El impresionista francés Claude Monet pasó las últimas décadas de su vida obsesionado con sus jardines en Giverny, Francia, por lo que pintó cientos de imágenes de nenúfares y puentes peatonales japoneses ahí.
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En 1918, le anunció al Estado francés que donaría algunas de sus pinturas para una gran instalación que llamó Grandes Décorations, que constaba de muchos páneles continuos de pinturas de nenúfares y, arriba de ellas, una serie de lienzos que mostraban guirnaldas de glicinias, como una corona decorativa. La idea era crear, en sus palabras, “la ilusión de una totalidad interminable”.
Quería tener un museo en París dedicado a esta obra maestra final, pero el Estado francés decidió exponerla en el Museo de la Orangerie, un edificio en el jardín de las Tullerías que, en ese entonces, era una sala polivalente para todo, desde exposiciones de arte hasta espectáculos caninos.
Los cuadros de glicinias no cabían en este nuevo espacio y se quedaron en el estudio de Monet junto a cientos de otras pinturas que hizo en preparación para las Grandes Décorations. Pasarían décadas antes de que estas últimas obras fueran reconocidas como la que podría ser su contribución más importante a la historia del arte. En la actualidad, son las pinturas más preciadas de Monet.
Solo se sabe de la existencia de ocho pinturas de glicinias de la serie Wisteria; el Gemeentemuseum en La Haya posee una de ellas. Hace poco, el museo desmontó el cuadro del muro por primera vez desde que lo trajeron en 1961, para prepararlo para una exposición de Monet programada para finales del año.
Ruth Hoppe, la curadora de arte contemporáneo del museo, notó que la pintura había sido retocada para cubrir algunos agujeros minúsculos. Tras inspeccionarla más de cerca, descubrió que había fragmentos de vidrio incrustados en el lienzo.
Hoppe decidió emprender una investigación más profunda. Tomó una radiografía de la obra, y encontró algo extraordinario: debajo del cuadro de Wisteria había otra pintura… de nenúfares.
“Para nosotros fue una enorme sorpresa”, dijo Frouke van Dijke, curadora de arte del siglo XIX en el Gemeentemuseum, “sobre todo porque toda la atención siempre está en los nenúfares, así que a nadie le importan las glicinias en realidad”.
“No hay muchas historias de gente que haya encontrado nenúfares detrás de otra pintura de Monet”, mencionó. “Eso podría significar que esta pintura fue una especie de experimento. De otro modo, habría empezado de nuevo con un lienzo en blanco”.
Hoppe dijo tener una teoría de que la pintura debajo de las glicinias quizá fue el último nenúfar que pintó Monet.
“No hay ningún motivo evidente para que volviera a usar el mismo lienzo”, dijo Hoppe en una entrevista en el Gemeentemuseum, y señaló que Monet era adinerado al final de su vida y tenía cientos de lienzos en blanco en su estudio que podría haber usado.
“La explicación más lógica para mí es que quería intentar algo nuevo, y todavía no estaba seguro de dónde iba a terminar”, agregó. “A mi parecer, este es un puente entre los nenúfares y las glicinias”.
Marianne Mathieu, curadora jefa del Museo Marmottan Monet en París, que alberga una de las colecciones más grandes de las obras de Monet, coincidió en que la obra que se encontró por debajo era una pintura de nenúfar, pero no estaba segura de que haya sido la última.
“¿Quién sabe?”, dijo Mathieu en una entrevista telefónica. Monet quizá se dio cuenta de que podía usar el fondo verde de la antigua pintura como parte del nuevo cuadro de glicinias y así ahorrarse algo de tiempo, especuló.
Es imposible saber la secuencia exacta de los eventos que llevaron a Monet a usar ese lienzo otra vez, agregó Mathieu: “Nadie vio las obras más que unos pocos amigos”.
“No las firmó ni les puso fecha, no las vendió, salvo unas pocas excepciones”, explicó.
Monet trabajó hasta su muerte en 1926 a la edad de 86 años. Cuando las Grandes Décorations por fin se presentaron ante el Estado francés en 1927, el recibimiento fue mediocre. Algunos críticos le atribuyeron los difuminados azules y verdes del color y la luz a la pérdida de visión del pintor.
Así que las regresaron de nueva cuenta al estudio de Monet, donde se quedaron a empolvarse. Los fragmentos de vidrio en el cuadro de Wisteria, dijo Hoppe, quizá se deben al bombardeo de los Aliados en Giverny durante la Segunda Guerra Mundial, el cual dañó otras pinturas en el estudio, de acuerdo con un informe de 1957 realizado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York (el tríptico de Los nenúfares en el MoMA tiene “cortadas en el lienzo causadas por trozos de vidrio caídos y fragmentos de metal”, de acuerdo con el informe).
Esto está corroborado en parte por un relato del pintor estadounidense Ellsworth Kelly, quien en 1952 hizo una peregrinación hasta el estudio de Monet y encontró obras que seguían en el caballete y otras apiladas contra la pared, vidrios rotos y aves volando dentro del lugar.
Fue en esa época que se redescubrieron las últimas pinturas de Monet. El surrealista francés André Masson describió la exposición en la Orangerie como “la Capilla Sixtina del Impresionismo”, y después el crítico estadounidense Clement Greenberg escribió que Los nenúfares fueron el precursor del expresionismo abstracto.
Con la dirección de Alfred J. Barr, el MoMA compró una serie de cuadros de nenúfares en 1955 —la primera institución estadounidense en hacerlo— y el tríptico en 1958. Después de eso, el resto de las últimas pinturas de Monet se vendió rápidamente. Ahora muchos museos de arte contemporáneo tienen al menos una.
Las obras de la serie Wisteria siguen siendo las primas relegadas, así que tener una pintura de nenúfares dentro del cuadro del Gemeentemuseum podría cambiar la perspectiva que se tiene de esta obra por lo menos en cierta forma, dijo Hoppe.
“Desde un punto de vista histórico del arte”, dijo, “las hace más valiosas”.
Autor: Nina Siegal