En 2016 Valparaíso publicaba una antología, bajo la mano de Margarit y prologada por García Montero, de un nuevo autor desconocido. Tanto Margarit como García Montero, hablaban de él como un poeta que merecía salir a la luz. Más concretamente, se referían a él como un seco Baudelaire de Extremadura. Y esto, sin ser un verso, parecía tener una especie de fuerza poética atrayente.
La atracción del Malditismo
Con los escritores malditos sucede lo de siempre, son como la luz que atrae al mosquito y, de la misma forma que la luz, pueden ser peligrosos. Tienen esa especie de aura envolvente y oscura. Hacen sentir, en cierta forma, especial al lector por haberlos encontrado a ellos cuando nadie más les hacía caso. La aguja en el pajar o algo parecido.
Sería Verlaine quien definiera al escritor maldito, concretamente al poeta maldito, con Les poétes maudits(1884). Incluía a autores como Arthur Rimbaud, Tristan Corbière o Stéphane Mallarmé.
Es cierto que en principio el término contenía a escritores cuyas obras trataban del mal como esencia del hombre. Poco a poco el uso de la expresión ha pasado a hacer referencia a aquel escritor incomprendido por sus contemporáneos. Que no llega a lograr el éxito a lo largo de su vida independientemente de los temas que trate y, en ocasiones, del talento.
Normalmente la vida bohemia, la rebeldía y la lucha contra todo lo establecido suelen ser rasgos que los identifican también. Bolaño sería categorizado después de su muerte, tras el éxito de sus novelas, especialmente los detectives salvajes, como el último maldito. El último gran ignorado, incomprendido, con una gran parte de su obra, tanto poética como narrativa, dedicada al mal como esencia humana.
Sin embargo, la idea del mal se ha ido perdiendo. Otro de los últimos, y más míticos, malditos es Charles Bukowski y, desde luego, el mal ronda por sus textos, pero no de la misma forma. La marginalidad y la incomprensión por parte de su tiempo se han convertido en la base del maldito y, muchas veces, esto suple la falta de talento para elevarlo como gran escritor.
Incomprendidos, oscuros, provocadores y con una vida que les lleva a una muerte temprana. Así es básicamente el maldito que nos presentaba Verlaine y eso es lo que nos atrae. La vida detrás de las palabras.
Escribiendo desde el infierno
Hay una cosa que todos los escritores malditos tienen en común: da igual su vida. Da igual si son más borrachos, si se parecen más a Rimbaud o a Bukowski, si tienen los bolsillos llenos o mendigan en la calle. Lo que importa, lo que es común a todos, es que van a seguir escribiendo toda la vida sin esperar nada a cambio, aunque parezcan esperarlo, aunque ni siquiera ellos lo sepan. “Los demonios me llevarán al infierno, pero escribiendo” que diría Bolaño. Y cierto es.
Esta especie de manifiesto también la haría González-Haba precisamente en el poema con el que se inicia la antología:
Saludad a muerte este último esfuerzo
en la lucha decidida contra todo.
Esto lleva a pensar en lo que plantea Michel Crepú en Ese Vicio Todavía Impune: la idea de que todos están solos. Ya no hay nadie que dé la mano y guíe por el infierno de las referencias. Sí, la biblioteca infinita de Borges se ha convertido en un infierno, no hay nadie que venga a decir este es Baudelaire, un pater, un Poeta, un Hombre al que tienes que leer. La duda de si hoy se reconocería Baudelaire, es una realidad. Tal vez este sea el momento de los incomprendidos.
La publicación masiva, el deseo por entrar en la esfera del mundo del escritor, tan sinsentido actualmente, escudado en el número de seguidores que se tienen y en la falsa excusa de querer llegar a la gente, está funcionado como silenciador. Una escopeta de fogueo que lleva a la creación irremediable, más que nunca, del maldito, los ignorados, los incomprendidos. Un pajar lleno mierda, la soledad inaudita que espera, en la que también caía González-Haba:
Estáis solos. Atrozmente solos.
Peligrosamente solos. Sobre el
volcán de toda soledad.
Por eso mismo, cuando uno encuentra algo como el Puente de Hierro, vuelve a saber que puede cruzar al otro lado. La conciliación de las dos orillas: el mundo ajeno y el propio, el mundo exterior y la intimidad, el yo y lo demás. Sería Margarit también quien diría de González-Haba “Siempre pensé, que de los dos, tú serías el poeta”. Y lo fue, desde luego, en la oscuridad, pero lo fue.
¿Por qué maldito?
Si bien González-Haba no es un escritor maldito tal cual, de hecho su escritura parece fuera de lo público por voluntad propia, tiene algo que lo relaciona inevitablemente con la idea del malditismo. Más allá de su imagen y más allá de su vida: esa lucha decidida contra todo que está en sus palabras.
Oscuro es, incomprendido también. Aunque el mal no es realmente la esencia de sus textos, tiene ese carácter trascendental y filosófico que estaba en los romántico. Ese entramado de símbolos que funcionan casi como una religión, la creencia en la poesía. Los malditos, mejores, peores, con el mal en las palabras o sin él, son creyentes. El talento queda opacado por esto, o puede que sea precisamente esto lo que le da sentido a ese talento. Creen en la poesía. Creen en la literatura. Y nunca dejan de escribir ni, sobre todo, de creer.
Y sí, cierto es que hay ejemplos como Rimbaud, que dejó, en teoría, de escribir y, parece ser que también dejó de creer. Puede que esa fuera la muerte prematura de Rimbaud, puede que no quisiera seguir viviendo así, “en la inderrumbable alegría, levantándose al alba y acostándose a la noche” como escribiría González-Haba. Los demonios, como a Bolaño, lo llevaron al infierno escribiendo, y después murió. González-Haba, por el contrario, vivió mucho más tiempo, buscó en la poesía su “algo más”, casi místico, como dice García Montero, una salida posible. Y fue una lucha hasta el final, “una lucha decidida contra todo”.
Morir por la belleza
Ferlinghetti, en su manifiesto poético La Poesía Como Arte Insurgente, dice alto y claro que EL MUNDO ESTÁ EN LLAMAS. Por lo visto, el mundo es un pajar. Un pajar lleno de agujas. Y para encontrarlas, solo hace falta prenderle fuego. El círculo cerrado. El poeta es como la pescadilla que se muerde la cola, la poesía es como la pescadilla que se muerde la cola, la única manera de seguir viviendo.
De cómo seguí viviendo.
A la noche me acuesto
Al alba me levanto
Pero qué es lo que se le exige a uno para llegar a ciertos versos no es tan fácil de saber. Parece exigirse la vida. Si no se consigue escribir un buen poema, conviértase en uno. Eso es lo que sucedería con Lucien Carr, la musa de la generación Beat, el Rimbaud que no escribió ni un solo verso y que fue la esencia poética de la revolución. Se convirtió en su propio poema, o al menos se creó un mito en torno a él casi poético.
Se entrega la vida. Se entrega del todo, y uno no se da cuenta. Eso es lo que hacen los malditos, incluso los peores malditos si es que existe tal cosa. Se mueren por la belleza, se matan por la belleza, empiezan una lucha decidida contra todo, pero perdida. Tal y como escribiría Bolaño, el poeta es como un samurái que comienza una batalla que, de antemano, ya sabe que ha perdido. Y aun así la comienza. Y aun así, va hasta el final. Esta es la base de la fe.
Hay versos que lo convierten a uno en poeta, aunque solo sea uno. En el caso de González-Haba hay más de uno. Bastantes más, de hecho. Los raros, que los llamaría Bukowski en un poema, aunque sean pocos, están ahí fuera, y es una pena que no se encuentren a todos.
De mi inderrumbable
alegría. Esta, pensé debe ser la
cumbre de mi vida.
Jamás me puede pasar nada.
Y eso todo. Quien quiera entender, que entienda.
Se entrega la vida, está claro. Poco importa que se pierda al poeta, si se salva la poesía. Así es como se van perdiendo los malditos por el camino, y así se va salvando la poesía. Parece la única forma en la que puede seguir viviendo.
Auror: Maribel Pascual
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