El código de buenas prácticas de las unidades del Inaem corta las alas a la CND de José Carlos Martínez
El Cascanueces que José Carlos Martínez, el director de la Compañía Nacional de Danza (CND) ha estrenado este fin de semana en el Teatre-Auditori de Sant Cugat es la prueba definitiva y necesaria para confiar en la línea ascendente que está llevando la compañía en lo que a ballet clásico se refiere. Su apuesta por la elegancia en este título de repertorio navideño que se inspira en el cuento de Hoffmann se hace patente en el exquisito vestuario y en una escenografía parca pero resultona, que no invade el espacio.
Y sobre todo se hace patente en el estilo, en la finura de la expresión corporal, esa sobriedad en la ejecución del baile que Martínez adquirió siendo étoile de la Opéra de Paris y que ahora, a punto de marcharse, deja en herencia en la compañía española. Porque el director artístico de la CND va a salir el próximo agosto por la puerta protocolaria: la que se activa en las unidades del Inaem llegados a los ocho años de mandato. Todo en virtud de un código de buenas prácticas.
Un código que se inventó Juan Carlos Marset en su polémica etapa en el Inaem, estando César Antonio Molina en el Ministerio de Cultura. La mayoría de directores dieron entonces el “sí quiero” a esa limitación con la que se persigue aquello de “no ser solo honrado sino también parecerlo”. Aunque a algunos fueron mantenidos en el cargo por sus superiores, como es el caso de José Luis Turina, que se jubila el octubre próximo al frente de la Joven Orquesta Nacional de España, y a quien Félix Palomero, el siguiente director general del Inaem, decidió no sustituir. Así pues, pasados los años no se comprende que este código no pueda ser flexible en determinados casos y siga afectando a cargos artísticos hasta el punto de truncar sus proyectos aún estando inacabados.
Habrá quien opine que ocho años es más que suficiente para poner en puntas a una compañía de danza, incluso a una que en manos de Nacho Duato cosechó gran fama, pero convertida en compañía contemporánea y de autor. Eso demuestra desconocimiento de a) lo que es una formación artística del Estado y lo que cuesta renovarla, y b) los recursos que habrían sido necesarios para lograr ese cometido a tiempo.
Ya que no se ha podido dotar de presupuesto el plan de Martínez –1,7 millones de euros anuales, de los que 460.000 se han ido con ese Cascanueces–, no estaría de más que se le diera el tiempo. Un par o tres años más serían suficientes para consolidar la evolución y hacer más producciones propias. Pero no.
“ Lo que me importa es que el trabajo que hemos hecho no se pierda y que el próximo director o directora siga a partir de esa base, abarcando contemporáneo y clásico, evidentemente con su criterio artístico”, decía el director murciano.
Paralelamente a ese estreno en Sant Cugat, la pasada semana la directora del Inaem, Amaya de Miguel, persona sensible a la situación precaria que tradicionalmente ha vivido la danza en este país –“es de las artes escénicas menos apoyadas por las instituciones culturales”–, anunció la puesta en marcha de un Centro Nacional de Difusión de la Danza, desde el que se gestionaría el futuro Teatro Nacional de la Danza previsto en los terrenos de Adif, en el madrileño distrito de Delicias.
Este Centro Nacional, que podrá colaborar con instituciones públicas y privadas, iniciaría su actividad con medio millón de euros –si se aprueban los presupuestos del 2019– para administración y producción. Y en el 2020 habrían dos millones para actividad artística.
Renovar siempre es un aliciente cuando se emprenden reformas como la que vive ahora el Inaem. Pero lamentablemente la voluntad de dotar de presupuesto a la danza siempre choca con una comparación traicionera: con lo que cuesta un ballet clásico se hacen varios espectáculos de danza, hay mucho a repartir… Sí, más cara es la ópera y no por ello deja de hacerse.
El goce que experimentó el público –familiar– de Sant Cugat, que se dejó las palmas entusiasmado con el Cascanueces de la CND, indica otras cosas: el ballet puede ser caro de entrada, pero es mucho más rentable a la larga. Este Cascanueces lleva 20.000 espectadores en 15 funciones, con lleno total. Y girará en años venideros hasta recuperar la inversión y pasar a ganar dinero.
La troupe de Martínez, es cierto, no salió a hacer una exhibición técnica –no es propio de la escuela de París y en sus filas los hay que tampoco van sobrados–, pero su propuesta, la forma en que se explica el cuento, la dirección actoral, la introducción de un mago bailarín… supone en conjunto el triunfo de la belleza. Una belleza a preservar.
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