La artista celebra sus quince años de relación con la madrileña Galería Marlborough con una exposición titulada «Vaivén»
«Vaivén» es el título de la nueva exposición que presenta la artista Blanca Muñoz (Madrid, 1963) en la Galería Marlborough de Madrid. Sus características esculturas en acero inoxidable han sido exhibidas en el Museo del Prado o en el Reina Sofía, y actualmente está exponiendo en Washington. La escultora, premio Nacional de Arte Gráfico en 1999, sorprende con su último trabajo por la singularidad de la experimentación sobre una misma forma: una diversidad de técnicas, materiales y tamaños que crean unos sugerentes volúmenes atravesados por el color y la luz en un continuo balanceo. En su estudio de Vallecas, entre taladros y soldadores y rodeadas por las obras que conforman la exposición, hablamos de estas quince esculturas para conmemorar quince años de relación con la Galería Marlborough.
¿Qué se balancea en «Vaivén»?
Una de las cosas es la luz. Hay como un vaivén inspirado por la naturaleza, como el que de repente descubres en un paseo. De manera que vas viendo cosas que todavía no has descubierto. Es, por tanto, una cuestión de la percepción de la luz, y por eso es un juego de vaivenes. Y otro es el juego del color que he ido incorporando en los últimos años… Luego, también hay un vaivén de sombras. Al fin y al cabo, la luz te pide la sombra.
En la casa de mis padres, que es un piso muy modesto donde hemos vivido hasta diez personas durante veinticinco años, tuve la suerte de que mi habitación, que daba al patio orientado al este, tenía un resquicio por donde veía el cielo y entraba la luz del sol. Sólo vi un pequeño trozo de cielo durante veinticinco años: todo lo demás ladrillo, sin ventanas, en una sexta planta…. Ese era todo mi horizonte visual durante el primer tramo de mi vida, o sea que, inconscientemente, era presa del espacio y del tiempo, y cuando salía me fijaba en todo. Era una casa llena de riqueza por dentro.
Hábleme de ella.
Estaba plagada de libros, objetos y cuadros, gracias a la inquietud y curiosidad de mis padres. Pero el exterior –cuando mirabas afuera y lo único que veías era ladrillo– de alguna forma te llevaba al aburrimiento y te obligaba a hacer otras cosas, a pintar, etc. También era una manera de concentrarte. Al tener delante un muro de ladrillo de ocho plantas, al final le echas imaginación…
¿Qué legado ha recibido de su madre, una artista autodidacta, y de un padre científico?
Cada vez lo veo más claro: por un lado, con la formación científica de mi padre todo era digno de ser observado en la naturaleza. Salíamos al campo con otra mirada. Por ejemplo, tenía una colección de fósiles de lo que nos encontrábamos por el camino. ¡Imagínese! A fin de cuentas, la zona de Sigüenza, donde teníamos una casa familiar, había estado sumergida en el mar hace millones de años, de manera que ahí estábamos entretenidos los siete hermanos buscando un trilobites, un ammonites… Por tanto, esta mirada a la naturaleza de forma tan detallada ya era de por sí una observación distinta.
¿Y respecto a su madre?
Pues el hecho es que esto, a su vez, se acompasaba con que mi madre montaba el caballete y se ponía a pintar al óleo los paisajes de Sigüenza, de los pueblos y campos cercanos, con lo cual esa combinación surgió de forma natural. En esos tres meses de verano te olvidabas de que existía la ciudad: era una inmersión en el campo total
Sé que le incomoda que reduzcan su obra a la influencia de la astronomía y, de forma particular, por la cosmología. Pero, en ese interés actual por la naturaleza, ¿se siente más cósmica o más terrenal?
No es que me moleste, pero a lo largo de mi obra he ido atravesando muchas etapas. La astronomía me sigue fascinando, pero el mensaje principal es el mismo que descubrí hace tiempo. Las imágenes que tenemos del universo gracias al telescopio Hubble siguen siendo impactantes y poco han avanzado en los últimos años. Me sigue pareciendo fascinante, pero ahora no es el único motor fundamental para mí. Creo que gracias a eso hago las esculturas que hago: estoy convencida. Precisamente, porque observé cómo se mantenían las formas en el espacio, cómo se concentraba la materia o por qué se separa, cómo se origina la forma, o me preguntaba qué era la gravedad, etc. Es cierto que todo eso sigue siendo fundamental en mi obra. Pero no me inspiro ya observando la nebulosa de Orión para hacer la siguiente escultura. Ya no me hace falta. Ahora bien, todo lo que he aprendido de este mundo particular forma seguramente la base de lo que hay en todas mis esculturas. La sensación en mi obra de fluidez y ligereza creo que me sigue acompañando.
De hecho, muchas de sus esculturas parecen ingrávidas.
¡Es que sobre nuestras cabezas todo flota! ¿Cómo es posible que un agujero negro tenga la capacidad de concentrar tanta energía en un punto que, pareciendo enano, su densidad nos resulta inconcebible? Eso es fascinante. De alguna manera, estás siempre imaginándote el espacio, aunque no lo veas. Eso es lo que yo normalmente hago, y lo que más me divierte. Por eso detesto los GPS: yo soy de mapa y de orientación solar, porque en el fondo lo que me gusta es intentar concebir mentalmente qué distancia tengo yo de aquí a allá.
Y en ese cambio hacia lo orgánico, ¿dónde se situaría ahora?
Ahora aún es pronto para saber dónde estoy…..Creo que ese cambio lo empecé hace dos décadas en Inglaterra. Volví un poco a la observación del campo, pero más light, porque toda la ciudad de Londres es como un jardín. Lo contrario a la dureza de Castilla y a la grandiosidad del paisaje mexicano.
¿Podría entonces decir que Londres es el origen de toda esta parte más orgánica?
Sí. De repente empecé a observar otra vez la naturaleza. Las obras de mis dos años de Londres las saqué prácticamente de mis paseos por los jardines, y allí me empezó a fascinar cada vez más la idea de comparar un poco cómo se organizaba la materia en el espacio interestelar con respecto a cómo se organizaba esa araña tejiendo, o cómo un árbol crecía, dependiendo si tenía otro árbol a su lado, o ninguno, o de si tenía la luz suficiente arriba, etc…
¿Toda su inspiración procede del exterior?
No. De alguna forma, cada vez me concentro más en mí misma. En cierto modo, antes necesitaba agarrarme a algo, por ejemplo, fijarme en las formas de las nebulosas, ver las siluetas de las plantas, etc. Eran mis puntos de anclaje. Y ahora me doy cuenta de que no es que no observe, sino que simplemente, me dejo llevar por lo que sale intuitivamente. Cada vez tengo menos cosas que contar. Cada vez soy menos narrativa y más instintiva. Y, sobre todo, lo que hago ahora es dejarme llevar.
Trabaja directamente con el material sin hacer un dibujo previo.
Eso es, salvo que sea un encargo, donde tengo que acoplarme al contexto dado, por ejemplo, a un determinado jardín, con un tipo de luz, clima, etc.
¿Por qué usa un material tan frío como el acero inoxidable?
Es un poco como yo, pero con la calidez del fondo de mi corazón [risas]. Hay un poco de esa combinación. Lo bonito del acero es que es muy duro, pero elástico, tiene una flexibilidad si consigues manejarlo. Por otro lado, crees que tú mandas sobre el material, y no es verdad, porque él manda sobre ti. Si yo hiciese las formas y estructuras con hierro, que es más blando, mis esculturas no saldrían así. En el acero inoxidable tienes que respetar su naturaleza, porque tiene un punto en el que ya no se curva más. Eso es lo que le da otra fisicidad: tiene un límite, con el que yo juego. Creo que eso es, quizá, lo que da calidez a mis estructuras, que doy flexibilidad a algo que parece inflexible. De manera que tienes la fortaleza y la frialdad del acero inoxidable, pero de aspecto fluido y ligero, como si fuese muy dúctil y maleable.
¿Cuándo empezó a perforar las chapas tan carecterísticas de su obra?
Muy temprano, ya desde 1996, cuando hice «Sombra de un eclipse». ¡Aunque hubo una anterior que perforé yo misma con el taladro!
¿Qué ha sacrificado por el arte?
Un sacrificio diría que no. Cualquiera podría verlo como un sacrificio, en el sentido de que no es un trabajo cómodo: siempre trabajas con ruido; te tienes que tapar y proteger las manos, los oídos y los ojos; todo el día estás de pie y necesitas fuerza física; todo el día estás moviéndote y no es, por tanto, un trabajo relajado… Le dedico mi energía a eso. Ahora, sin embargo, es cuando mejor he estado establecida en mi vida. Pero para llegar a tener este estudio, pues he pasado frío, calor, etc. Claro, al principio no tienes dinero para alquilar un espacio grande. Pero en lo que respecta al sacrificio, ahora más bien diría al revés: me siento una privilegiada, porque he conseguido justo lo que quería. En el fondo, claro que dejas cosas, como por ejemplo una vida cómoda y familiar. Son muchas cosas las que dejas atrás, pero no es que me frustre, porque me siento muy satisfecha con mi vida.
Entonces, no ha sacrificado nada importante.
Al revés. Para mí, es una opción natural que tuve muy clara desde joven, afortunadamente también gracias a mi padre, que me puso en vereda. Pues mis preferidas eran la gimnasia y el dibujo. En lo demás era un desastre.
¡Justo dos prácticas que le han sido muy útiles para su profesión!
Sí, además está también el dinamismo del baile, que es una cosa que siempre me había gustado. En este sentido, el vaivén tiene algo de baile, sobre todo si te fijas en las estructuras. Lo bueno que tiene el arte es que tú te vas preparando a tu ritmo, sin hacer ruido. Eso es maravilloso. No necesitas a nadie. Yo realmente estudié en la facultad pintura, después me fui a Roma e hice grabado, y luego me enseñó a soldar un amigo después de volver de México. Y a base de soldar y soldar, pues evité ir a un cursillo de soldadura. ¡No tengo ningún máster! [risas]. Tengo, lógicamente, la licenciatura de Bellas Artes, que claro que te sirve, en primer lugar, para tener un estudio. La facultad era mi estudio, me pasaba la vida ahí metida.
¿Y cómo se lleva con la soledad?
Muy bien, demasiado bien quizá. Es cierto que se trata de una profesión muy solitaria, y la gente se cree que luego necesito ir a las galerías y a las inauguraciones, cuando en realidad es todo lo contrario. A mí eso me aturde. De hecho, voy a la mía porque no tengo más remedio, pero me cuesta mucho la vida social. En este sentido, quizá me paso un poco de solitaria.
Pero la soledad es también libertad.
Claro, tienes esa ventaja, es decir, tienes esa independencia, pero tampoco soy una ermitaña. Teniendo a las personas justas a mi alrededor no necesito nada más. Creo que eso es una ventaja, porque te concentras. De alguna forma, lo que a mí me pasa con el barullo cotidiano es que me descentra mucho.
¿Cuál es la diferencia entre crear una obra a gran escala -sus esculturas monumentales- frente a hacer piezas más pequeñas, como en el caso de sus joyas?
Antes hacía solo el diseño de las joyas o incluso cambiaba la escala de mis esculturas para acoplarlas al cuerpo, pero ahora ya no. Me he comprado una máquina de soldadura láser y yo misma hago el prototipo de la joya, en su tamaño ya definitivo, en estaño. Luego queda en manos de los joyeros. Grassy me abrió un nuevo horizonte cuando lanzamos mi primera colección en 2010. Ahora colaboro con Louisa Guinness, que trabaja en Londres sólo con artistas y estamos haciendo series limitadas de nuevas joyas. ¡Otro motivo para sentirme afortunada!
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