El artista, con exposiciones actuales en Madrid y Barcelona, acaba de inaugurar una escultura pública en la Plaza de Colón
Antes de mi visita al estudio de Jaume Plensa (Barcelona, 1955), una nave en Sant Feliu de Llobregat, nos encontramos en el Palacio de Cristal, donde reposa su última intervención. Con el enigmático nombre de «Invisibles» toma posesión un grupo escultórico que incita al silencio y a la introspección. Sus cabezas de malla de acero flotan inmateriales en la arquitectura de hierro y cristal que las alberga. Esta presentación coincide en el tiempo con una exposición más conceptual en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona: la figura humana y la abstracción como dos fuerzas de un mismo cuerpo. Recién investido doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Barcelona, inaugura «Julia», una inmensa escultura que va a acompañar a los madrileños durante un año en la Plaza de Colón gracias a la Fundación Cristina Masaveu Peterson y al Ayuntamiento de Madrid.
¿Quién es «Julia»?
Es el retrato de una niña, pero sobre todo la intención que tiene esta escultura es generar un punto de silencio y de reflexión. Sé que es muy complicado, porque en el espacio público las dinámicas son muy fuertes, y pienso que la Plaza de Colón es un gran ejemplo de un espacio público contemporáneo que es un caos, un caos inevitable pero que describe muy bien la naturaleza humana. Lo que querría es que vibrara, y para ello «Julia» es una pieza ideal. Ojo, para que vibre no la arquitectura, sino las personas que ocupan las calles, plazas, etc. Es una cápsula para que, cuando alguien la vea –y aunque esté sólo unos segundos–, se introduzca esta idea de silencio, de ternura y de introspección en el espacio público. Es un opuesto, pero poco a poco va calando esta idea y la gente lo está entendiendo. Y está funcionando.
¿Cómo le gustaría que la gente se acercara a ella?
Que al pasar por delante, cerrara los ojos y pensara toda la belleza que guardamos en nuestro interior y no somos capaces de comunicar, que la sacara fuera. Un lugar de encuentro donde crear un magnetismo. «Julia» va a intentar hablar individualmente a cada persona, de corazón a corazón. Nos pasa muy a menudo que nos distraemos. En este sentido, la función del poeta y del artista, del creador en general, es que sea una luz que nos oriente en la noche, como un faro. Y muchas veces, si nos distraemos como sociedad, que él nos diga: «¡Eh!».
Vengo del MACBA y una de sus esculturas, en forma de interrogante, nos da la bienvenida. ¿Qué cuestiones plantea el arte?
En gran parte, el leitmotiv de la selección que hice para el MACBA es la cuestión como motor de trabajo, de la vida, como lo que de verdad te impulsa y te da energía para buscar las grandes preguntas que la humanidad se ha planteado desde siempre: ¿quién eres?, ¿dónde vas? Si en la vida puedes plantearte varias preguntas, ya es un éxito. A mí, como individuo, lo que me interesa es la sustancia más esencial de las cosas y creo que la escultura es una herramienta extraordinaria para plantear eso.
En los años 80, empezó creando grandes esculturas de hierro fundido y ha utilizado toda una variedad de materiales para representar sus ideas: cristal, fibra de video, aluminio… Pero también la nieve, la luz, el sonido y las palabras. ¿Qué importancia tiene para usted la materia en el arte?
En aquella época nadie utilizaba el hierro fundido, la transformación de los elementos a través del fuego. Eso me fascinaba y me dio mi primera proyección internacional, porque era una obra completamente inusual en aquel momento. Más adelante se fueron introduciendo las palabras. Me acuerdo el día, en la fundición de hierro, en que vi salir el hierro líquido del horno y era como una luz roja. No pesaba, no era una materia opaca, sino luz. Y entonces fui introduciendo la luz en mi obra, volviéndose transparente, intangible, y entendí que lo que me preocupaba no era ya la materia en sí, sino la vibración de esta materia. Nuestros cuerpos vibran, y cuando vibran, decimos que son como pensamientos. Y esta idea de que los pensamientos se expanden y van llenando el espacio de una energía que es invisible, que no son objetos reales o físicos que tú puedas medir, pesar y valorar, pero que van llenando la inmensidad.
En este camino, una cosa le va llevando a la otra…
Pero en el fondo, si te fijas, es como ir trabajando en espiral a partir del gran tema que es el ser humano y su relación con los otros: tú y los demás; el paso del uno al todo. Esta idea creo que es fascinante.
Su relación con los otros se materializa en sus innumerables obras en el espacio público.
Porque me preocupa mucho la relación del arte con la comunidad, como forma democrática de introducir belleza en el día a día de la gente. A menudo, el arte tiene una tendencia a ser muy endogámico, encerrarse en palacios, que son los museos, y quedarse aislado de la sociedad, que en el fondo es la sustancia principal sobre la que deberíamos trabajar.
En estas figuras que he visto en el estudio con una diversidad de caligrafías de letras y números –hindi, hebreo, latín…– se produce un intercambio cultural. ¿Es el suyo un arte relacional que trata de fomentar el consenso social?
Estas figuras con una mezcla de alfabetos son un canto a esta esperanza de la globalidad positiva, cada uno con su diversidad. No es la uniformización, sino lo bonito y dinámico que resulta ver culturas muy diversas mezcladas pero manteniendo su identidad. Si tú y yo somos iguales, no tenemos nada que decirnos. Somos individualidades, con sus características propias, con su belleza personal, pero por debajo estamos unidos a una memoria general que podemos compartir todos.
Entonces, ¿utiliza su arte para hacer reflexionar sobre cuestiones sociales que le interesan?
Mire, a mí me gustaba ir a casa de mis abuelos porque sólo podía escuchar y aprender. Era como ir a un museo. Cuando habla una persona mayor es extraordinario todo lo que te puede dar en términos de información. Todo esto, a veces, con la rapidez de las nuevas tecnologías que han hecho nuestras vidas mucho mejor, ha hecho que perdamos el lugar de la reflexión. En este sentido, la sociedad de la información es a menudo la sociedad de la desinformación, porque estamos perdiendo un tiempo maravilloso que era el de la reflexión antes de responder.
Pero sus esculturas incitan a la reflexión. Dicen cosas importantes…
Tiene razón, en la medida en que para mi vida son cosas fundamentales. Y lo que me produce una emoción especial es que otros la quieran compartir.
¿Por qué?
Porque es probable que también esté hablando de sus vidas. Eso es muy bonito y ocurre cuando una obra se vuelve universal, porque abraza a muchas personas con sensibilidades parecidas. Intento que mi obra siempre despierte como un movimiento en el corazón de los demás. Simplemente empujo un poquito para que el otro se mueva y vibre conmigo.
Lo que yo quiero es crecer como ser humano y mi forma de expresarlo es con la escultura. No sé hacer otra cosa.
Viendo en el MACBA su obra «Glückauf?», una cortina de letras con el texto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, resulta curioso que una de las personas que más le han influido, William Blake, se adelantase tanto en el tiempo a esta necesidad. Él ya defendía la igualdad de género y de razas, y estaba en contra de la esclavitud. ¿Es esta otra razón de su admiración hacia este personaje?
Yo supongo que, tal vez por eso, siempre me sentí muy próximo a él. Yo nací en 1955 y él en 1757. Es decir, hemos nacido en mitad de un siglo, que es lo peor que te puede pasar.
¿Por qué?
Porque no tienes capacidad ni de pertenecer a una escuela, ni de dejarla. Eres un ser individual y solitario. Pero a mí esto me encanta, porque soy muy individualista, muy anarquista. Tú eres un puente. Y Blake tenía esto que usted comenta. Él era un hombre que se planteaba preguntas. Uno no sabe si era poeta, pintor, grabador, etc. Era un hombre versátil, yo también, y tenía una obsesión enorme por hablar de la espiritualidad en un momento donde todo el mundo lo atacaba. Y estaremos de acuerdo en que una de las cosas más importantes para un artista es sobrevivir el gusto de su época.
¿Aprecia usted alguna mejoría en los derechos humanos y civiles?
Sí, por supuesto. Pero el ser humano es imperfecto, y no podemos bajar nunca la guardia. Normalmente, la arrogancia va unida a la ignorancia, por desgracia, y cuanto más inculto es un ser, una comunidad o un país, más arrogante es. A menudo no nos damos cuenta de esto.
Defiende lo femenino…
Sí, por eso siempre hago retratos de niñas y no de niños, porque creo que nos falta potenciar el lado femenino. Se habla de incluir a la mujer, por supuesto, de igualdad de género, pero creo que la sociedad necesita a gritos el lado femenino, porque el mundo masculino ha hecho desastres enormes. ¡Y te lo dice un hombre! Cuando digo femenino, quiero decir: «No tocar, acariciar». En la política, en la cultura, en la información, considero que hay un momento muy rudo, y tendríamos que hacer un «reset».
Rostros plurales, diferentes etnias y géneros, ¿qué me puede decir de este interés por la figura humana en su diversidad, eje de su obra?
Los rostros en el mundo del simbolismo son bellísimos, porque son la parte de nuestro cuerpo que no podemos ver por nosotros mismos. Un regalo que hacemos a los demás. Y es curioso que lo único que no podamos vernos sea el espejo del alma, que es lo que nos representa. Pero, además, para mí como escultor obsesionado con los contenedores, el mensaje y la botella, ya no es el rostro, sino la cabeza. La cabeza es el palacio del conocimiento, es el palacio de los sueños, en fin, donde todo ocurre. El resto son detalles. Pero en el cerebro, ese lugar oscuro donde se encuentran ideas, ahí pasan cosas. ¡El cerebro es lo más salvaje de nuestro cuerpo! En cambio, se asocia a algo racional, cuando es absolutamente lo contrario. Yo he trabajado mucho esta idea modular y maravillosa que tiene el cuerpo: la oscuridad que tienen los sueños y las ideas; o la oscuridad de la boca, donde en la humedad nacen las palabras; la oscuridad del útero, donde nacen los niños: estos son los tres grandes lugares del ser humano.
¿Qué le domina más en este momento de su vida, el cuerpo o la cabeza?
Es una pregunta muy interesante, porque está vinculada al tiempo también. Claro, si esto me lo hubiera preguntado en otro momento de mi vida, igual la respuesta hubiera sido distinta. Ahora, a los 63 años, creo que es un momento extraordinario de liberación. Envejecer es extraordinariamente bello. Me gusta. Igual lo digo porque de momento no tengo problemas físicos, pero conceptualmente es una belleza. Estoy muy enamorado y me encanta envejecer con mi compañera, porque cuando nos conocimos no es lo mismo que ahora. Nos han pasado mil cosas, por separado y juntos. Entonces, ¿cómo expresar todo eso a partir de ahora? Pues no lo sé. De lo contrario no vendría al estudio. Sería aburrido si lo supiera. Creo que he tenido una vida extraordinaria simplemente porque estoy viviendo. Vivir es extraordinario.
El lírismo de sus esculturas produce intensas emociones y sentimientos. ¿Qué es lo que conmueve su espíritu?
Una cosa que me encanta es estar pensando, porque ahí no tienes ningún límite. Yo invitaría a la gente a pensar. No digo leer, ir al cine, ver exposiciones, etc. Todo esto te ayuda a mejorar los puntos de referencia. Lo que digo es simplemente estar tú sólo, en silencio, y pensar. E imaginar. Creo que es extraordinario, y muy barato. No necesitas nada, no necesitas comprarte ningún útil especial ni ninguna cosa de última generación. De hecho, tú mismo no sabes dónde puedes ir. Verán que es inolvidable. Creo que se ha exagerado la utilidad de las cosas. Que la gente no tenga miedo de parecer que no está haciendo nada, que no está fabricando, que no está haciendo…
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