En el Día Internacional de los Museos, especialistas y gestores analizan su figura más cambiante y exigente: el visitante
En el mapa cultural de España conviven dos tipos de museos: los museos estéticos y los museos éticos. Los primeros suelen tener una arquitectura espectacular, un programa acorde con los gustos de la audiencia masiva y dinero, mucho dinero. Son esos museos tachados de fáciles y populares, creados por estrategias muchas veces políticas. Los segundos basculan hacia el otro lado. Tienen edificios dignos, presupuestos bajos y una programación cuyo objetivo es la formación reflexiva y crítica del visitante. Son los esquivos con el término “audiencia” y los que prefieren pensar en una combinación heterogénea de grupos con motivaciones e intereses diversos. Ese museo que es muchos museos, donde pasan muchas cosas a la vez y donde cada usuario puede construir la visita a su medida.
Sería falso decir que el público no condiciona a un museo. Siempre hay unos mínimos que hay que tener en cuenta, que curiosamente siempre están por debajo de lo que finalmente marca el recuento de taquilla. Porque al museo el público va, y cada vez más. El año 2018 fue testigo de ello con un incremento generalizado de visitas en instituciones culturales de muy diferente perfil, de la gran pinacoteca al centro de arte pequeño, pasando por el museo nacional o la fundación privada. Todos rozan su récord en cifras de visitantes: el IVAM (170.730), Matadero (1.670.000), el Museo del Greco (257.560), el Patio Herreriano (105.383), la Casa Natal de Cervantes (181.253), el Reina Sofía (3.942.277), el Museo de Altamira (282.443), el CGAC (51.346), el Prado (3.672.853), el Canal de Isabel II (38.771), el Centro Botín (206.080), el Macba (331. 694), el Museo Picasso Málaga (674.512), CaixaForum Madrid (947.000)…La que siempre mantiene el baremo es La Casa Encendida (700.000 y 800.000) y quien se llevó el golpe fue la Fundación Joan Miró con los efectos del atentado en la Rambla de Barcelona, pasando de 425.067 visitantes en 2016 a 379.768 en 2017. Una cifra que hoy consigue mantener. Pero es evidente que el éxito de un museo no puede medirse por el número de visitantes y que incluso podría ser motivo de crítica legítima prestarse a esa tiranía.
Cada vez son más los centros que cuentan con un departamento que estudia con detalle el perfil del usuario
La idea de públicos es, de hecho, una de las más cambiantes del sistema del arte, esquiva en su condición plural y problemática cuando usuario se confunde con consumidor. Tal vez por ello, cada vez son más los museos que cuentan ya con un departamento de públicos que estudia con detalle el perfil de los visitantes en función de cada actividad a fin de conocerlo y saber cuáles son sus expectativas. Una labor que lleva tiempo en marcha en el Ministerio de Cultura con el Laboratorio Permanente de Público de Museos. La idea es ensanchar la base de sus visitantes, ofrecer las mejores condiciones en la experiencia de la visita para construir una oferta atractiva y generar interés, aunque este debería venir puesto de casa. Es el otro gran dilema cuando hablamos de público y museo. Coincidiendo con el Día Internacional de los Museos, que se celebra hoy, Babelia ha invitado a reflexionar sobre ello a siete responsables de centros artísticos españoles. Son los directores Manuel Borja-Villel (Museo Reina Sofía), Miguel Falomir (Museo del Prado), María Bolaños (Museo de Escultura de Valladolid), Juan Antonio Álvarez Reyes (CAAC, Sevilla), Lucía Casani (La Casa Encendida), Karin Ohlenschläger (LABoral, Gijón) y Tanya Barson (conservadora jefa del Macba). ¿Qué entendemos hoy por público? ¿Qué necesidades tiene? ¿Las satisfacen los centros y museos? ¿Qué innovaciones se podrían introducir para cumplirlas? ¿Qué cambios importan para afrontar nuevos retos en los próximos años? Se abre el debate.
TANYA BARSON
MACBA
Más allá de su función de preservación de la cultura, los museos son espacios para generar pensamiento, propiciar experiencias y la comprensión del arte. Como instituciones de lo común, es esencial que piensen en los diferentes públicos de manera amplia: múltiple y complejo, locales y globales, físicos y virtuales. Deberían estar siempre en movimiento. Además, necesitan un cambio activo dado que sus públicos también están cambiando continuamente. Sin embargo, muchas de nuestras audiencias no son nuevas, sino que han sido recientemente más reconocidas y priorizadas (las mujeres, por ejemplo), y los museos deben adaptarse a los desafíos que pudieron ser desatendidos en el pasado. A su vez, también necesitan cuestionar las expectativas de sus públicos y no basar sus programaciones en lo que ya se conoce o espera, listo para el consumo. Es esencial que trabajen con plena conciencia y sean sensibles al papel que desempeñan en su contexto y ecosistema artístico. Museos como el Macba deben enfrentar la complacencia, provocar y participar en el debate, fomentar la creatividad y activar la imaginación. En el contexto actual debemos asegurarnos de que la inclusión sea genuina, pero eso no significa simplificación excesiva. Y por otro lado, garantizar que las ideas avanzadas y el rigor intelectual no se conviertan en una expresión de elitismo.
JUAN ANTONIO ÁLVAREZ REYES
Centro Andaluz de Arte Contemporáneo
Jacques Rancière señaló que ser espectador es “nuestra situación normal”, no una condición pasiva que debe ser transformada en actividad. Esto imprime un nuevo sentido a lo propuesto por el arte contemporáneo de las últimas décadas: desde la estética relacional hasta el empoderamiento de las minorías o la reactivación política. El artista, el público y el museo hace tiempo que dejaron de ser antagonistas y los tres son actores dentro de una superestructura para la que trabajan como mediadores. La emancipación del espectador seguramente no depende tanto de si el futuro del dispositivo/museo deviene digital, sensorial o inmersivo. Una vez más, seguramente ahí no esté lo esencial, sino en la capacidad de asociar y disociar o bien de revalorizar la mirada, el análisis y la reflexión. Estamos, como en casi todas las épocas, en un ya no, pero todavía no, de ahí la importancia de actitudes que devienen formas de resistencia, como la de Isidoro Valcárcel Medina: en una cola formada por la enésima exposición dedicada al impresionismo en Madrid, el artista se puso el último y, a lo largo de la jornada, fue dejando pasar a todo aquel que iba llegando tras él, hasta que al final del día, una vez concluido el horario de apertura, consiguió no entrar en la muestra.
MARÍA BOLAÑOS
Museo de Escultura de Valladolid
Nuestro siglo XXI ha sufrido tantas conmociones en tan poco tiempo que es una temeridad hacer previsiones. No tenemos ni idea de lo que va a pasar en los próximos 15 años. Ni siquiera descartemos que los museos dejen de existir con el protagonismo de que gozan ahora y sean sustituidos por otras expresiones culturales, como sucedió ya en los años sesenta del siglo pasado. Si queremos seguir contando con la reputación que tenemos hoy, habría que crear museos flexibles, que mantengan una escucha atenta a lo que sucede en el mundo; museos “líquidos”, no demasiado aferrados a las formas fijas, sino fluidos, vibrantes, democráticos e intuitivos para captar cómo pueden ayudar a nuestras inestables sociedades. Una de las razones por las que la gente no frecuenta más los museos es porque los ven como templos inaccesibles, y porque los discursos y el lenguaje utilizado sobre las colecciones siguen siendo los mismos del siglo XIX. El museo debe renunciar a su dogmatismo institucional y hablar al espectador al oído, de tú a tú. Los nuevos públicos entienden su visita al museo cada vez más como una experiencia subjetiva y emocional: sentirse bien acogido, el confort, el placer intelectual de aprender, el entusiasmo subjetivo ante tal o cual obra, la sorpresa estética… Y aprecian cuando perciben que dentro del museo se trabaja para ellos con pasión.
MANUEL BORJA-VILLEL
Museo Reina Sofía
“Acceso”, “agencia” y “públicos” son términos indisociables. Este último no se entiende sin aquellos dos. Atrapado entre el elitismo y las industrias del entretenimiento, el museo debe garantizar el acceso general de aquellos bienes, objetos y documentos que atesora. Su función no es acumular, sino compartir. Sus responsables han de entender que las obras de arte pertenecen a todo el mundo y que no es moralmente lícito denegar el acceso a las mismas. Ahora bien, ¿de qué acceso hablamos y en qué condiciones? Las nociones de público y museo son construcciones culturales. Pueden parecernos universales, pero ambas surgieron, en su modalidad moderna, en el siglo XVIII y forman parte de un modo determinado de entender las relaciones entre arte y poder. Sabemos que el lenguaje a través del cual nos comunicamos y las diversas nomenclaturas y dispositivos que se utilizan para mediar con el público no son neutros. En este sentido, es esencial que nos cuestionemos nuestras categorías de conocimiento y sistemas de educación. Solo así los públicos del museo pueden interpelar sus contenidos e historia, haciéndolos suyos. Existen los públicos, pero también los contrapúblicos que antagonizan por tener voz en la esfera pública. Reflexionar sobre ellos es también debatir sobre las condiciones de nuestra convivencia.
LUCÍA CASANI
La Casa Encendida
El desarrollo de las tecnologías digitales ha cambiado radicalmente el acceso de los ciudadanos a la cultura: ahora es más accesible pero a la vez más complejo debido a la multiplicidad de canales, datos y estímulos a los que estamos expuestos continuamente. Los centros culturales y museos contemporáneos tienen que posicionarse estratégicamente como punto de encuentro de esas corrientes de información para poder recuperar su poder como herramientas de reflexión, análisis y transformación de la sociedad. En un momento en el que parece que el tiempo se acelera, es importante generar espacios para la pausa, el disfrute y la conexión. El público de la cultura y el arte ya no es un mero receptor, sino que interactúa, responde y canaliza. El reto es despertar su interés y potenciar el diálogo de una manera transversal, porosa y experimental. La frontera entre creador y espectador es cada vez más difusa en el mundo contemporáneo y la cultura tiene que servir para alimentar nuestra inteligencia colectiva sin prejuicios ni limitaciones de ningún tipo. Debemos defender un espacio donde se ordenen y se materialicen las ideas que nos permitan reconocernos mutuamente. Un lugar donde encontrarnos y entendernos. La Academia se derrumba, que empiece el juego.
MIGUEL FALOMIR
Museo del Prado
Público es es toda aquella persona capaz de sentir, de conmoverse con el relato que construyen las obras de un museo. Tenemos que pensar en cómo responder a sus demandas y expectativas, pero también cómo manejamos nuestro discurso cuando organizamos exposiciones. O cómo adaptamos nuestro bagaje al mundo online y de las redes sociales, en donde hemos cosechado varios reconocimientos internacionales. Cambian los instrumentos pero al otro lado siempre hay una persona con emociones, sentimientos y necesidades que pueden encontrar respuesta en lo que alguien pintó en el pasado. La curiosidad es el arma de la que debemos servirnos los museos para defender nuestro papel referencial, pensando en todos aquellos que se sienten atraídos por el arte, pero también en todos los que nunca nos visitan. Paradójicamente se ve con más claridad la necesidad de despertar ese interés en el mundo de las redes, donde todos nos afanamos por llamar la atención en un maremágnum de propuestas. Ese mismo espíritu de sorpresa, interés y atractivo es el que trabajamos en nuestros proyectos en el mundo físico. El límite es siempre mantenernos dentro del papel de una institución cultural y formativa, de transmisión de valores y no de ruido. De sensibilidad y no de sensiblería. De arte y no de artisteo.
KARIN OHLENSCHLÄGER
LABoral
¿Por qué la gente sigue visitando museos en la era de Internet? ¿Por qué aguantar colas? ¿No basta con el acceso a través del móvil? En las grandes ciudades, los museos tienen cada vez más público. Muchos son turistas. Otros buscan espectáculo y entretenimiento, nuevos fondos para sus selfis o sus redes sociales. Pero hay también quien persigue el valioso silencio de la contemplación, quien busca escapar de esta tiranía del tiempo real que dictan las pantallas, y quiere observar con todos los sentidos aquello que nos reconecta con el pasado, que nos reubica en el presente y nos desvela futuros posibles. No es lo mismo mirar un picasso en pantalla que percibir su materialidad… Por las mañanas, los escolares llenan de vida los museos. El arte es una herramienta didáctica que les introduce en cualquier tema. Les conecta con otras culturas, formas de pensar y vivir. Estas dinámicas, relacional y transversal, estimulan reflexiones y debates, e invitan a compartir. En estos tiempos líquidos de aceleración, fugacidad e incertidumbre, los museos siguen propiciando memoria, historias y perspectiva. Nos facilitan recuperar el placer silencioso de la contemplación y de la reflexión, y nos invitan a participar en acontecimientos de actualidad, contribuyendo a la construcción de nuestras realidades e imaginarios, pensamientos críticos y narrativas, que tanta falta hace.
Autor: Bea Espejo
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