Treinta y cinco años atrás, a los 69 años, moría en París uno de los grandes escritores argentinos del siglo XX Julio Cortázar vivía rodeado de libros y de discos de jazz, tango y música contemporánea, y lo acompañaba su gata Flanelle («franela», en francés).
Dos días después, fue enterrado en el cementerio de Montparnasse junto a Carol Dunlop, su tercera mujer y coautora de Los autonautas de la cosmopista o Un viaje atemporal París-Marsella (1982).
En esa crónica de viaje, escrita en clave cómica, científica y surrealista, aparecen algunos personajes deotras ficciones de Cortázar. Después de la muerte del escritor, Aurora Bernárdez, su primera esposa, se convirtió en la heredera de su obra. De padres argentinos, Julio Florencio Cortázar había nacido en Bruselas el 26 de agosto de 1914.
Cuatro años después, la familia regresó a la Argentina y el niño Cortázar creció en un ambiente de clase media, con ciertas dificultades económicas debido al alejamiento de su padre, del que nunca más quiso saber nada. Su madre hablaba varios idiomas y daba clases, y Cortázar se volcó a la lectura desde temprano.
Julio Verne, Daniel Defoe, Victor Hugo y Edgar Allan Poe (autor del que traduciría sus cuentos completos al español) fueron sus compañeros en las horas solitarias en el sur del conurbano bonaerense. En la literatura cortazariana, los críticos detectaron ciertas constantes: personajes de una clase media crepuscular, relatos ambientados en colegios inmensos y vacíos, presencias femeninas recurrentes, con insectos, animales y niños provistos de un carácter siniestro o extraño y un estilo que combina sabiamente melancolía, soledad e imaginación como elementos compensatorios.
La política y la sexualidad, acaso como signos de los tiempos, también son centrales en sus ficciones. Con los años, imágenes de la escritura y la lectura se hicieron visibles en las ficciones de Cortázar, como ocurre en este breve cuento titulado «Secuencias», emparentado con «Continuidad de los parques»: «Dejó de leer el relato en el punto donde un personaje dejaba de leer el relato en el lugar donde un personaje dejaba de leer y se encaminaba a su casa donde alguien que lo esperaba se había puesto a leer un relato para matar el tiempo y llegaba al lugar donde un personaje dejaba de leer y se encaminaba a la casa donde alguien que lo esperaba se había puesto a leer un relato para matar el tiempo».
Maravillas intercambiables
Cursó los estudios primarios en una escuela pública de Banfield, el secundario en la Escuela de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires, donde se recibió de maestro normal y, también en esa institución, años después, de profesor en Letras.
En Queremos tanto a Glenda y Deshoras, sus dos últimos volúmenes de cuentos (aún no lo suficientemente valorados) se describen circunstancias, personajes y ámbitos escolares. Fue docente de escuelas primarias y secundarias en localidades de la provincia de Buenos Aires, como Bolívar, Saladillo y Chivilcoy, y luego profesor en la Universidad de Cuyo, en la ciudad de Mendoza, donde dio literatura francesa.
En 1948 obtuvo el título de traductor público de inglés y francés en tiempo récord. Su primer libro fue de sonetos. Presencia apareció en 1938, firmado con el seudónimo de Julio Denis. En 1943 publicó su primer cuento, «Bruja», protagonizado por una introvertida joven pueblerina que en la infancia descubre que posee poderes sobrenaturales.
Su consagración como narrador se dio cuando Jorge Luis Borges, en 1946, publicó «Casa tomada» en la revista Anales de Buenos Aires. Ese relato, que fue leído en clave fantástica y política, formó parte del primer libro de cuentos de Cortázar, Bestiario, de 1951. Y ese mismo año, gracias a una beca, se marchó a París y, en disconformidad con el gobierno peronista, decidió no regresar a la Argentina.
En Francia, trabajó como traductor para organismos internacionales. Allí comenzó una sostenida militancia de izquierda, que lo llevó a visitar la Cuba de la revolución, el Chile de Salvador Allende y la Nicaragua de la revolución sandinista. Eso no impidió que criticara la persecución del escritor Heberto Padilla junto con Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre y Alberto Moravia, entre otros intelectuales.
En la Argentina, su libro de cuentos Alguien que anda por ahí fue prohibido por la dictadura militar en 1977 porque el autor se negó a retirar dos cuentos: «Segunda vez» y «Apocalipsis de Solentiname». Obras maestras del cuento Hasta 1995, se publicaron otras dos grandes novelas de Cortázar: 62/Modelo para armar (1968) y Libro de Manuel (1973), y otras tres escritas antes de la publicación de sus libros de cuentos, como Divertimento, El examen y Diario de Andrés Fava, que los críticos describieron como fragmentos organizados en libros independientes.
En sus novelas, priman las reflexiones sobre el acto de la escritura, el juego y el azar como metáforas de la literatura y un espíritu provocativo. Los demás libros de cuentos que Cortázar dio a conocer hasta 1982 completan una obra única. Todos los fuegos el fuego (1966), Octaedro (1974), Alguien que anda por ahí (1977), Queremos tanto a Glenda (1980) y Deshoras (1982) conservan una juventud (atributo de la literatura cortazariana) que quizá las novelas no tengan hoy. Publicó también libros de poesía, como Salvo el crepúsculo (1984). Sus obras de teatro, así como también los epistolarios, se conocieron después de su muerte.
Algo similar ocurrió con los cuentos de La otra orilla; escritos entre 1937 y 1945, se publicaron en 1995. Se filmaron varias películas célebres basadas en la obra de Cortázar. Su amigo Manuel Antín llevó al cine La cifra impar, Circe e Intimidad de los parques; Michelangelo Antonioni, Blow-up (sobre el cuento «Las babas del diablo») y Diego Sabanés, Mentiras piadosas, una versión libre del cuento «La salud de los enfermos». Y se publicaron varias biografías de Cortázar: una firmada por Mario Goloboff, otra de Cristina Peri-Rossi, con afirmaciones polémicas, y Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico, a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga. Escuelas, bibliotecas y calles llevan su nombre. Curiosamente, solo recibió un premio póstumo en la Argentina, en 1984.
En 1974 había recibido el Premio Médicis por Libro de Manuel y, en 1983, el Premio Orden Rubén Darío de la Independencia Cultural en 1983, entregado por el Gobierno de Nicaragua. Cortázar visitó la Argentina en 1983 para ver a su madre. Fue recibido con fervor por amigos y lectores, pero no así por los funcionarios del gobierno democrático recién electo.
Se dice que asesores del presidente Raúl Alfonsín desaconsejaron un encuentro con un escritor de izquierda y exiliado en Francia. No sabían que, como señaló el poeta César Fernández Moreno, vivo o muerto, Julio Cortázar siempre sería «un argentino irreductible».
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