«Esto no es un diccionario… aquí detrás no hay estudiosos, ni académicos, ni gente que sepa de lo que habla… Aquí tienes 43 años de aprendizajes emocionales y sentimentales resumidos en frases, definiciones y sentencias más o menos acertadas, eso ya lo decidirás tú…».
Éste es el discurso que debería haber hecho ayer en la presentación del “Diccionario de las cosas que no supe explicarte”. Como todo en este libro, también llega tarde. Llega a las 6 de la mañana de un miércoles cualquiera, desvelado y en pijama, cuando la gente ya no está, cuando ya se ha ido a su casa y cuando se habrá llevado una vaga impresión de lo que anoche quise decir. Y no porque no pudieran entenderme, sino porque, en esta ocasión, tampoco me supe explicar.
No, no voy a tratar de escribir sobre el contenido, porque eso ya lo hará quien decida hacerlo. Prefiero describir el continente, porque éste me representa como ningún otro libro lo ha hecho hasta ahora.
Tapa dura. Por primera vez. Protegiendo el interior como nunca. Porque lo de dentro es más arriesgado, está más expuesto y llega más adentro que nunca. Y porque es como todos los duros por fuera: blandos por dentro.
Sin ilustraciones. Crecer es aprender a despedirse. También de los adornos. De los complementos. De lo superfluo. De lo que no es esencial. Éste es un libro de esencias. De tarritos muy pequeños pero muy caros. Porque me han costado mucho de obtener. Conclusiones a las que he llegado después de mucho darme contra las paredes que te pone la vida. Si compras los libros a peso, éste no es tu libro. Y quien quiera paja, que baje a la era.
Sin numeración. Porque a partir de cierta edad, los números ya no dicen mucho de nosotros. Importa más lo que estés leyendo en ese momento que el número de página en la que te encuentres. Y es que, además, ojalá en la vida tuviéramos un índice que nos avisara en qué pagina nos vamos a encontrar… y cuántas páginas durará nuestro ejemplar.
Orden alfabético. Es un orden marcado por las palabras. Porque al contrario que en los números, en las palabras, el orden de los factores sí altera el producto: Te quiero, pero no me quedo. Nada que ver con: Me quedo, pero no te quiero. Y seguramente sea ésa otra de las decisiones importantes que haya que tomar en la vida. En qué orden pones las palabras para no hacer más daño de lo habitual.
Orden alfabético, bis. Y es que no es cualquier orden, es el que marca el abecedario. Eso me ha obligado por un lado, a descartar palabras. Quería empezar el libro con un “abrazo” y eso me obligó a descartar “abismo”. Pero también me obligó a escribir los conceptos a medida que iban llegando. Porque en la vida tampoco tú decides cuándo te llegan las olas. Te llegan, y a surfear.
Faltan palabras. Y siempre faltarán. Como faltaron personas ayer en la presentación. Como faltan cosas por decirse cuando se acaba cualquier relación. Pero es que también me faltan definiciones que me gustaría preguntar. Me habría gustado saber lo que es el sexo para un monje de clausura o la familia para un asesino a sueldo. Me habría gustado saber lo que significa la vida en el corredor de la muerte o toda la riqueza del mundo en la sala de espera de un hospital.
Punto de libro. Porque como he dicho, ya tengo una edad, básicamente para no perderme. Para acordarme siempre de dónde estoy de este libro. Aunque no lo tenga abierto. Sobre todo cuando no lo tenga abierto.
Bordes tintados. Porque incluso a los más bordes nunca nos sobra un toque de color. Es un tintado que se hace a mano. Por eso hay tan pocos. Porque ya casi no quedan cosas que se tengan que hacer a mano. Con la paciencia que eso requiere. Con la cantidad de prisa que hay que descartar. Me pareció un detalle tan lujoso y tan exclusivo como el hecho de tener tiempo para pararse a leer un libro hoy.
Hasta aquí el objeto. Hasta ahí lo que contiene todo lo demás. Ahora, decide tú con qué te quedas. Si con el contenido, con el continente o simplemente con esta reflexión y ya.
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