El arte en tiempos de penurias

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Los argentinos transitamos desde hace ya demasiado tiempo un proceso de deterioro moral que socava los cimientos de la sociedad debilitando peligrosamente su capacidad de recuperación. Cuando se confunde procacidad con libertad, insulto con diálogo, mentira con verdad, intereses con principios, lo que se pone en riesgo es la salud de la república.

Por lo demás, el descrédito de nuestros representantes, sus alianzas inauditas hasta la indecencia, la feroz crisis económica que golpea a la mayoría de los argentinos, la educación pauperizada, la labor científica en terapia intensiva, el crecimiento insolente de la indigencia, la falta de trabajo y el cierre de fuentes de trabajo, la desconfianza en la Justicia y la alarmante inseguridad han sumido a la sociedad en un estado de estrés sin precedente.

Nuestros días transcurren entre las novedades de una clase política indecorosa, la lucha por la supervivencia en el marco de una economía de la frustración, y la criminalidad como pan cotidiano. Estamos agotados y tristes. Parafraseando a Borges, podemos decir que estamos cometiendo el peor de los pecados que podemos cometer: no somos felices. Y no lo somos porque amanecemos y concluimos nuestras jornadas ocupándonos de lo que no debería ser nuestra habitual ocupación: el valor del dólar, el riesgo país, los pactos mezquinos de quienes codician pedazos de poder. Borges solía citar a David Thoreau: «El mejor gobierno es el menor». Es decir, es aquel que no pesa en el día a día de los individuos, que no gravita en la felicidad familiar, que no angustia, no atemoriza y no pone a los ciudadanos ante la disyuntiva entre lo malo y lo peor. El mejor gobierno es aquel que libera a los ciudadanos de la preocupación de la cosa pública, para que puedan dedicarse a lo que les corresponde: el médico a curar, el maestro a enseñar, el científico a investigar. Hoy nos vemos forzados a ser todos economistas a la violeta o partisanos de los intereses de unos pocos.

La angustia social se percibe en todos los ámbitos. Inmersos como estamos en ella, no advertimos que naturalizamos las infamias comprendiéndolas como elementos necesarios de la realidad. Una realidad que se torna cada vez más hostil y en la que habitamos como meros espectadores de una tragicomedia dirigida y actuada por inescrupulosos.

Es esta una época de penuria no solo económica, sino esencialmente cultural y espiritual. Nuestro problema de base es la política como negocio que devora los glóbulos rojos de la sociedad. De esta penuria no nos han de salvar quienes la provocan. Se trata en cambio de una tarea que debe asumirse desde lo social con la férrea voluntad de dejar de ser ciudadanos infelices. Para dejar de serlo, debemos ser mejores. Porque no solo existe lo peor; también existe lo mejor. Para ser mejores, debemos convencernos de que podemos serlo porque, al igual que lo peor, lo mejor está en nosotros mismos.

El grave malestar que aqueja a la sociedad requiere atención. Es tiempo de hacer un alto en este loco vértigo de incertidumbre, poner entre paréntesis los temas que saturan nuestras mentes y nutrirlas de contenidos que ayuden a ver el mundo desde una perspectiva más sana. De tanto consumir fango, nos estamos olvidando del arte, de los grandes temas existenciales que abren caminos siempre renovados de elevación individual y social. De tanto poner nuestra fe en lo pragmático y de hablar con crudeza pornográfica, nos olvidamos de que las culturas son tejidos simbólicos que transforman la realidad y enriquecen la vida.En La salvación de lo bello, el filósofo Byung-Chul Han propone recobrar el valor de la belleza y la práctica de la contemplación en la que la imaginación y el entendimiento en libre interacción oxigenan el pensamiento, vigorizan la intuición, rescatan a la inteligencia de su letargo o desconcierto e inspiran la creación de nuevas posibilidades.

Recientemente, ha llegado a mis manos un libro imprescindible: Diálogos sobre arte. Las autoras son educadoras argentinas: Cristina Bulacio y Ana Lucía Frega. En un pasaje del diálogo, la doctora Bulacio se refiere a un poema de Holderlin en el que el poeta pregunta: «¿Y para qué poetas en tiempos de penurias?». Las autoras coinciden en que el arte y la literatura «iluminan la realidad con nuevos sentidos». El arte es necesario en tiempos de penurias, porque es cuando hay mayor «urgencia de pensamiento; urgencia de reflexión». Y también de creatividad. Urge encontrarle nuevos sentidos a nuestra vida nacional. Es pues hora de volver al arte, de recuperar valores. Es tiempo de apostar a la cultura y a la cultura en la educación, para que nuestros sufragios no deban dirimir entre el temor y la resignación, y así evitar que la democracia vuelva a degenerar en gobierno de los peores.

Autor: Silvia Zimmermann del Castillo

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