El profesor y crítico Juan Albarrán publica un ensayo sobre las grandes disputas en el arte contemporáneo nacional
El arte español posterior a la dictadura ha sido escenario de constantes desencuentros entre creadores, directores de museos, comisarios y gestores culturales. Bastante despolitizado desde la disolución en 1987 de la Célula de Pintores del Partido Comunista de España, su imagen interior y exterior no ha conseguido ser reconocible ni homologable. La cultura del pelotazo alejada de la creación territorial es una de las causas de esa falta de identidad del arte español más reciente, concluye el profesor y crítico Juan Albarrán (Zamora, 1981) en un ensayo titulado Disputas sobre lo Contemporáneo, editado por Producciones de Arte y Pensamiento.
El libro se centra en lo ocurrido en el arte en España desde 1960 hasta 2018 y trata de ser un compendio de las pequeñas historias y sus correspondientes enfrentamientos que han protagonizado los diferentes agentes artísticos. El autor, perteneciente al Departamento de Historia y Teoría del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, precisa que habla de pugnas por el poder a partir la Transición, cuando el sistema del arte se reestructura y cambian las expectativas de los agentes. A partir de entonces, explica, las instituciones culturales crecen y se multiplica la apertura de museos, centros de arte y todo tipo de eventos, en los que los personalismos tienen gran importancia.
En el libro se relatan algunos encontronazos célebres, como el protagonizado en 1991 por el crítico Juan Manuel Bonet y el artista Francesc Torres. Bonet alertó en la revista Cyan de que se estaba volviendo al «arte comprometido por su dogmatismo, falta de originalidad y escasa entidad estética». Decía que eran artistas de extrema izquierda armados con lemas de extrema derecha. Torres, conceptualista catalán, respondió en la publicación de arte Lápiz que el texto de Bonet era la venganza de un señorito. En las 232 páginas del libro, Albarrán aborda otros casos. Pero vuelve una y otra vez sobre los conceptos diferentes de entender el arte, por ejemplo entre los teóricos José Luis Brea y Rafael Doctor. «En sus respectivos proyectos se pueden ver dos modelos contrapuestos de defender el arte. Brea sostiene un modelo tenso, intelectual y sofisticado. Doctor responde a lo celebratorio y lo banal».
Cuando se le plantea que Brea pudo representar una manera muy intelectual de abordar el arte, pero que Doctor, como creador y director del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC) de León, implantó un modelo que después fue copiado por todo el territorio español, Albarrán contesta que el MUSAC representa «las dinámicas más perversas del mundo del arte relacionadas con lo superficial, con programaciones expositivas obsesionadas con lo internacional y un profundo desprecio por las agendas y artistas locales. El caso de León lo conozco muy bien porque procedo de esa zona y la he estudiado a fondo. Había un tejido artístico muy interesante comprometido con la región y con los problemas de las personas que fue pisoteado. Primero con Rafael Doctor y después con su sucesor, Agustín Pérez Rubio».
Museos insostenibles
Lo grave del ejemplo del MUSAC, según Albarrán, es que se convirtió en un ejemplo que intentaron imitar otros muchos, obsesionados por un horizonte de internacionalización. Ligados al desarrollo urbanístico y turístico vinieron después el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM), el Guggenheim en Bilbao y, más recientemente, el caso de Málaga, entre otros. «El efecto imitación ha sido tremendo y al final nos encontramos con una red de museos que se ha demostrado que es insostenible. Muchos han cerrado y otros sobreviven de mala manera, en función del presupuesto que les otorguen los políticos, porque no tienen vida propia al margen de los poderes públicos. Se encuentran en estado comatoso y la comunidad en que asientan no les va a apoyar».
Como ejemplos comatosos señala los museos de arte contemporáneo de Valladolid o Gijón. En positivo, elige el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles (Madrid). Del Reina Sofía califica su programación expositiva de «sólida e interesante», pero considera que necesita una mayor coherencia en sus actividades públicas.
Finalmente, en el libro cita pocos nombres de artistas, a excepción de Santiago Sierra, Dora García o Ana Laura Aláez. Lo justifica diciendo que, en general, los artistas españoles huyen de lo discursivo. «No escriben. Son ágrafos. Ni siquiera participan en manifiestos. Se van a molestar, pero me temo que se han quedado anclados en una visión anticuada del arte. Tienen miedo a comprometerse y les falta actitud crítica».
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