El escritor hispano-argentino Andrés Neuman defiende la importancia de la poesía, esa «emperatriz secreta, y pobre, del reino de la palabra», y una suerte de «oscuro objeto del deseo para quien trabaja en el lenguaje».
«La prosa que no está en contacto con el desorden y la revolución de la poesía empieza rápidamente a secarse y a perder vida», señaló el también cuentista y poeta en una entrevista con Efe en Miami, en la que reconoció que las narrativas que le emocionan «tienen un recuerdo poético».
Neuman (Buenos Aires, 1977) recordó a los estadounidenses William Faulkner y F. Scott Fitzgerald, que como poetas no destacaron, pero a los que el ejercicio de ese género convirtió en grandes narradores, así como aquellos cuya obra principal está escrita en verso, como el peruano José Watanabe, a quien Neuman rinde tributo en su más reciente novela, «Fractura».
Watanabe, escritor peruano de origen japonés, y en cuya obra se podía leer «esa manera fronteriza de ser latinoamericano y generar una belleza un poco extranjera», no solo es uno de sus poetas latinoamericanos del siglo pasado predilectos, sino también el apellido del protagonista de su sexta novela, un sobreviviente de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.
«Fractura», que el autor presentará este sábado en la librería Books and Books de Coral Gables, invitado por la Feria del Libro de Miami, arranca con el terremoto previo al accidente de Fukushima, el 11 de marzo de 2011, que removerá la memoria del señor Watanabe.
«Es una suerte de catálogo de cicatrices», dice Neuman sobre la novela que, afirma, es quizás la que más trabajo le ha costado, con una importante labor de documentación a cuestas.
Elaborada sobre la narración de cuatro mujeres que mantuvieron una relación sentimental con el protagonista, además de un narrador omnisciente, la trama discurre en diferentes momentos en Tokio, París, Nueva York, Buenos Aires y Madrid. Algunas de esas cicatrices son visibles, como la que tiene la periodista de Nueva York en el pecho, a raíz de una operación, y otras son internas, más vinculadas a emociones y a la memoria en torno a ese personaje del que se cuenta su vida entera.
«Los lugares, personas y comunidades están hechas pedazos, o tuvieron que repararse con mayor o menor fortuna», señaló el escritor sobre su más reciente obra ficción. Su protagonista siente admiración por el kintsugi, una técnica japonesa que consiste en reparar con polvo de oro la artesanía rota y sin ocultar las grietas.
Una suerte de «antídoto del photoshop», el kintsugi es una «celebración», una forma de belleza que «dignifica objetos» que se rompieron y que se ubica en la orilla opuesta de la actual «obsolencia programada» que solo se interesa por lo nuevo, señala el autor. «¿Este principio redignificador de lo reparado no podría trasladarse a las personas, a las parejas y a los países?», fue la pregunta que le sirvió a Neuman como punto de partida para tejer una novela que le produjo «dolores, esfuerzos y placeres particularmente largos».
Al igual que «El viajero del siglo» (2009), su última obra le ha supuesto un arduo trabajo de investigación y de ahí los años que le ha tomado publicarla respecto a su anterior obra de ficción, «Hablar solos» (2012).
Una década después de ganar el premio Alfaguara de Novela con «El viajero del siglo», el escritor no tiene más que gratitud por una obra que le granjeó «lectores en lugares del mundo que nunca hubiera imaginado» y cuyos personajes ya «forman parte de la memoria afectiva de mucha gente».
No sin pena, «yo hice mi duelo cuando acabé el libro», dice Neuman, un autor traducido a 20 idiomas, ganador también del premio de la Crítica y finalista del Independent Foreign Fiction Prize y del Herralde.
Residente en la ciudad española de Granada (Andalucía), en la que su familia se instaló proveniente de Buenos Aires cuando él era un niño, el escritor siempre se ha sentido que vive «entre dos orillas» y con la sensación de estar «en algún tipo de frontera», de ahí su comodidad con la traducción, a la que se dedica ocasionalmente y sobre todo con poemarios.»Traducir es para mi la actividad más feliz para con el lenguaje, es la única manera de escribir y leer el libro al mismo tiempo, es como una plenitud completa», señaló.