Los muchos amores del escritor Ricardo Silva Romero

0

No es que Ricardo Silva Romero, el escritor, se haya enamorado tantas veces como historias de amor hay en Cómo perderlo todo, su libro más reciente. Él las había anotado en papelitos o en ese archivo de word en el que va sumando ideas cuando hay una que parece será pronto novela. Eran veintipicolas que había recopilado, tantas que algunas no hallaron páginas en blanco entre las 606, que es donde está, en la mitad, el punto final.

“En últimas son las historias que uno está esperando leer –explica él–, así esté leyendo novelas policiacas, históricas o de terror. Uno siempre está a la caza, si ve que hay una persona que se encuentra con otra uno empieza a sospechar. Así se mueve en la vida, se encontraron estos dos y ahí hay algo raro. Creo que en últimas todos los relatos terminan por esos lados, así las novelas se vayan a otro. Uno como lector está sospechando historias de amor o humanas, conflictos entre madres e hijas y familias. Como mi trabajo es contar, estoy pendiente y cada vez que veo una pareja extraña o relación particular, anoto”.

A veces parecían cuentos, pero luego sentía que no era por ahí, que no hay cuentos en él por estos días. Ni poemas.

“A mí me preocupan los libros de cuentos, por eso no volví a escribir ni a pensarlos, porque pasa con mucha frecuencia que uno lee uno muy bueno y el siguiente no lo es tanto y comenzar es difícil, y uno como lector va perdiendo la necesidad de leer. Este, de alguna manera, es la forma de relatos independientes, y la pregunta era qué tan posible escribir sin perder al lector en el camino. Ahí estuvo la clave de muchas decisiones. Me di cuenta de que quería hacer una novela, así fueran muchos personajes, historias de vida paralelas pero independientes, quería contar el mundo de ahora, resumido en 2016”.

La vida que pasa

Ese es el año en el que transcurre Cómo perderlo todo, el peor bisiesto en las bitácoras del universo, dijeron los astrólogos confiables, según el primer párrafo, para luego hacer una invitación: Piense usted, lector, lectora, en su propia vida de esos doce meses atroces: qué mentiras se dijo, qué trampas pisó, qué tumbas cavó, qué duelos soportó a duras penas, qué delirios protagonizó en el 2016 para escapar de aquella pareja de mirada fija–Dios: su olor, sus ruidos, sus tics, sus quejas rancias– que durante 366 días solo estuvo en el mundo para desenterrar su violencia.

“En 2017 –dice Ricardo–, cuando fue el momento de sentarme a hacer lo nuevo que quería escribir, me di cuenta de que tenía estas historias de pareja y este narrador que iba a conducir por ellas sin que nos perdiéramos en ninguna, y que tenía un mundo que quería contar, que era el de esta época, que las parejas tienen aún más trampas para permanecer juntas. No más piensa en celulares en la mesa de noche que se encienden a las 2:00 de la mañana, y tienen redes y, en fin, demasiadas puertas abiertas. Quería contar eso y acababa de pasar 2016 y me pareció que una buena manera de unir es que todos estén sobreponiéndose a lo que pasa en 2016. Yo estaba odiando ese año, como muchos en diciembre. Era muy conmovedor ver en redes, en Whatsapp y en conversaciones con la gente, cómo rogaban para que se acabara, porque era hasta chistoso, como un odio a un monstruo. En 2017 me pareció que era perfecto, así fuera muy cercano. Lo podía contar porque sé qué había pasado. Tengo un archivo muy bueno de notas por la columna de El Tiempo y la de El País, y además hago artículos eventuales y, pues, imagínate, con dos columnas semanales, son 104 temas que pasaron en 2016, y me serví mucho de eso, también miraba los archivos de los periódicos”.

El amor, también político

Porque aunque usted, lector, no se acuerde de qué pasó en 2016, el libro le va recordando, mientras alguien se desenamora o pierde al amor de su vida por una bala, que el No ganó en el plebiscito, Donald Trump llegó a la presidencia y Rafael Noguera asesinó y abusó de la niña Yuliana Samboní. Todo eso y más.

“Yo lo viví muy a pecho porque se murió mi papá en mayo, el 30. Aunque el año venía extraño, era un patrón de conducta la lapidación en las redes sociales, las noticias falsas, las campañas políticas hechas a punta de propaganda sucia. Al mismo tiempo había unos cambios visibles.

En Bogotá usualmente hace frío, esos primeros dos meses del año fueron hirviendo. Estaba esa sensación de desastre y en las noticias había escándalos que salían en la radio y las redes lo replicaban y los unos lapidaban a los otros, y eso iba así, pero cuando se murió mi papá, era el peor año posible, porque era una relación impecable, muy feliz, inmejorable.

Aparte de que fue un golpe muy duro, ahí mismo empezaron a pasar las cosas nuevas: a decir que se iba a firmar la paz, se hipotecó al país entero para el plebiscito, que me parece que redefinió la política colombiana para mal, la volvió un blanco y negro que parecía superado. Luego creció el fenómeno de Trump, que parecía igual un chiste y era comentado así, fue agarrando toda la fuerza y reveló que lo que dábamos por sentado, los valores democráticos y liberales, que el progresismo, los derechos de las mujeres, los avances de la comunidad Lgbti, lo que pensábamos que iba hacia adelante, fue muy claro que no, incluso la democracia estaba en juego. Eso me parece que fue creciendo con el ascenso de Trump, hasta ganar con la derrota del no, del Brexit, y fue evidente que acabó una época”.

Y etcétera. Todo eso pasa en los 365 días mientras el profesor Horacio Pizarro, el protagonista del libro, está solo en su casa porque su esposa se fue a Boston, Massachusetts, a acompañar a sus hijas y a esperar el nacimiento de su nieta. Porque la política y el amor no están tan lejanas.

“Es una buena manera de decir lo que está en el libro y en la vida. Por ejemplo, cómo el amor sirve para encarar lo que está pasando en la sociedad, o para sobrevivirlo, cómo además, en la sociedad, en el país o en el mundo se viven de diferentes modos según lo que a uno le esté pasando en su vida.

Cómo a la gente le puede importar terriblemente lo que sucede en Colombia o en Bogotá o en su pueblo, pero sobre todo está abrumado por lo que le está pasando en su vida, cómo lograr participar en la sociedad cuando uno está viviendo un drama personal terrible. Eso está ahí, pero me parece que además el drama social modifica el de cada quién, por eso en Cómo perderlos todo se habla tanto de filosofía de la mente, de tautología, de filosofía oriental, de la psicología de Jung, porque todos están pensando desde su modo de pensar, y estamos conectados irremediablemente, así no nos guste, nos suene esotérico, estamos unidos para bien y para mal. Todos los dramas se chocan con todos los dramas.

Creo que está eso, el amor como escudo, como lengua para poder entender lo que está pasando y como burbuja. A mí sí me interesaba que los personajes tuvieran posiciones políticas propias, yo tengo unas muy concretas, hasta cierto punto consistentes, que están todas las semanas en mis columnas, y que tienden a ser liberales, defendiendo los derechos y la democracia en general y sus valores, pero tengo amigos que no piensan así, unos medio derechosos que votaron por el no, otros que lo hicieron por Iván Duque y que son personas entrañables y tienen unas razones mucho más complejas, y que uno cuando está en el lado liberal, tendiendo como a la izquierda, no las ve, y en el caso de la novela era una oportunidad para reivindicar que cada quien es como es y piensa como piensa, y me gustaba que lo dijeran directamente: hay gente en Cómo perderlo todo a la que le parecía una bobería los diálogos con las Farc, militares que piensan que van a entregar al país, y gente a la que le importa un carajo y otra que no entiende nada.

Me gusta mucho eso del cine gringo de los 70 y, en general, a los gringos les ha quedado fácil y no han tenido culpa de poner republicanos y demócratas o personajes que de pronto odian a Richard Nixon o lo aman y lo dicen en diálogos de la película sin que se vuelva panfletario o una manera del autor de decir sus ideas políticas. Yo tengo la ventaja de tener columna y no necesito poner personajes a decir lo que pienso, estoy libre de eso, así que hay unos muy enfáticos por la paz, hay unos idiotas por la paz, hay otros muy buena gente que están en contra. Era importante, justo en tiempos de redes sociales que es tan fácil estigmatizar y estereotipar, que en una novela la gente fuera mucho más compleja, que tuviera un contexto, que uno no pudiera odiar a alguien que iba a votar por Trump, porque tiene un contexto, una historia”. Porque es el yerno.

El que cuenta

El narrador va contando la vida de esos personajes que van apareciendo. No se guarda nada. El primero es Horacio Pizarroel prestigioso profesor de filosofía del lenguaje, popularísimo, terquísimo y altísimo, como lo describe él mismo, esposo de Clara, papá de Adelaida y Julia, cincuenta y ocho años, Tauro, quien acaba de publicar en su Facebook un artículo viejo de una revista científica que afirma que las mujeres que han tenido hijos son de lejos las más inteligentes.

Y en esas está cuando Pizarro se encuentra con la profesora Gabriela Terán, quien criticó el post del terquísimo aquel, ganando una avalancha de likes y comentarios a favor de ella y en contra de él, y el narrador lo abandona y se queda contando que aquella, la flaquísima y atormentada y mordaz Gabriela Terán, cuarenta y nueve años, Escorpio, es soltera, tiene un novio cansón y un amante, Cuervo.

Se queda con ella hasta que se topa con alguien más, para seguir contándolo a él o a ella hasta en sus más mínimos detalles, y en algún momento volver a Horacio o a otro personaje que va a ser importante, porque a algunos vuelve y a otros los abandona de una sola vez. Y así se la pasa, contando en esa tercera persona que lo sabe todo, que algunos le llamarían omnisciente, aunque a veces le suelta al individuo del que esté hablando las letras para que él mismo se cuente en primera persona o en algún diálogo, y seguir, como si nada. Así es la estructura de Cómo perderlo todo: las historias de los personajes se van hilando, encontrando, mezclando. No se sueltan, se entregan.

“A mí me parece que esa es la pregunta principal y quizá es la reacción más fuerte que recuerdo para haberme metido en la escritura de la novela, la pregunta de qué tan posible era ese narrador e ir contando por relevos historias de parejas sin perder al lector. Me pareció que era importante acudir a un narrador de esos de antes, el omnisciente que además es descarado en este caso, casi a la manera de los cuentos infantiles. Yo tengo dos hijos y les leemos libros de niños todas las noches, y son muy buenos usualmente y tienen unos trucos narrativos que los libros literarios de adultos no se permiten, como por ejemplo, las descripciones de los personajes en una sola frase: había una vez una bruja mala. En un taller literario dirían que hay que mostrar a la bruja obrando mal, en cambio en el libro de niños los lectores asumimos que la bruja es mala porque ya nos dijeron. Este narrador de Cómo perderlo todo es así. Esta persona es amable, tensa, inteligente, es Aries, tiene tantos años y el compromiso con el lector que se establece porque está así desde el principio, es que va asumir que ese narrador es verdad y que tiene también la autoridad de dejarse invadir por las voces ajenas, dejar que se tome la narración el personaje y eso ya en términos de lograr que la agente agarre el libro y lea 600 páginas, que finalmente es el objetivo más simple, pero más complejo, hace parte de los trucos y reglas y guiños para que quien está leyendo se sienta a salvo y que está en un mismo libro y que va hacia algún lugar. Este narrador todo el tiempo se está dirigiendo al lector. Y creo que se refiere a la pregunta central: es un libro en el que se está asistiendo a la relación entre el narrador y el lector, a manera de un director que se siente parte de un libro y cercano a sus personajes”.

Ahí está, por ejemplo, en la página 236, Verónica Arteaga, cuarenta y un años, Sagitario, con Jorge Posada Alarcón, su amante, el exministro, cincuenta y cinco años, Cáncer, pensando que le estaba concediendo un último deseo a una pareja moribunda. Así le dice: Y ella le besó la oreja a él mientras abría la puerta de la habitación, y él la dejó pasar adentro a ella para que lo esperara a unos pasos del umbral (…), y se quedaron sin luz, y él empezó a bajarle la cremallera del vestido y ella prefirió que dejara de besarle la espalda y más bien le agarrara el culo, con la convicción de que no había otra manera de que esa historia se acabara aparte de ponerle en escena algún final.

Ver más en: https://www.elcolombiano.com/cultura/entrevista-al-escritor-ricardo-silva-romero-ganador-premio-narrativa-medellin-MA10324954

Leave A Reply