Pace Gallery presenta en Londres su primera muestra del artista
En sus pinturas encontramos paisajes mentales: las realiza esperando llegar con ellas a algún otro lugar, más allá de sí mismo y sin un método fijo. Nunca encontraremos en sus imágenes transcripciones directas del mundo real, sino elucubraciones, motivos gestados a fuego lento en su cabeza. Dice William Monk que se toma su tiempo para que las ideas tomen cuerpo en el cerebro antes de filtrarse en sus lienzos, donde se superponen a otras ideas y recuerdos recogidos a lo largo del camino.
Cuenta este artista con nombre de detective que si regresa a una misma forma en varias de sus obras es porque ese proceso de filtrado aún no ha acabado, ha de seguir desarrollándose y que, cuanto más trabaja, más diferencias encuentra entre ese “modelo inicial” y lo representado, porque más a fondo se ha dejado llevar. Si fuese otro tipo de artista, confiesa que encontraría en sus pinturas conexiones con el cambio climático, la música, el paisaje, fragmentos de determinadas películas… pero a él no le interesan esas referencias concretas, sino algo que queda por debajo de las superficies, más fácilmente perceptible cuando la mente se relaja.
Le interesa a Monk dejar evolucionar cualquier motivo más allá de lo lógico, no teme a la lentitud ni a la repetición y cree que nunca llegaría a donde él quiere si virara su rumbo hacia otros terrenos.
La Pace Gallery de Londres presenta hasta abril su primera individual de este artista, “A Fool Through the Cloud”, cuyo título (Un loco en la nube) ya ofrece un poético juego de palabras alusivo a las múltiples lecturas e interpretaciones posibles a partir de las pinturas de Monk, que se mueven con fluidez entre lo aparentemente real y el espejismo, lo figurativo y lo abstracto. Por su presencia física y por su relación tanto con el espacio como con el espectador en este, se han calificado como objetos.
Componen la muestra nueve piezas al óleo en formatos diversos y articuladas como una instalación y en el centro encontramos el conjunto bautizado como Sea of Cloud: tres obras que se asemejan a una nube que se hincha o disipa sobre un mar revuelto. Monk ha esquivado a propósito su presentación a modo de tríptico con un panel central: pretende que las contemplemos como un montaje susceptible de mirarse en bucle, con ecos cinematográficos pero también musicales.
Cada pintura de ese grupo consta de dos paneles contiguos, unidos cuidadosamente allí donde caerá la mirada del espectador: al artista le gustaría que el visitante sintiera una sensación parecida a la de estar en el agua mirando hacia el cielo, percibiendo bajo él efluvios de las profundidades marinas.
Es habitual que las composiciones de este joven artista británico, nacido en 1977 en Kingston upon Thames, presenten divisiones marcadas: parte de su enigma y de su vibración procede de las irregularidades en sus líneas y detalles, de las relaciones complejas entre los fondos y los primeros planos y de esa sensación de repetición que genera ritmos y rompe esquemas figurativos para acercarnos hacia algo más extraño y más poderoso.
Agrupadas, como decíamos, en series extensas en continua evolución, buscan dibujar los espacios entre nuestros reinos internos y los externos, los de la experiencia consciente.