Las últimas semanas han sido un hervidero de emociones e ideas encontradas. Nos hemos vuelto una farsa que es para reírse y no echar una carcajada: los gallos. En España viví una lucha similar: los toros. Según pienso de los toros, pienso de los gallos: No es deporte entretener ante el sufrimiento de aquellos que no pueden elegir. El instinto animal es defenderse, no pelear por pelear, como hacen los humanos guiados por ego y la soberbia. Quienes se alborotan por la imposición, hablan de afrenta cultural a la identidad, como si fuera la primera vez que la metrópolis lo hace. Esa ha sido siempre la norma, no se engañe nadie. Lo impresionante es como sale el aparato colonial a defenderlo, porque es cultura. Pero, ¿por qué no se defienden los museos, el patrimonio histórico edificado, los cimientos indígenas, la bomba, la plena y las clases de bellas artes en la educación pública? Mientras se toma un vuelo apresurado para defender el acto gallístico, la cultura nacional palidece agonizante ante el desangre económico.
El argumento de que las galleras mueven y aportan millones a la economía es de observarse, claro que sí, pero no puede ser lo fundamental. La cultura también aporta millones y aun así le recortan y la obligan a mendigar su belleza y poder de impactar y transformar vidas. Igualmente, preocupa la torpeza con que se trabaja esto. En este país estamos a la merced de que se nos lance a la calle sin sustento, sin una transición adecuada a otros espacios de desenvolvimiento económico. La colonia nos carcome míseramente ante la desidia del amo y sus colaboradores de turno. No se puede pedir mucho. Un país que reclama las galleras, pero deja morir vacíos sus teatros y museos, está, irremediablemente, apocado al fracaso. Casi como ahora.
Autor: Edwin Sierra González
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