Los textiles son parte de la historia entera de la humanidad y sus hilos entrelazan el destino -que en la Grecia antigua urdían las parcas- desde la cuna hasta las rituales mantas mortuorias. En español, palabras como texto y tejido, comparten la raíz latina común “texere”. La traducción del término “huso” en inglés es “spindle” y se correlaciona también el nombre de la araña en esta lengua, asociado a la antigua tejedora Aracné, que pretendió tejer mejor que las divinidades y fue convertida en este animal. Una compleja relación simbólica anuda los hilos que nos llevan de los mitos a los cuentos de hadas y que, sin duda, atraviesan toda la historia humana. Pero en todo caso, en Occidente la inserción de los textiles en el arte, y su paulatina afirmación como un lenguaje creativo autónomo se remonta a la fundación de la Bauhaus y a su llamado a borrar las fronteras entre arte, diseño y arquitectura y a retornar a las artes manuales. Fue en esta escuela, cuya duración en Alemania se extendió de 1919 a 1933, donde las primeras tejedoras artistas abrieron paso a un poderoso lenguaje que se afianzó plenamente como arte a lo largo del siglo XX y que en el siglo XXI recibe una atención considerable. El último volumen de la conocida serie sobre diversos medios artísticos de la editorial Phaidon, Vitamine, se dedica justamente a la “T”: hilos (“threads”) y textiles en el arte contemporáneo. Si bien incluye 113 nombres de artistas, hombres y mujeres tejedores que a partir de la década del sesenta han contribuido al desarrollo del también llamado arte de la fibra, no incluye a esas grandes pioneras como Annie Albers (1899-1994), cabeza de los textiles en la Bauhaus, ni a la extraordinaria Sheila Hicks (EEUU, 1934). Ambas se encontraron varias veces, gracias a la intermediación de Josep Albers, quien entonces enseñaba en la Yale School of Art, donde Hicks estudiaba pintura. Una imperdible exhibición de esta última artista, radicada en París desde 1964, y quien “ha trabajado en la intersección entre arte, artesanía y arquitectura durante más de medio siglo”, se despliega en el museo de Miami Beach The Bass. Visitarla permite una inmersión que depara asombro ante la belleza de un arte que sin duda entreteje el más ancestral pasado con la imaginación contemporánea.
Albers sumó a los aprendizajes de la Bauhaus el legado de las culturas ancestrales en toda Latinoamérica y extendió esa mirada como maestra en el Black Mountain Collage. A su vez, Hicks se interesó por su propia cuenta en la estética precolombina y se nutrió además de múltiples viajes a territorios de todos los continentes, donde pervive el legado artesanal de otros tiempos, y de su experiencia en talleres de países como Chile y México, o India y Marruecos. Ciertamente ha nutrido su obra vasta y prodigiosa con viajes y relaciones personales de aprendizajes con los artesanos, diseñadores y arquitectos de Oriente y Occidente. Y quizás por ello, la creación de esta artista que se convirtió en una de las más extraordinarias tejedoras de toda la tierra, es, tal como el certero título de la exhibición en el Bass, un “Campo Abierto (Open Field)”.
Desplegada con el ánimo de explorar “los aspectos formales, sociales y ambientales del paisaje en la expansiva carrera de Hicks”, la exhibición incluye varias obras monumentales. Moroccan Prayer Rug/Nejjai (1972), inscribe en el rectángulo tejido que se eleva desde el suelo, la forma arquetípica del arco sugiriendo un umbral abierto no sólo en términos arquitectónicos sino espirituales. Otra construcción arquetípica es Menhir, 1998-2004. Con lino, algodón de azul profundo e hilos de acero inoxidable Hicks eleva una de estas formas poderosas que los seres humanos alzaron en piedras sin tallar desde fines del neolítico. El modo en que la fibra se anuda al metal es asombroso. No menos deslumbrante es Questioning Column (2016) que asciende en naranjas, amarillos, y un súbito azul, verticalmente hasta el cielo raso. La enorme instalación lúdica Escalade Beyond Chromatic Lands (2016-2017), que la artista produjo en la Bienal de Venecia se reconstruyó en The Bass. El conjunto de grandes bolas con fibras naturales y sintéticas de azules, naranjas, violetas, verdes y amarillos que ascienden hasta el techo y se desparraman borrando los límites entre el suelo y las paredes, provoca una experiencia lúdica. Según cuenta una gran tejedora local, Aurora Molina, Hicks, quien otorga amplio margen de libertad a sus instaladores, de modo consecuente con su visión de lo abierto y expansivo, disfruta profundamente el placer que provoca en niños y niñas su obra.
Otro aspecto relevante que destaca el museo en el plegable de la exhibición de Hicks, disponible en la página web del museo, es que “todas sus obras comparten una maestría y un marcado interés en la geometría, pero se trata de una geometría engañosa, si no rebelde, que toma libertades respecto a la ortodoxia y rompe con las reglas establecidas”. Este es un aspecto que Hicks además comparte con muchas de las grandes mujeres geométricas del mundo. Al tiempo, no teme incorporar el mundo real o representaciones del paisaje como hace en el inmenso tejido volumétrico que se despliega en la totalidad de una pared: The Silk Rainforest, 1975, construido con seda, lino, algodón y una capacidad técnica de crear belleza que quita el aliento. El esfuerzo que ha realizado The Bass, bajo la dirección de Silvia Karman Cubiña, para producir Sheila Hicks: Campo abierto (Open Field), es un regalo para la ciudad y sus visitantes. Quien recorre la exhibición tiene la experiencia sensible de haber transitado milenios en los que se entrelazan todas las culturas del mundo.
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