juan Villoro lo rememora con un dejo de nostalgia: “Como amigo extraño la solidaridad que mostraba a sus colegas, la calidez, las conversaciones infinitas, sus anécdotas de juventud con García Márquez, sus viajes por toda América Latina, sus romances fantasiosos o reales… todo esto es un acervo maravilloso. Era un gran narrador oral y ¡claro que lo extraño! (…). Así como Maqroll El Gaviero tiene amigos dispersos en los distintos puertos del mundo, también Álvaro Mutis hacía que la gente se sintiera en casa, aunque viniera de lugares distintos”.
Tanto en su poesía como en su narrativa, su alma poética fluye a través del agua. Desde la lluvia que trae a Ilona, pasando por los ríos del Tolima que acompañan sus primeros poemas, hasta desembocar en los mares navegados por Maqroll. Santiago Mutis Durán reflexiona sobre la presencia del agua en el curso de la obra de su padre: “Siguiendo el agua, uno va por toda la vida de él y de su literatura, ¡es impresionante! Es el hilo de oro que agarra todo, absolutamente todo, hasta las lágrimas… es una cosa deslumbrante. Tú no puedes entender las novelas si no puedes entender la poesía, y no terminas de comprender toda esa poesía si no sabes el desarrollo que eso tiene en la novela. Donde termina la poesía es donde terminan el río, el agua, el continente, la tierra y comienza el mar, que son las novelas. Y el mar es el viaje, es esa especie de perseguir; uno sabe que hay algo prometido para uno y todo eso va constituyendo no solo un temperamento, sino un destino”.
Mutis es, como lo señala Ospina, “el poeta del boom latinoamericano”. Sus versos, como surgidos de un naufragio, le permitieron habitar la enorme casa de las letras y erguirse altivo ante las gentes, conmocionadas todas, por tan bella poesía que brotaba de su boca. Allí va El Gaviero, y por aquí anduvo, a bordo de un Tramp Steamer, recorriendo anchos mares y bebiendo el agua pura de la vida. Pasarán 100 años, incluso 1.000, y su legado se mantendrá intacto, mientras haya gente que lo lea y lo recuerde como el gran creador que fluyó, generoso y sabio, entre las profundas aguas de la literatura.
* Juan Camilo Rincón (Bogotá, 1982): periodista y escritor.
* Santiago Díaz Benavides (Bogotá, 1994): periodista cultural, lector editorial y librero.
Autores: Juan C. Rincón y Santiago Díaz B.
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