Emilio Gentile analiza cómo Mussolini edifica su Estado fascista sobre los restos del mito comunista
Apartir del estudio pionero Los orígenes ideológicos del fascismo, Emilio Gentile ha publicado una serie de libros fundamentales para la historia del fenómeno fascista, sus ideas, sus mitos y sus símbolos (El mito del Estado nuevo, El culto del Littorio, ¿Qué es el fascismo?), sin olvidar la visión de conjunto ofrecida en La vía italiana al totalitarismo. Ahora llega la versión española de un libro singular, Mussolini contra Lenin, con el primero como protagonista, y el segundo, a modo de referente de los sucesivos juicios y tomas de posición del político italiano sobre su revolución y la construcción del comunismo soviético. Lenin y Mussolini son primero en apariencia vidas paralelas de revolucionarios, que a partir de 1915 siguen cursos divergentes. Con su habitual rigor en el uso de la documentación, con Il Popolo d’Italia como principal base de datos, la secuencia de opiniones de Mussolini sobre Lenin es presentada exhaustivamente. Ahí reside el mayor interés, aunque Gentile opte en exceso por el relato sin detenerse en los puntos centrales. Ejemplo, la coexistencia de las condenas radicales del comunismo, los sucesivos diagnósticos de total fracaso, con las anotaciones sobre el sistema político y militar forjado por Lenin.
Gentile sigue creyendo en el Mussolini revolucionario propuesto por Renzo De Felice. Para comprobarlo hubiera sido útil ahondar en su salto repentino del pacifismo socialista a un frenético intervencionismo en 1915. Otro tanto sucede con la prolongada adhesión a Marx. El predominio de la narración, muy valiosa en sí misma, impone su precio, resultando apresada en las palabras de Mussolini, maestro en la captación del vocabulario de izquierda. Es necesario entonces adentrarse en la connotación de sus expresiones. Desde esta segunda dimensión, con los textos aportados por Gentile, el castillo de naipes montado por Mussolini se derrumba y pasa de revolucionario a subversivo, con una dependencia invariable en sus juicios de la causa aliada y de los intereses intervencionistas.
Las revoluciones rusas —de febrero y octubre— no le interesan como tales, solo si contribuyen a la victoria aliada o la obstaculizan. Por eso Lenin es muy pronto satanizado, lo mismo que el “bolchevismo destructor”, calificado de fenómeno judío, y ello muy pronto enlaza con su virulento antisocialismo en Italia. El que fuera socialista revolucionario se cubre al manifestar como “demócrata” su oposición “a toda forma de dictadura”. Solo que para él las opciones ideológicas son ante todo instrumentos de legitimación al servicio de su poder personal. Para entenderlas, resulta preciso conocer de dónde viene el viento que mueve la veleta. Ya en 1919-1920, cuando aún se disfraza de antiestatalista, demócrata y “libertario e iconoclasta” —añade Gentile—, Mussolini afirma que todo gobierno “se apoya en el trípode: ejército, policía, burocracia”. Y pronto en el capitalismo. Solo falta la referencia a la organización de una autocracia implacable como la soviética para completar el puzle. El mito comunista ha muerto, declara en 1924; sobre sus materiales edificará el Estado fascista.
La impresionante aportación de textos significativos y el preciso encuadre, realizados por Gentile, sugieren así un tipo de lectura específico, de reconstrucción. De anastilosis, diríamos. El profesor de La Sapienza tiene tiempo también de abordar otros temas, no menos trascendentes y de forma casi festiva, como el cansancio de la democracia. Es lo que ofrece en su polémico librito La mentira del pueblo soberano en la democracia (Alianza, 2018), una reflexión pesimista.
Autor: Antonio Elorza
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