Despertar a un libro

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Los libros quieren ser leídos. Sus páginas se enmohecen, sus letras se van volviendo mudas. Fueron leídos una vez y puestos en las repisas como si estas fuesen calabozos. Eres solo mío, nadie más podrá leerte. O, quizá peor, están ahí y nadie los recuerda. Torres de títulos dormidos. Sueño de siglos. 

Despertarlos es, casi, un acto humanitario. Rosa Duffy, una artista visual de Estados Unidos, lo hizo de una manera muy generosa: abrió una librería en Atlanta llamada “For Keeps” (“Para Conservar”) y puso a disposición su propia colección de libros raros y clásicos para ser leídos en el local. “En realidad alguien sí recorrió sus páginas y leyó cada palabra y recibió algo y tú eres el siguiente. Es como si ellos te estuvieran haciendo un favor”, dijo Duffy a la prensa. Muchos de estos libros, de temática principalmente afroamericana, no están a la venta,, pues son primeras ediciones o ediciones limitadas. ¿Cómo guardar tales tesoros para uno solo? Los que sí se venden están dispuestos en las paredes con sus cubiertas visibles, como si fueran obras de arte. En realidad, lo son. 

La expresión de despertar los libros también se maneja en el programa “A ordenar con Marie Kondo” de Netflix, y generó polémica entre muchos lectores porque entendieron que de los libros había que deshacerse como se hacía con la ropa vieja. Por supuesto, no es lo mismo. Yo lo entendí de otra manera: ser consciente de lo que se tiene. Esto es  reencontrarse con un viejo amor literario, abrir por primera vez las páginas de un libro que hace muchos años nos atrajo en una librería y ya no recordamos por qué, consultar versos sueltos de una antología poética como un oráculo para el día. Pero también es tomar la decisión más difícil: desapegarse de algunos títulos o, mejor, compartirlos. 

Si está interesado en leer otra columna de Juliana Muñoz Toro, ingrese acá: La poeta del ridículo

Sacar de las estanterías los libros que por alguna intuición creemos que no vamos a leer o releer es una manera de volverles a dar vida, de repensar una cultura de acumulación en la que no estamos juntando conocimiento sino dejándolo dormido. Sí, los libros acompañan aún estando cerrados, pero qué bien le haría al mundo leerlos también. Esto es valorar el texto, no darlo por sentado como si fuese un preso de nuestra biblioteca.

Una de las mejores alternativas para revivir a un libro es el intercambio. Por ejemplo, está “El trueque literario” de la Biblioteca de la Universidad EAFIT de Medellín y que estará abierto al público el próximo 4 y 5 de abril; en la Biblioteca de la Universidad de Manizales hay intercambio permanente de libros; en cada FILBO El Espectador tiene un stand donde se fomenta el cambalache; la librería Wilborada, en Bogotá, hace intercambio literario los últimos domingos del mes. En esta ciudad también se pueden hacer trueques en San Librario y en la librería Bookworm del restaurante Doméstica. Dejar un libro que alguien más quiere, llevarse un libro que dan ganas de leer: todos ganan. La literatura sobrevive. 

Autor: Juliana Muñoz Toro

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