En la numerología y otras ciencias humanas y divinas, el 9 está estrechamente vinculado al poder obtenido a través de la sabiduría y la búsqueda del bien común. También se le considera “el número de Dios”, asociado con la evolución de la humanidad y el amor universal. No por azar el progreso de cada persona se mide en ciclos de 9, y será probado por la vida cada nueve años, hasta que se logre completar su misión. Por tanto, no es fortuito el papel definitorio del 9 en la vida de Iris Murdoch, la monumental escritora irlandesa nacida en Dublín hace cien años, el 15 de julio de 1919; y fallecida el 8 de febrero de 1999, a los 79 años, perdida en las brumas del Alzheimer. Este 2019 es misterioso, pues se conmemora su centenario y el vigésimo aniversario de su fallecimiento.
Por destino manifiesto, su camino estuvo marcado por la profundización en la esencia de la vida y el amor en sus más variadas formas. Tuvo una juventud azarosa, y numerosas relaciones íntimas con hombres y mujeres en el Oxford de los años 40 y 50. Estuvo ligada sentimentalmente con Elías Canetti antes y después de que se casara con el crítico y novelista John Bayley (quien la acompañó hasta el final de su vida), relación que el premio Nobel de Literatura 1981 narró en Fiesta bajo las bombas (2003), cuarto libro y póstumo de su autobiografía.
En Murdoch, en el principio no fue el verbo, sino la filosofía. Cursó en la Universidad de Oxford estudios de Mods and Greats, combinación de historia, filosofía y lenguas clásicas, y se solidificó en la segunda disciplina, con la creación de ensayos esenciales como La soberanía del bien (considerada su obra más relevante en ese campo), caracterizándose por su revalorización de Platón para vincularlo a la problemática moral de su tiempo. “Soy algo así como una platonista, aunque también soy una filósofa lingüista. Fui educada como tal y en muchos sentidos sigo siéndolo, pero en cuestiones de filosofía moral soy una especie de platonista. Si me encerraran en prisión durante diez años y me obligaran a escribir mi filosofía, tendría la oportunidad de explicarlo, pero tardaría mucho tiempo”, reveló en un simposio sobre su obra.
Al cabo de quince años de impartir clases de filosofía en Oxford, salió del mundo magisterial para concentrarse en su obra literaria. “Poco a poco había descubierto que la filosofía no podía satisfacer su interés en la vida moral […]. La circunstancia de cada caso desbordaba los límites del método filosófico y pedía otra forma de estudio, razón por la cual quiso dedicarse cada vez más a la literatura…”, asegura el editor y crítico español Andreu Jaume en un ensayo publicado Letras Libres.
“La literatura hace muchas cosas, la filosofía solo una”, afirmó la escritora en un programa de televisión de 1977, cuando ya era reconocida como “la mujer más brillante de Inglaterra”. Un ascenso que comenzó en 1954 con la publicación de Bajo la red (considerada por Time como una de las cien novelas de la literatura inglesa del siglo XX), de sorprendente madurez para una escritora de 35 años, donde se adivinan los elementos esenciales que distinguirán su obra: la utilización esencial del diálogo, situaciones cómicas y extraordinarias, reflexiones filosóficas, y una teatralidad enraizada en comedias y romances shakesperianos, y en las obras de Mozart, otro de sus modelos inspiradores.
Sin embargo, Bajo la red es solo el inicio de un tránsito del existencialismo a la concreción de un estilo único y profundo, desde El castillo de arena (1957), La campana (1958), El unicornio (1963) y Amigos y amantes (1968), entre otras obras que marcan el despegue de una década de producción incesante de novelas brillantes como El príncipe negro (1973), La sagrada y profana máquina del amor (1974) y Henry y Cato (1976). Todas ellas conducen, consciente o inconscientemente, a El mar, el mar (premio Booker, 1978) obra maestra y compendio de reflexión sobre cuestiones morales, amorosas, espirituales y estéticas, inspirada en La tempestad de Shakespeare, así como en las voces reconocibles de Canetti y Ludwig Wittgenstein, uno de sus ídolos filosóficos, además del indispensable Platón.
El mar, el mar, como señala Andreu Jaume, preludia una etapa posterior de “lento y luminoso disminuendo” con libros sustanciales como El buen aprendiz (1985), El libro y la hermandad ( 1987), La negra noche (1993) y su novela vigésimo sexta y final, El dilema de Jackson, de 1995, año en que comienza a padecer los efectos del Alzheimer que la llevarían a su triste final, los cuales atribuyó en un principio al writer’s block. Una etapa que se ilustra perfectamente en la película Iris (2001) de Richard Eyre, basada en la obra homónima de Bayley.
Iris Murdoch se propuso y logró renovar los cauces de la novela, apoyándose en los escritores rusos decimonónicos, en Eliot, Austen, Proust y James, utilizándolos como materia prima para exponer planteamientos a lo oscuro e incierto del siglo XX, aunque desde la perspectiva del sentimiento humano, y del amor y la fe en el bien, por distante que pueda estar de nosotros.
Sus novelas pronostican los males de nuestro tiempo, donde imperan el uso perverso de la tecnología, el egoísmo, la deshumanización y la incomunicación; y le dan al lector la posibilidad de formular preguntas y tratar de hallar respuestas en ‘el mar, el mar’ de la literatura: “Nos hemos quedado huérfanos de conceptos en moral y política. La literatura, a la vez que se cura sus propios males, nos puede dar un nuevo vocabulario de la experiencia y una imagen más fidedigna de la libertad”.
Bibliografía esencial de Iris Murdoch en español
Bajo la red. Impedimenta. (2018).
El príncipe negro. Debolsillo (2017).
Henry y Cato. Impedimenta (2013).
El mar, el mar. Debolsillo (2017).
El libro y la hermandad. Impedimenta (2016)
La negra noche. Debolsillo (2015).
La soberanía del bien. Taurus (2019).
John Bayley. Elegía a Iris. Alianza Editorial (1999).
Autor: Jésus Vega
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