«El valor de la colección del Museo Fundación Juan March de Palma radica en su capacidad para resumir unos periodos del arte español particularmente fértiles».
«El Museo de Arte Abstracto Español, gestionado por la Fundación Juan March desde 1980, ha sido el punto de partida de la colección del Museu Fundación Juan March de Palma».
A través de una selección de obras el Museu Fundación Juan March de Palma pretende mostrar las diferentes tendencias y figuras del arte de España en el siglo xx. El valor de esta colección radica en su capacidad para resumir unos periodos del arte español particularmente fértiles.
Así, resulta visible cómo todo el siglo XX quedó marcado por los descubrimientos formales y estilísticos de Pablo Picasso, Juan Gris, Julio González, Joan Miró y Salvador Dalí que se han hecho universales al encabezar la ruptura de una vanguardia hoy ya clásica e histórica.
En la segunda mitad de ese siglo el arte español participa del desarrollo de tendencias estéticas internacionales como el informalismo, la abstracción geométrica o el realismo mágico, pero con carácter y expresividad propios. Uno de los aglutinadores de esa efervescencia artística fue Fernando Zóbel, quien, en 1966, con la colaboración de Gustavo Torner y Gerardo Rueda, creó el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, un referente en la escena artística española contemporánea. Este museo, gestionado por la Fundación Juan March desde 1980, ha sido el punto de partida de la colección del Museu Fundación Juan March de Palma, en la que se hace visible una sugestiva red de referencias mutuas entre las obras de los artistas que participaron del espíritu de esas décadas.
Así, y en el contexto del informalismo, la calmada abstracción matérica de Antoni Tàpies -cercano a la filosofía zen y a la estética de la contemplación- se confronta con el grito liberador de Antonio Saura, Rafael Canogar, Manuel Millares o Luis Feito, quienes actualizaron la tradición cultural española desde la expresividad y el sentimiento.
A su vez, los escultores vascos Jorge Oteiza y Eduardo Chillida ya en la década de los cincuenta habían conseguido definir un lenguaje propio, como también lo había hecho Pablo Palazuelo, artista singular con una obra lírica y transcendente. Jorge Oteiza investiga sistemáticamente el vacío y la capacidad expresiva de la geometría del volumen que lo define. Por su parte, y marcado como Oteiza por un profundo ascetismo, Eduardo Chillida, se mueve entre el clasicismo y el primitivismo y pone de manifiesto su interés por la naturaleza y su capacidad para convertirla en arte.
Dominadas por un clima denso e inquietante, se presentan la obra de Lucio Muñoz -que utiliza la madera como soporte- y las de Antonio López y Julio López Hernández, herméticas a veces y que se vinculan a la tradición del realismo mágico. José Guerrero, en cambio, en el contexto del expresionismo abstracto norteamericano investiga los límites y las vibraciones del color, sin renunciar a una cierta evocación del carácter español.
Oponiéndose frontalmente al informalismo, Eusebio Sempere y Andreu Alfaro toman la tradición experimental de las vanguardias constructivas como referencia: Eusebio Sempere propone un método de análisis geométrico, mientras que Andreu Alfaro busca una simplicidad y una nitidez no exentas de simbolismo.
En el marco de una figuración renovada que toma partido por la cultura popular y una cierta crítica social, las obras de Eduardo Arroyo, Juan Genovés y el Equipo Crónica construyen narraciones referidas a situaciones vividas individual o colectivamente que, por los recursos plásticos utilizados, se relacionan con el arte pop más internacional.
En los setenta todo esto dio lugar a nuevas investigaciones sobre los límites del arte y nuevos lenguajes experimentales que rechazaban los medios tradicionales. Contra esto reaccionarán los artistas de la década de los ochenta, cuando pretendieron recuperar el protagonismo de pintura pura y abstracción renovada. En este momento José Manuel Broto, Miguel Ángel Campano, Gerardo Delgado y José María Sicilia presentaron sus obras, que generaron una cierta euforia en la pintura, compartida en el trabajo de artistas como Luis Gordillo, Guillermo Pérez Villalta, Albert Ràfols-Casamada, Jordi Teixidor, Soledad Sevilla, Juan Navarro Baldeweg o Darío Villalba. Un caso especial en este contexto es el del mallorquín Miquel Barceló quien ha conseguido consolidar un lenguaje basado en un repertorio de temas extraídos principalmente de la naturaleza y en un uso muy concreto de los recursos plásticos tradicionales, forzados hasta el extremo.
Coincidiendo con estos movimientos de retorno a la pintura renace con fuerza en los ochenta un interés por la escultura. Artistas como Sergi Aguilar, Juan Bordes o Susana Solano reactivaron un género que finalmente ha conseguido superar sus límites y alcanzar la madurez creativa.
La colección como organismo vivo
A partir de 2013 se ha procedido a una nueva reordenación de la colección y se han incorporado una serie de figuras muy significativas de la creación contemporánea en España: Joan Ponç, Elena Asins, José Luis Gómez Perales, José María Yturralde, José Luis Alexanco, Erwin Bechtold, Mitsuo Miura, el Equipo 57 y Txomin Badiola. Además, se han sumado nuevas obras de artistas ya representados en el museo.
Con Joan Ponç, el museo gana a uno de los miembros del grupo Dau al Set. Con Asins, Gómez Perales, Yturralde, Alexanco y el Equipo 57, se incorpora la abstracción geométrica, reforzada con la obra de Bechtold, artista alemán afincado en Ibiza. Los años ochenta se renuevan con la escultura de Txomin Badiola y una pintura de Mitsuo Miura, que explora la cuestión de la percepción sensorial.
Se incorporan también obras de Sarah Grilo -una de sus caligrafías, a medio camino entre el informalismo y los experimentos a lo Rauschenberg-, de José María Sicilia y Xavier Grau -que ahondan en la vía del color-, además de la abstracción lírica de Alberto Reguera y obras de José Ramón Sierra y Juan Suárez, que dan entrada en la colección a la abstracción colorista. Por último, la escultura en el museo suma la obra de Enric Pladevall.
Con todo, desde que se abriera al público en 1990 como «Col·lecció March. Art Espanyol Contemporani», el objetivo real de las sucesivas reordenaciones de la colección es conseguir presentaciones más amplias e integradas de la colección propia y de las relaciones que cabe establecer entre ella y otras corrientes y tendencias artísticas del arte contemporáneo nacional e internacional. Por eso, si la lógica de cualquier museo la determina lo que colecciona, conserva y muestra, el Museu Fundación Juan March se repiensa a sí mismo y replantea su colección de continuo, intentando encontrar la solución más adecuada en cada momento a la ecuación entre obras, espacios y tiempos que todo museo debe plantearse constantemente.
Manuel Fontán del Junco, Director de Museos y Exposiciones de la Fundación Juan March; Catalina Ballester, Coordinadora del Museu Fundación Juan March; y Assumpta Capellà, Responsable del Programa Educativo.
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