Con motivo de la aparición de la segunda novela de Edurne Portela, Formas de estar lejos, estas dos amigas se encuentran para hablar de literatura, violencia, cuerpo, feminismo, política, cultura y formación. También de sus trayectorias en el oficio de escribir y de lo que este ha cambiado —maneras de nombrar, sentir y hacer— desde la huelga y manifestación feminista del 8 de marzo de 2018.
Edurne, quiero que me resumas brevemente tu trayectoria como agente del campo cultural: quién eres, de dónde vienes…
De un siniestro total [risas]. Mi trayectoria empezó en la
universidad. Desde el doctorado y hasta que dejé el puesto pasaron casi
veinte años de actividad intelectual y docente. Allí me formé y empecé a
trabajar las lecturas desde la óptica feminista, la preocupación por
los derechos humanos y cómo la cultura nos puede ayudar a ver y a
examinar dónde están las violencias y qué podemos hacer con ellas. Luego
volví a España. Para mí es una continuación, aunque desde fuera pueda
parecer una ruptura muy radical con lo que hacía en la universidad. Lo
que hago ahora son diferentes formas de acercarme a lo mismo:
indagación, pensamiento y escritura.
¿Cómo has vivido la recepción de El eco de los disparos, un
texto de pensamiento y divulgación sobre un tema complicado, la
violencia en Euskadi y sus representaciones, y luego la de tu novela Mejor la
ausencia?
Con alegría y perplejidad. Pensaba que nadie querría publicar El eco de los disparos. Cuando lo escribí, Patria
no se había publicado. El tema vasco era un tema del que no se hablaba
mucho, la perspectiva que ofrecía el ensayo era incómoda, tenía
elementos de relato autobiográfico… La primera alegría fue que Galaxia
Gutenberg estuviera interesada. Le costó arrancar, pero luego ha ido
asentándose. He aprendido mucho de algunas críticas a este texto. La
novela no la hubiera escrito si no me hubierais animado tanta gente.
Creo que hay que escribir con ese miedo, pero también con osadía. Con El eco de los disparos,
fuiste capaz de introducir en lo público una visión no maniquea sobre
un problema muy grave. Mucha gente se movía con unos códigos impuestos
por los medios de comunicación, estandarizados y perezosos. Tu ensayo ha
sido fundamental para que aprendamos a ponernos en el lugar del otro.
En el texto yo analizaba obras que rompían esa visión polarizada. Y
ahora se están escribiendo muchos textos así: en teatro, el documental Mudar la piel,
de Ana Schulz… Para mi generación, es un texto que acompaña una forma
de entender políticamente el conflicto vasco y una sensibilidad común de
gente que queremos mirar esta historia desde otros ángulos, por
ejemplo, el afectivo: cómo lo político marca lo íntimo.
Para mí siempre hay una pregunta ética cuando escribo sobre la violencia y espero saber responderla con el texto
Y has roto un tabú, el de las frases hechas para analizar
políticamente una situación sin llevarla al territorio del dolor íntimo.
De cómo lo personal es político. Me gustaría que me hablaras de la
violencia como impulso de la representación y de la posibilidad de que
la representación sea violenta en sí misma.
Cuando escribimos sobre violencia, ya sea en forma ensayística o en
ficción, siempre está el peligro de reproducir la violencia y
banalizarla. Lo que tengo presente éticamente cuando escribo sobre la
violencia es señalar la violencia normalizada para desnaturalizarla,
para indicar que, aunque no lo parezca, es una forma de violencia. Si
escribo un pasaje violento y siento que se me ha ido la mano o que puede
causar cierto placer al lector o que a mí no me provoca un pensamiento
más profundo o una sensación inquietante, si veo que simplemente estoy
reproduciendo la violencia, lo trabajo o lo borro. Lo que me da miedo es
perder la capacidad de ver cuándo la violencia sobre la que trato no
aporta nada. Eso sería una obra fracasada. Para mí siempre hay una
pregunta ética cuando escribo sobre esto y espero saber responderla con
el texto: si lo que haces es naturalizar la violencia o das herramientas
para desnaturalizarla.
¿Te sientes culpable de lo que escribes?
Culpable no, pero sí responsable porque cuando escribes tomas un
espacio público y cuando tienes el poder de la palabra hay una
responsabilidad, no te puedes desvincular totalmente del texto, tú estás
ahí para bien y para mal.
Comparto tu opinión, pero me da miedo caer en actitudes puritanas,
que se interprete lo que se dice en un texto artístico de manera
literal. ¿Cómo se refleja en tu obra el hecho de ser mujer?
De dos maneras. Una desde un plano inconsciente: escribo desde mis
vivencias, mi historia, escribo como mujer porque he crecido y tengo esa
conciencia de ser mujer y las experiencias de vida que acompañan a ser
una mujer. En la ficción puedes convertirte en un hombre o en una
iguana, pero eso siempre te acompaña. Ser mujer siempre empapa el texto,
aunque no seas consciente. En otro plano, escribo como mujer feminista.
El feminismo es una forma de ver, entender la realidad. Y la escritura,
cuando estás preocupada por cuestiones que tienen que ver con la
situación de las mujeres, también se empapa de eso. Vas a ver cosas que
otras personas no ven porque miras desde ahí. El feminismo analiza los
abusos de poder y esa óptica, esa radiografía, está presente.
Coescribiste, con José Ovejero, el guion del documental Vida y ficción. ¿Cuál crees que es el estado de la escritura en español?
Es un panorama inmenso. Con Vida y ficción intentamos hacer
una cata de lo que se escribe en España, ni siquiera englobamos
Latinoamérica. Hay ciertas tendencias. La literatura escrita por mujeres
ha hecho una irrupción tremenda, y no solo las generaciones más
jóvenes. Y no por moda: es un cambio de tiempo. Pero hay tanto…
Hay una veta humorística, una reivindicación de la literatura
política, un trabajo profundo en las autobiografías y los relatos
autoficcionales, una presencia importante de la memoria…
Sí, eso nos une con el continente americano. Hay una exploración de
la memoria diferente a la que se hacía en otras décadas, ahora se hace
más desde lo colectivo. Son ejes, preocupaciones universales de la
literatura que siempre están ahí, pero ahora estamos viendo otras formas
de acercarnos a ellos. También el cuerpo.
El cuerpo sigue siendo importantísimo porque la devaluación en el
espacio público del cuerpo de las mujeres, que yo entiendo en términos
económicos, de salario, empobrecimiento, de paro, se proyecta en una
devaluación del cuerpo de las mujeres en el espacio privado, lo que hace
que nos peguen, nos violen y nos maten.
Repasando tu obra llegué a una conclusión, la tensión existente
entre el cuerpo visible y el invisible. El cuerpo que se expone y se
convierte en territorio accesible, y el cuerpo invisible, lo que esconde
el cuerpo y no conocemos, que puede ser enfermedad o todo aquello que
está ahí pero no lo hablamos y forma parte fundamental de la experiencia
de las mujeres, y que puede tener que ver con episodios de violencia o
vulnerabilidad.
Es importante la diferencia entre lo que se muestra y lo que se
quiere mostrar. Para hablar de esa nueva mirada de las mujeres, menos
reprimida, se recupera la autobiografía porque es el género que nos
permite hablar de lo obsceno, de lo que ha quedado fuera de escena,
fuera del espacio público, de lo nimio, de lo no-universal. En La lección de anatomía se
utiliza un leitmotiv: hay que tener mucho cuidado con lo que uno parece
ser porque uno acaba siendo lo que parece. Junto a esto llevo tiempo
reflexionando sobre la idea de que nosotras tenemos una contradicción
íntima. Hemos sido educadas en el heteropatriarcado, forma parte de
nuestras vellosidades intestinales, nuestro occipucio, nuestros deseos.
Estamos rebelándonos contra unos deseos que nos hacen daño pero que no
dejan de ser nuestros. En esa paradoja se mueven el 90% de los
personajes femeninos de los libros que he escrito. Yo me muevo en esa
paradoja de una manera autoparódica, sarcástica, y en otros textos de
manera más filosófica. Me interesa ese solapamiento entre lo biológico y
lo cultural: es especialmente significativo en el caso de las mujeres, y
de las mujeres que escribimos. Pero volviendo a ti y al cuerpo que
también está presente en tu novela, ¿qué has querido contar en Formas de estar lejos?
Es una novela fácil, no es experimental. Se lee bien, pero es dura.
Tiene que ver con esas tensiones entre lo que mostramos y lo que
ocultamos, tanto en la relación de pareja como socialmente. Es la
historia de una pareja feliz y perfecta desde fuera, pero detrás de eso
se esconden cosas que tienen que ver con formas de violencia dentro de
la pareja que no tienen por qué ser físicas, relacionadas con la forma
prescriptiva que tenemos de ser en pareja: lo que se espera de una
mujer, lo que la mujer debe hacer en pareja y, sobre todo, lo que el
hombre espera de la mujer. Todo esto en el contexto de dos pueblos en
Estados Unidos, que son un poco alegóricos.
Las dos hemos colaborado en Tsunami, una recopilación de
relatos autobiográficos sobre cómo ha repercutido lo que ha ocurrido en
el último año en la manera de ver el mundo, entender la escritura o las
relaciones interpersonales. ¿Cuáles han sido los cambios más
significativos después de la huelga feminista del 8 de marzo de 2018?,
¿ha cambiado tu lenguaje o tu manera de mirar?
En parte no, porque yo llevo muchos años pensando en esto; pero en
parte sí, y ahí está lo bonito, porque llevo muchos años pensando en
esto pero de forma muy teórica, sin aplicarme a la vida todas esas
teorías maravillosas y esos pensamientos. Con lo que ha pasado en el
último año hemos adquirido conciencia de nuestras vidas, de cómo hemos
podido aceptar o ser cómplices de situaciones que iban en contra de lo
que nosotras sabíamos o de nuestros deseos. También mirando a nuestras
madres y abuelas, y recuperando lo que en ellas podíamos ver como
feminista o entendiendo mejor por qué no dieron ese último pasito. A mí
me ha situado más en este contexto, aunque forma parte de un proceso en
el que llevo seis o siete años.
A mí me ha hecho ratificar sensaciones que venían de antiguo. He
entendido mejor de dónde viene el cansancio de las mujeres, esa acritud
que a veces no comprendíamos en nuestras propias madres.
Edurne, ¿qué tipo de libros te interesan?
Muchos, de todo. Sobre todo, contemporáneos. Me gusta mucho leer lo
que escriben mis colegas. Tú, por supuesto, Sara Mesa, esta generación
de mujeres más jóvenes como Aroa Moreno Durán o María Sánchez. Me
interesa lo que se está produciendo ahora en España y Latinoamérica. Hay
autoras a las que siempre vuelvo, una es Alice Munro, que me ha
acompañado muchísimo en los últimos dos años. También Primo Levi; me
gusta leer cosas que ya he leído, me centro, me inspira. Ahora estoy
leyendo a Kate Millett, que me sugiere una pregunta para ti. En Clavícula
trataste la medicalización de la mujer que se sale de la norma, te
quería preguntar por los límites. En Millett hay claramente una crítica a
cómo el complejo psiquiátrico ahoga a estas mujeres y a ella misma,
pero también hay un miedo real a la locura, la depresión.
El pánico de la extrema derecha es, en parte, porque el feminismo afecta a todos y a todas. Lo que ha pasado desde el 8M no solo nos transforma a las mujeres
El libro de Millett es interesante porque es paradójico. En el
epílogo explica que realmente nunca ha sido una mujer enferma, sino que
se siente manipulada por un sistema que ha querido neutralizar su
militancia política, feminista, su lucha por los derechos civiles, y que
ha utilizado el litio como manera de desactivarla. Sin embargo, en el
libro oscila, hasta en la prosa, entre momentos de manía y depresión. Lo
que el libro expresa es contradictorio con lo que al final manifiesta.
Puede tener que ver con las contradicciones íntimas: te crees lo que los
demás dicen de ti. Nadie es tan fuerte como para inhibirse de los
relatos externos que nos conforman. En la sociedad actual me preocupa la
medicalización de todo, la patologización, en sintonía con los
intereses de las industrias farmacéuticas. Las mujeres estamos
sobreexplotadas, en casa y fuera de casa, y eso revierte en que suframos
ciertas patologías. No podemos separar lo físico de lo psíquico y de lo
social. Habría que cambiar lo social y lo económico para que los
cuerpos no se resientan. No creo que la solución esté en que las mujeres
nos inflemos a ansiolíticos. En este sentido, estoy muy esperanzada con
las luchas feministas porque pueden ser una palanca de transformación.
Están ayudando a tomar conciencia, tanto a hombres como a mujeres, de
aquellos elementos sistémicos que nos dañan. Por eso la ultraderecha es
tan sensible a lo que llaman la ideología de género. Yo reivindico mucho
la ideología de género y la palabra ideología en sí misma: estoy de
arcángeles y de sentido común hasta las narices. Me parece la manera más
deshonesta de enfrentarse a la realidad.
El pánico de la extrema derecha es, en parte, porque el feminismo
afecta a todos y a todas. Lo que ha pasado desde el 8M no solo nos
transforma a las mujeres. Desde el MeToo, muchos hombres han empezado a
repensar actitudes, formas de estar, complicidades con amigos que ahora
les incomodan.
Hay que replantear el concepto de violencia, poder, relaciones de
poder. Y a partir de ahí meter mano a las injusticias y brechas de
desigualdad que nos afectan especialmente a nosotras, que estamos en
mayor riesgo de pobreza y exclusión. Una cosa muy interesante que hace
la ultraderecha es darle la vuelta al concepto de víctimización para
decir que ahora las víctimas son los pobres hombres jóvenes que se
sienten capitidisminuidos y no tienen capacidad de reacción porque las
malévolas mujeres… La ultraderecha utiliza torticeramente los
significados de las palabras para arrojárnoslas como si fueran piedras.
Recomiendo el libro de la brasileña Marcia Tiburi ¿Cómo conversar con un fascista?
Yo también tenía una pregunta sobre tu trayectoria…
Mi trayectoria siempre fue literaria. No es que desde pequeña quisiera ser escritora, pero sentía fascinación por las palabras, me gustaba cómo sonaban y las palabras bonitas. Me gustaba hacer cosas con las palabras. Escribía más que leía. Hasta que empecé a disfrutar de los placeres de la lectura. Después mi trayectoria, como estudiante y trabajadora, ha estado condicionada por ese deseo de escribir. Durante muchos años no me podía ganar la vida como escritora y eso me llevó a desempeñar otros oficios que casi siempre tuvieron que ver con la docencia, pero movida por la necesidad de utilizar mi tiempo para escribir. El problema con el que me encuentro ahora, que sí tengo posibilidades de ganarme la vida escribiendo, es que tengo que multiplicar mis trabajos porque las remuneraciones de todo el mundo en general, y del cultural en particular, son más pequeñas. Yo no viví el pelotazo de la escritura. A mí me va mejor que antes, pero eso no significa que no tenga que hacer cincuenta mil cosas para poder vivir de esto. Toda mi vida está marcada por esa fascinación por las palabras. Lo que yo quería era escribir lo mejor que pudiera, y desde muy pequeña me hice muy consciente de que quienes te hacen escritora son los demás.
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