Su lectura puede resultar una experiencia atroz, por la sordidez de su tema o la crudeza con que lo abordan, pero a la vez se disfrutan de la primera a la última página
La literatura amable no es ni siquiera literatura», solía decir a sus alumnos universitarios ese genial cascarrabias que era Vladimir Nabokov. Para el autor de Lolita y de Ada o el ardor, los buenos libros, los que de verdad valen la pena, son los que asumen el riesgo de incomodarnos, escandalizarnos o asquearnos, los que nos muestran la verdad desnuda y nos obligan a asumirla tal cual es.
Siguiendo la pauta del maestro, hemos rescatado una serie de libros cuya lectura puede resultar una experiencia atroz, por la sordidez de su tema o la crudeza con que lo abordan, pero que a la vez se disfrutan de la primera a la última página, aunque sea con el corazón en un puño y la angustia a flor de piel.
– ‘Réquiem por un sueño’ (1978), de Hubert Selby Jr.
Por qué resulta atroz. Por el sufrimiento intolerable al que Selby, el último beatnik y el primer punk de la literatura estadounidense, somete a sus personajes: cuatro neoyorquinos consumidos por las adicciones. Las sesiones de electroshock que sufre la madre adicta a los concursos televisivos y las píldoras para adelgazar, el brazo amputado del hijo adicto a la heroína, el descenso a los infiernos de la prostitución de la cándida y compulsiva Marion, los ultrajes racistas que sufre en la cárcel el frágil y depresivo Tyrone… Todo un catálogo del sufrimiento humano en 300 páginas feroces e inmisericordes.
Por qué es un auténtico placer leerlo. Porque Selby es el Henry Miller de la generación narcótica, un maestro del realismo sucio, un sublimador de la mugre y el mal rollo. En palabras de Allen Ginsberg, el de Nueva York escribía como “un ángel caído” y sus novelas eran “bombas infernales” destinadas a explotar “en los cielos de América y ser leídas con avidez dentro de cien años”.
– ‘Diario del ladrón’ (1949), de Jean Genet
Por qué resulta atroz. Porque es una crónica de la juventud errante de Jean Genet, los años salvajes, entre el correccional y la prisión de adultos, que dedicó a prostituirse, mendigar, robar, embrutecerse y malvivir entre Barcelona y Amberes pasando por Cádiz, París y casi cualquier ciudad europea con su distrito rojo y su lumpen de chaperos, ladrones y vagabundos.
Por qué resulta un placer leerlo. Porque es una obra maestra. Una novela picaresca e iniciática de un crudo lirismo, toda una ética y estética de la depravación escrita con la intensidad visionaria de un poeta y un filósofo. Inolvidable su retrato del Raval, el viejo Barrio Chino, infernal epicentro de la Barcelona viciosa y pútrida en la que Genet ejerció la prostitución en los años 30.
– ‘La casa de los muertos’ (1860), de Fiódor Dostoievski
Por qué resulta atroz. Al leerlo, uno se hace una idea bastante precisa de lo que debía suponer una condena a trabajos forzados en la Siberia de mediados del siglo XIX, durante el reinado del zar Nicolás I. Una experiencia extrema que al propio Dostoievski le tocó sufrir entre 1849 y 1855 y que narra aquí sin omitir ningún detalle escabroso, ningún sufrimiento, ninguna humillación, hasta conseguir que sus lectores compartan su angustia moral y su dolor físico.
Por qué resulta un placer leerlo. Porque hay algo catártico en la descripción del sufrimiento y las emociones extremas. Y porque no deja de ser una historia de salvación y redención espiritual a través del dolor, una epopeya del alma que incluso en sus momentos más terribles permite al lector conservar una cierta fe en la capacidad de supervivencia y la bondad fundamental del ser humano. Y porque Dostoyevski es, como decía, Nabokov, “el mejor de los escritores malos”, el más sensacionalista, desaliñado y desmesurado de los genios de la literatura.
– ‘Muerte a crédito’ (1936), de Louis Ferdinand Céline
Por qué resulta atroz. Porque al sumergirse en estas falsas memorias del doctor Bardamu uno se da cuenta de hasta qué punto la sinceridad está sobrevalorada. El delito de Bardamu (como el de Céline, del que no deja de ser un inflamado alter ego) es mostrarse tal cual es, en toda su mezquindad, su egoísmo y su malevolencia, sin disimulo y sin paños calientes. Ni siquiera en el cancionero de Bob Dylan de finales de los 60 es posible encontrar semejante despliegue de misantropía y malos sentimientos.
Por qué resulta un placer leerlo. Porque Céline es Céline. Un prosista deslumbrante y un consumado seductor, capaz de arrastrarnos a su pantano, de ganarse nuestra complicidad con sus alardes de pensamiento lateral, audacia y sarcasmo. Leerle (y sentirse inclinado en ocasiones a compartir alguno de sus poco edificantes puntos de vista) le da otra dimensión a las palabras «placer culpable».
– ‘La campanas no doblan por nadie’ (años 70), de Charles Bukowski
Por qué es atroz. Porque son páginas que apestan a alcohol. A tremendas melopeas en las que uno acaba comportándose como un cretino, odiándose a sí mismo, revolcándose en la patética idiotez del estupor etílico. En esta recopilación de textos inéditos de Bukowski, el gran borracho de la literatura estadounidense, el alcoholismo es mostrado como lo que es: una condena a cadena perpetua, una enfermedad devastadora.
Por qué resulta un placer leerlo. Porque Bukowski juega en la liga de John Fante, de Hubert Selby Jr., de Jack Kerouac y de toda la caterva de realistas suicidas y kamikazes de las letras. Tipos rudos que escriben con las vísceras en la mano, que dejan un surco de sangre en frases concisas y turbias, violentas como relámpagos.
– ‘El niño del pijama a rayas’ (2006), de Mark Herman
Por qué es atroz. Porque Shmuel, el niño que está al otro lado de la alambrada en esta amarga fábula sobre el Holocausto, es uno de los prisioneros judíos del campo de concentración de Auschwitz, y su tierna amistad con Bruno, hijo de uno de los guardianes, está condenada al desastre desde la primera página. El británico Mark Herman consiguió deprimirnos en 2006 con este sentido homenaje a los más de 600 niños que fueron gaseados en el infausto campo de la muerte del sur de Polonia.
Por qué resulta un placer leerlo. Porque la historia de la conexión instantánea y el cariño y la solidaridad sin límites entre Bruno y Shmuel merecía ser contada. Y porque Herman consigue abordar un tema escabroso desde una perspectiva abiertamente melodramática sin por ello edulcorar y trivializar el genocidio sufrido por los judíos europeos. No es poco mérito.
– ‘El año del pensamiento mágico’ (2005), de Joan Didion
Por qué es atroz. Porque trata de los dos acontecimientos traumáticos que enturbiaron la vejez de Joan Didion, la muerte de su marido, John Gregory Dunne, que sufrió un infarto en diciembre de 2003, y la de su hija, Quintana Roo, fallecida en agosto de 2005 tras pasar una larga temporada en coma. La periodista, guionista cinematográfica y escritora californiana quiso convertir este ensayo autobiográfico en un intento de exorcizar su dolor.
Por qué resulta un placer leerlo. Porque nos ofrece a la Didion otoñal en todo su esplendor. Una mujer capaz de abrumarnos con la intensidad de su sufrimiento y, a la vez, ofrecernos páginas de una lucidez y una sabiduría vital dignas de filósofos estoicos como Séneca o el emperador Marco Aurelio. Pocos escritores recientes han emprendido con tanto coraje la tarea de escalar hasta la cima la montaña del dolor en busca de certezas y consuelo.
– ‘¿Qué es el cáncer?’ (2019), de Eduardo López-Collazo
Por qué es atroz. Porque el tema se las trae. El doctor López-Collazo, Director Científico del Instituto de Investigaciones del Hospital La Paz (Madrid), se propuso abordar sin tapujos uno de los grandes temas tabú de nuestras sociedades del bienestar y el hedonismo y explicarnos de una vez por todas qué ocurre cuando el cuerpo enloquece y se autodestruye creando conglomerados de células tóxicas, ese proceso de mutación descontrolada del organismo que llamamos cáncer.
Por qué resulta un placer leerlo. Juzguen ustedes. En palabras del propio Collazo, el cáncer viene a ser como si el departamento de ventas del cuerpo humano empezase a crecer sin control y los vendedores dejasen de realizar las tareas que tienen asignadas. Habría que despedirlos a todos, por supuesto, para evitar que la compañía quebrase. El autor sabe de lo que habla y se hace entender sin recurrir a tecnicismos indigestos y sin rebajar la necesaria dosis de rigor científico.
– ‘Voces de Chernóbil’ (1997), de Svetlana Aleksiévich
Por qué resulta atroz. Porque el accidente nuclear de Chernóbil del 26 de abril de 1986 ha sido una de las peores catástrofes ecológicas y humanas del último siglo. Al leer a la periodista de investigación bielorrusa Svetlana Alksiévich uno se pasma ante el completo despropósito que supuso la gestión del asunto, los riesgos que corrió no ya la Unión Soviética, sino todo el planeta, lo mucho que nos mintieron y lo brutales que siguen siendo los efectos de la radiación en la zona décadas después.
Por qué resulta un placer leerlo. Porque la estupenda serie de HBO ha vuelto a poner de actualidad este sórdido capítulo de la recta final de la Guerra Fría. Y porque Aleksiévich tiene un conocimiento exhaustivo de lo que ocurrió en esa gélida primavera ucraniana del 86 y de todo lo que vino a continuación, y ha sabido utilizarlo como materia prima para elaborar una crónica periodística absorbente y de una terrorífica elocuencia.
– ‘Soy una pornógrafa’ (2019), de Saskia Vogel
Por qué resulta atroz. En este caso, atroz tal vez no sea la palabra. Pero sí que resulta de una notable sordidez esta especie de versión contemporánea de La Venus de las pieles, la historia de una joven aspirante a actriz que siente que su vida va a la deriva y se cuelga peligrosamente de una seductora dómina, su puerta de acceso a un mundo de dolor, sumisión y sexo casual.
Por qué resulta un placer leerlo. Porque Saskia Vogel, una joven traductora y periodista estadounidense de origen sueco y residente en Berlín, escribe con nervio y urgencia y habla de sexo desbocado y pulsiones sadomasoquistas sin incurrir en ninguno de los aborrecibles tópicos de Cincuenta sombras de Grey. Gracias a ella, las ficciones BDSM se asoman por fin a la constelación #MeToo.
– ‘Devastación’ (1968), de Tom Kristensen
Por qué resulta atroz. Porque no es fácil sumergirse en las profundidades de un cerebro devastado. El danés Kristensen, poeta enamorado del jazz y de las corridas de toros, escribió esta ficción en gran medida autobiográfica sobre un intelectual que sufre una depresión clínica (no diagnosticada) y se asoma al vacío con euforia fúnebre. Publicado por vez primera hace ahora 50 años, Devastación es un clásico oculto de la literatura escandinava que no da tregua y fascinó en su día a Karl Ove Knausgard, otro escritor que supo convertir en arte sus pulsiones autodestructivas.
Por qué resulta un placer leerlo. Vamos a decirlo en palabras del propio Knausgard, que celebró “la incomodidad y la espléndida belleza” de este libro no apto para pusilánimes, “una de las mejores novelas surgidas de Escandinavia”. Digámoslo de una vez: asomarse de vez en cuando a infiernos ajenos puede resultar terapéutico, aunque las autoridades sanitarias no lo recomienden.
– ‘Prohibido nacer: memorias de racismo, rabia y risa’ (2019), de Trevor Noah
Por qué resulta atroz. El título lo dice todo. ¿Cuánta rabia puede acumular en 35 años de existencia un hombre negro, nacido fuera de la ley en la Sudáfrica del apartheid de padre suizo y madre xhosa y trasplantado, ya en edad adulta, a la América de Donald Trump, víctima sempiterna del racismo, condenado a seguir pidiendo siempre perdón por existir?
Por qué resulta un placer leerlo. No se olviden de la risa, que es el tercer ingrediente de esta golosina ácida escrita por el humorista Trevor Noah, presentador de The Daily Show y uno de los 100 hombres más influyentes del mundo según la revista Time. Noah la utiliza como magistral recurso para distanciarse incluso de los más sórdidos episodios de su vida, como la brutal tortura física y psicológica a la que su padrastro, un psicópata de manual, les sometió a su madre y a él.
Autor: M E Torres
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